“¿Qué tal si hacemos algo juntos?”. Una propuesta como un punteo de guitarra, como un detonante, como un abrazo entre el huayno, los apus y la fuerza tropical, como un movimiento telúrico en el corazón del Valle del Mantaro, fue la que dio origen a uno de nuestros grupos musicales más exitosos y de más longeva trayectoria. Uno que cambiaría para siempre la forma cómo se veía a sí mismo el Perú. Fue una tarde de octubre de 1980 cuando dos colegas artistas se encontraron en las calles de Chupaca. Julio Simeón Salguerán y Jaime Ventura Moreyra Mercado se habían conocido en el ambiente musical de aquel majestuoso valle, en conciertos de la efervescente escena de música tropical que se imponía en aquel rincón del país por esos años. Ambos, sin embargo, se habían separado de los grupos con los que tocaban –Los Ovnis, Victoria o San Lázaro en el caso de Julio; Karicia en el caso de Jaime- y estaban desempleados. Tras conversar por un buen rato sobre las dificultades de su situación y el movimiento musical del momento, surgió la pregunta decisiva: “¿Qué tal si hacemos algo juntos?”. La respuesta afirmativa y el “Ya, pues” de ambos no quedaron solo en frases sueltas de un encuentro casual, sino que se convirtieron en un inquebrantable pacto de caballeros que se mantiene firme hasta hoy, más de 40 años después de aquella decisiva tarde chupaquina.
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Para febrero del siguiente año –y bajo la égida del locutor y productor de eventos Lucho de los Ángeles- ya se sentían listos para dar su primer concierto. Solo les faltaba un nombre. “Pensamos varios y ninguno nos convencía”, nos dice Jaime Moreyra, convertido hoy en uno de los guitarristas más influyentes de la música contemporánea del Perú. “Así que recordamos la danza tradicional de los Shapis en Chupaca, danza originaria, guerrera, y decidimos que no teníamos que buscar más”, acota Julio Simeón, “Chapulín, El dulce”, cuya tesitura vocal se convirtió en sello y encanto eterno de la chicha. Así fue como, el 14 de febrero de 1981, en el Coliseo Regional de Huancayo, Los Shapis se presentaron oficialmente por primera vez en una actuación que se prolongó por más de 5 horas y en la cual, curiosamente, incluyeron no solo los éxitos de la cumbia del momento, sino canciones de Gloria Stefan o El Embrujo, de El Gran Combo.
Con ustedes, Jaime Moreyra y Julio Simeón, Los Shapis, unos de los binomios que ha marcado decisivamente el devenir musical del Perú de los últimos 40 años.
- Los años que llevan juntos nos hablan de una carrera sólida, de un grupo que ha sabido sostenerse a lo largo de diversas transformaciones del país. En ese sentido, ¿Cuáles creen que son los aportes principales de Los Shapis a este Perú contemporáneo? Porque puede decirse que hay una identidad del migrante en la costa o la capital antes de Los Shapis y otra distinta después.
Chapulín: Nosotros hemos enfrentado muchas cosas. Somos de Chupaca, de Juliaca, somos serranos decentes y sabíamos lo que estábamos haciendo, a pesar de que algunos nos despreciaran al principio en la capital. “Oye, serrano, ¿Tú que estás haciendo aquí?”, llegaron a decirnos. Hasta que ganamos el Festival de la cumbia en el Campo de Marte, en 1983. Al principio no los identificabas, pero con un par de tragos encima encontrabas hermanos de Huayucachi, de Chupaca, de Parinacochas, de Cajamarca, Huancavelica… En muchos había vergüenza de decir que eran serranos, pero nuestra presencia cambió eso.
Jaime Moreyra: Felizmente, ese desprecio porque somos serranos era solo de un mínimo de gente y, usualmente, vinculada a bandas de la competencia, con otros intereses. Pero el grueso de quienes nos veían en un escenario y acudían a un evento nuestro era una legión de décadas y décadas de provincianos que habían copado Lima, la capital. Esa cantidad de gente era la que más nos favorecía con su asistencia, con su alegría, con su identificación. Representamos a los peruanos que han llegado en las últimas décadas a las grandes ciudades de la costa. Si nosotros existimos y estamos vigentes es porque el grueso de la gente se ha identificado con la música de Los Shapis, porque somos sus representantes o referentes. Creo que ese ha sido el más grande aporte de Los Shapis en el proceso de identidad del peruano.
