El planeta tiene los ojos cerrados. Medita en silencio. En su quietud, flota sobre el sonido que produce la piel de unos dedos sobre las cuerdas. Esa guitarra es viaje, susurro, despedida, arrepentimiento, ebriedad, desdicha, fiesta o apoteosis. Sus gemidos y susurros hacen la música del mundo. Lo hacen girar. Le dan las estaciones.
Jeff Beck era un alquimista delirante que interpretaba esas señales, traducía, decodificaba, reinventaba un lenguaje sonoro que era también danza, paisaje, silencio, arqueología, ciencia ficción, luz que daba pasos sobre las cuerdas de su Stratocaster, su Gibson Les Paul o su Fender Telecaster. Todas eran intérpretes de las Naciones Unidas descubriendo ante el mundo un nuevo lenguaje, develando nuevos límites para el entendimiento. Cada nota que tocaba era un peldaño más en la construcción de un lenguaje universal. Su guitarra hablaba para todos, lo hacía en esperanto. Solo su propia sombra viendo sus dedos reinterpretar la voz de su instrumento, bastaba para iniciar una civilización en torno a su talento. Incluso su silencio era poster, tótem, icono eterno, guitar hero.
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Cuando Dios dijo “¡Hagase la luz!”, Jeff Beck ya estaba enchufado. Su propio corazón le daba la energía necesaria para iluminar, vibrar o explotar. Por supuesto, podía elegir ser transformador, batería, ducha eléctrica, foco o taladro, según su humor.
Llegó al mundo, permaneció y paseó en él y pareciera que siempre hubiese sobrevivido entre pedales, amplificadores y partituras. 1944 fue un año particularmente agitado. Los Aliados desembarcaron en Normandía para desafiar al nazismo, pero la batalla no sería fácil ni allí ni más allá, donde muchas veces se peleaba en silencio.
Geoffrey Arnold Beck llegó al mundo un luminoso junio londinense de ese año, en plena Segunda Guerra Mundial. Veinte años después ya era un requerido guitarrista de sesión dispuesto a convertir cualquier estudio de grabación en Cabo Kennedy: un lugar donde no solo se toque o combustione, sino desde donde se pueda llegar a la luna. Después de todo, ¿A dónde van las canciones de Jeff Beck después de que las toca?
Guitarras afiladas
A principios de los 60 ya se las había arreglado para aprender a tocar guitarra y el azar lo había cruzado con Jimmy Page quien, a mediados de esa misma década, lo lleva a Yardbirds como reemplazo de Eric Clapton. Tres maneras de entender la guitarra –ergo, tres maneras de entender la vida- cruzaron sus pasos. Un huracán de blues y rock & roll los salpicó a todos. Uno era tormenta, otro la calma, otro la playa. Mientras Page emprendía un viaje que se llamaba Led Zeppelin y Clapton haría magia en Cream, Beck optó por un perfil bajo, pero no por ello menos brillante.
En el poco más de año y medio que Beck estuvo en Yardbirds pudo grabar el LP “Roger the Engineer” y le otorgó nueva vida al grupo a través de su guitarra. El blues y la sicodelia le insuflaban vida. Tras su salida, producida por los célebres exabruptos de su carácter volcánico, formó The Jeff Beck Group con un joven Rod Stewart en la voz, además de Ronnie Wood y Nicky Hopkins, nada menos.
Apenas tenía 20 años y su talento ya era rumor en toda la escena. Se dijo que los Stones lo querían con ellos y también que Pink Floyd lo necesitaba para darle más color a sus trips. Su guitarra, entonces, pudo ser puente, autopista, aeropuerto, el espacio entero sumergiendo al mundo en su gravedad. “Todos tienen una idea errónea de la década de 1960. En realidad, fue un periodo muy frustrante en mi vida. El equipo electrónico no estaba a la altura de los sonidos que tenía en mi cabeza”, confesó Beck años después
Mano lenta
“Siempre y para siempre”, escribió Eric Clapton en sus redes como reacción a la partida del compañero/colega/amigo/rival que acaba de partir. “Ahora Jeff se ha ido, siento que uno de mis hermanos ha dejado este mundo, y voy a extrañarlo mucho (…) Quiero darle las gracias por todos nuestros primeros días juntos en The Jeff Beck Group, conquistando América por primera vez. Musicalmente, estábamos rompiendo todas las reglas, ¡fue fantástico, rock and roll innovador!”, escribió Ronnie Wood en Instagram esta noche, tras conocerse la noticia de la muerte repentina Beck, al contraer una meningitis bacteriana que, irónicamente, lo arrasó con la velocidad de uno de sus más intrépidos riffs.
“Jeff Beck estaba en otro planeta. Él nos llevó a mí y a Ronnie Wood a los EE. UU. a finales de los 60 en su banda The Jeff Beck Group y no hemos mirado atrás desde entonces. Fue uno de los pocos guitarristas que cuando tocaba en vivo me escuchaba cantar y responder”, escribió Rod Stewart en la misma red tras conocerse el deceso de su ex compañero.
Otros colegas se despidieron de Jeff Beck con mensajes que los representaban fielmente. “Jeff era un genio guitarrista”, dijo Brian Wilson, factótum de Beach Boys. “Hemos perdido un héroe”, comentó Nikki Sixx, bajista de Mötley Crue. “Él era el jefe. Era inimitable, irremplazable, el pináculo absoluto de tocar la guitarra. Y un maldito buen ser humano”, afirmó Brian May, electricidad guitarrera de Queen.
Por supuesto, como todo ente incombustible, en el escenario Beck era una pira ardiente, un geiser que echaba lava, un carácter complicado con el que solo los más valientes intentaban lidiar. A pesar de todo, su talento descomunal atrajo a otros talentos para colaborar: Brian May, Roger Taylor, Morrisey, Diana Ross, Ozzy Osbourne, Steve Wonder, Roger Waters, Mick Jagger, Rod Stewart, Tina Turner, David Bowie, Kate Bush, Jon Bon Jovi, Donovan, Cindy Lauper o su idolatrado Les Paul cantaron o tocaron en algún momento con él. En una de sus apariciones públicas más recientes, el 2020, colaboraría con Johnny Depp para grabar el tema “Isolation” durante la pandemia.
“Siempre y para siempre”, escribió Eric Clapton en sus redes, como referencia directa al fallecimiento de Beck, el rival nunca declarado que siempre lo hizo ser mejor. Y viceversa. Ambos eran el reto del otro, la nota imposible a superar, el sonido inconcebible, el silencio exacto.
Si comparáramos a los rockeros legendarios de los 60 con los deportistas de la actualidad, uno hubiera sido el caprichoso equivalente de Messi y otro lo hubiera sido de Cristiano Ronaldo. La rivalidad fue creada por los fans, pero solo sería mentira en un mundo sin ego. Allá por los sicodélicos sesentas y setentas, Jeff Beck fue el único capaz de fundar una religión paralela alrededor suyo, mientras otros escribían en las paredes “Clapton is God”.
El rock es un mundo politeísta por necesidad. Jeff Beck merece entonces un propio altar para sus misas.
Amén ( ImI )
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