Aunque hoy la cancha está lejos de estar igualada, 30 años atrás, cuando no se hablaba de feminismo, la imagen de una mujer al frente de una banda de hombres era más que impactante. Si sus canciones eran excelentes, el efecto era aún más contundente. En 1992 se publicó “Que me parta un rayo”, primer disco de Christina y Los Subterráneos, nombre que en verdad se refería al debut en solitario de Christina Rosenvinge, quien se presentaba como cantautora con guitarra eléctrica. Fue un acto de rebeldía de la española contra la compañía discográfica y su intención de ceñirla al rol de cantante sexy. No iba a ser fácil manipular a alguien que había leído a Simone de Beauvoir y admiraba a Siouxsie and The Banshees.
Sus ansias de libertad y su talento desembocaron en “Que me parta un rayo”, un disco fresco y memorable. Era poco usual que una cantautora destacara en el rock en castellano. Al verla, muchas pensaron: “Se puede hacer lo que ella”.
Suceso peruano
Actualmente, Rosenvinge cuenta con una obra versátil y de un lirismo afilado, que es arropado por armonías tan preciosistas como ruidistas, presta para explorar mitos universales (acaba de encarnar en un musical a Safo, la poeta que proclamaba libremente el deseo) o personales (con la canción “Romance de la plata” se reconcilió con su padre, un hombre de ideas tradicionales). Es una búsqueda permanente, poco dada a la nostalgia. En ese sentido, hizo una excepción con “Que me parta un rayo”.
Por el aniversario 30 del disco, se consultó a Rosenvinge sobre los recuerdos de sus visitas al Perú en los años 90. Se le vino a la mente la desaparecida discoteca Salonazo, en Surquillo, donde hoy funciona un centro comercial. “Esos conciertos míticos en el Salonazo se me han quedado para siempre en la memoria. Fueron probablemente los más explosivos de esa gira. Lo recuerdo como pura electricidad. La sensación era que la gente se subía a las paredes y yo misma estaba totalmente transportada”, dice.
“Que me parta un rayo” le permitió llegar a mercados más allá de España y generar impactos que nunca esperó. “Era casi un fenómeno sociológico, causaba por donde pasaba un efecto que me sorprendía. Cuando escribí inocentemente las canciones no sabía ni siquiera si las iba a grabar. Que la gente todavía aprenda a tocar la guitarra con esas canciones es casi milagroso”, añade.
Clásicos del álbum como “Tú por mí” y “Mil pedazos” suenan hasta hoy en las radios peruanas, y es una lástima que los programadores no difundan otros temas con el mismo ahínco. A lo largo de los años, Rosenvinge siguió visitando el Perú. En Huacho, oír los gritos femeninos de una danza folclórica la influyeron en la composición de “La tejedora”.
La cantautora comenta: “Me dijeron que una estudiosa de género había escrito un artículo diciendo que ‘Alguien que cuide de mí’ no era feminista. Me hace mucha gracia; creo que comete el error de tomarse el estribillo textualmente, cuando es evidente que es una metáfora”.
La compositora detalla: “Escribí ‘Voy en un coche’ y, cuando ya estaba grabada, fui al cine a ver ‘Thelma y Louise’, y me pareció que era mi canción. Tenía el mismo espíritu”.
Un caso singular
¿Qué otros factores lograron que este disco fuera especial? No era común que una propuesta distinta se expusiera en el ‘mainstream’ y los medios masivos (en YouTube están sus presentaciones en “El show del mediodía”, conducido por July Pinedo). Rosenvinge recordó: “Eran canciones novedosas porque no había mujeres componiendo rock y en el ‘mainstream’ no sé si había chicas con guitarra eléctrica. Probablemente fui de las primeras”.
Y estaba el trasfondo feminista de “Que me parta un rayo”, con sus letras vitales, combativas e inteligentes, que versan sobre la amistad, las zozobras del amor, la independencia y la necesidad de dejar las relaciones abusivas. Para Rosenvinge, “el disco está hecho desde una especie de rabia alegre”.
Otras circunstancias que desembocaron en “Que me parta un rayo”: su salida del exitoso dúo juvenil Alex y Christina, su experiencia como letrista, la frescura de quien compone en serio y por primera vez con la guitarra eléctrica, la ayuda que tuvo de músicos como Pancho Varona o Joaquín Sabina. La apuesta, enhorabuena, funcionó. Felices 30 años.
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