- Hay que recordar, además, que a inicios de los 80 empezaba a notarse con miedo la presencia del terrorismo en diversos puntos del país que ustedes recorrieron en sus conciertos. ¿Qué les viene a la mente de esos años?
JM: La década de los 80 fue muy pesada para el peruano, porque el país se partió. Era el gobierno de Alan, de las colas, de la escasez, el peruano sufrió bastante. A pesar de ello, la música nuestra se seguía desarrollando, caminaba donde quiera que fuéramos. Pero el terrorismo estaba en su mayor auge. En las carreteras hemos tenido encuentros con gente sediciosa, pero gracias a Dios no se metieron con nosotros. Alguna vez pensaron que habíamos grabado una canción dedicada a una labor del gobierno, pero se equivocaron. En esos años, nos dimos cuenta de que nuestra música era tan querida por el Policía que nos cuidaba como por la otra gente.
- ¿Cómo recuerdan los primeros días de Los Shapis?
CH: Al principio fue muy difícil. Trabajábamos gratis, solo por canje publicitario, por la promoción que nos hacían. Yo me iba de Huancayo a Chupaca solito en la noche después de tocar. Felizmente que el trabajo fue eficiente y nuestros temas pegaban. En algunas fiestas tocábamos hasta 5 o 6 horas seguidas. Hemos pagado derecho de piso. Hoy tenemos una tribuna ganada gracias a nuestro esfuerzo y sacrificio. Así llegamos a los grandes locales, a las grandes fiestas o a los estadios.
JM: Recuerdo que Huancayo, en los 70, era un terreno hermoso, bastante fértil para que las corrientes de la música pudieran desarrollarse. Esa tierra hermosa donde se consagró La Faraona del Folklore, Flor Pucarina, abre un espacio a fines de los 70 e inicios del 80 para la música tropical. Chapulín estaba con Los Ovnis, yo con Melodía y, después, con Karicia, pero luego pasamos un buen tiempo sin grupo. En ese momento es que nos encontramos de casualidad en Chupaca y empezamos a conversar sobre lo que serían Los Shapis, que en los primeros días no tenían ni nombre. Hasta que llegó el 14 de febrero del 81, salimos a tocar sin uniformes aún, sin instrumentos, con todo alquiladito y la banda tocaba por un bolito. Nosotros dos ni cobramos. Acabó el concierto y volvimos a nuestras casas a pie, pero contentos.
- Hoy, la sola mención de su nombre es influencia por sí misma. Pero en 1980, ¿Cuáles fueron las influencias musicales que pusieron sello en su sonido?
CH: Yo ya había cantado la música tropical andina con Los Ovnis, se escuchaban también Los Titanes –no los salseros, sino el grupo de cumbia de Tito de la Cruz-. Nosotros entramos con un estilo diferente, con onda andina. Había otros más “ahuaynaditos”, mientras nosotros éramos más pegados al ritmo tropical peruano.
JM: Soy músico autodidacta con la guitarra. Mis influencias fueron inicialmente peruanas, porque yo desperté a la música cuando salieron los primeros discos de Los Destellos de Enrique Delgado, con su cumbia sicodélica. También Pedro Miguel y sus Maracaibos, una banda con guarachas o sones; Manzanita y su conjunto, Los Beta 5. Yo los escuché mucho, hasta que nos tocó la oportunidad de hacer algo nuestro. La primera vez que salimos a un escenario no teníamos ninguna canción de Los Shapis. Ese día tocamos el repertorio de la música tropical de la época: Ecos, Chacalón, Beta 5, Destellos, El Súper Grupo. Fue una muy bonita época de formación de la música tropical en el Perú.
- En este punto, hay dos temas que merecen espacio. Primero, ¿Cómo Chapulín encuentra su propia voz, la cadencia de su canto y la personalidad de su entonación? Segundo, ¿Cómo se explica el estilo de ejecutar la guitarra de Jaime Moreyra? Porque en esa explosión creativa de ambos está la clave de Los Shapis…
CH: Yo nací en Chupaca. Allí escuchaba las canciones del Picaflor de los andes, la Flor Pucarina, los Huaylas, y yo, siendo de la tierra de los shapis guerreros, andaba en las chacras, los caminos y en la escuela ya cantaba. Ahí me reconoció el doctor Aquilino Castro Vásquez, historiador, filósofo, músico que me prepara en el coro para cantar zarzuelas representando a Huancayo en Lima. Así llegué también a cantar el Ave María de Schubert en latín. Después de un tiempo cantando música clásica llego a Los Ovnis, con quienes grabé el tema “Dime que sí”, que fue Disco de oro. Fuimos famosísimos en Huancayo, pero luego se les subieron los humos y me botaron por pedir un aumento de solo 5 soles (risas). Tras pasar por otros grupos, comencé a cantar con ese sabor a huayno, a pachamanca, al picante de cuy, a la fuerza viril del Huaylas y la danza guerrera de los shapis del Perú, que es el sonido que tenemos los hoy Intercontinentales Shapis.
JM: Como te comenté, Ricardo, soy un autodidacta. En mis inicios nunca he tocado más música que la tropical que escuchaba de la época. Eran grupos pioneros de la música tropical del Perú de los 60 y 70, además de otros extranjeros como Celina y Reutilio, Los Compadres, El Trio La Rosa, Pérez Prado y su mambo. Todo eso me hizo aprender a tocar guitarra, pues imitaba las mejores canciones, las partes instrumentales de estos grupos. Así aprendí, sin profesor ni yendo a “robar a una fiesta”, que es como se le llama a los que van a las fiestas a “robarle” las ejecuciones a sus integrantes viendo cómo tocan. Yo lo hacía en mi casa, nomás, y así aprendí los efectos de la guitarra, los staccatos, mordentes, arpegios, etc. Pero no tuve oportunidad de imitar otro estilo, sino de definir el estilo de Los Shapis con todos los efectos que aprendí a hacer y el apoyo de una época que escuché de cerca. También ayudó una caja de efectos Dynacord que sumaba para producir sonidos muy agradables. Como soy serrano, las cosas me salían con ese sabor a huaynito, andino.
-Hay quienes prefieren no usar el término “Chicha”, porque lo encuentran peyorativo. Prefieren que se le llame “cumbia” a todo, explicando, sí, el origen geográfico de cada estilo del género. Ustedes, sin embargo, siempre han preferido llamarse “chicheros”. ¿Cuál es la diferencia?
JM: Definitivamente, todo tiene un ir y venir. Cuando nosotros nacemos para el ambiente artístico somos pequeños, como un niño que nace, no sabe hablar, no sabe caminar, imita lo que los papás hacen o dicen, va creciendo. Entonces, cuando salimos, nuestro padre discográfico, Juan Campos Muñoz, le puso “cumbia” al género de las canciones en nuestro primer disco. Pero cuando fuimos creciendo quisimos aportar algo nuevo. ¿Cómo aportar a reforzar la identidad del peruano si seguimos bajo el yugo de una palabra que no es nuestra, que pertenece al hermano país de Colombia? Más bien, la cumbia es parte de lo que podríamos denominar nosotros chicha. Lo que hacemos es completamente diferente, así como es diferente también lo que hacen en el norte, en el sur o en la costa o la selva. Son distintos Agua Marina, el Grupo 5, los Hermanos Yaipén, Armonía 10. Lo que vino de Huancayo con Julio y conmigo lo logramos amalgamar y traerlo a la capital y tiene una base distinta. Lo nuestro tiene bachatita, bolerito, santiaguito, algo de cumbia, mambito, son, guarachita, salsita, con fuguitas, cortes, cambios de ritmo, efectos. Por eso yo no puedo ir al extranjero como peruano y decir que hago cumbia, cuando la cumbia es colombiana. ¿Qué van a decir nuestros hermanos colombianos? Sería como cuando los chilenos dicen que el pisco es suyo. Por supuesto que se van a sentir mal. Creo que algunos se han quedado en una época en la que los medios le endosaron a la chicha características de algo vulgar, común, informal, de baja calidad, negativo, pero nosotros hemos reinventado la palabra. Hemos estudiado e investigado muchas cosas para poder adoptar y ponernos el poncho de la chicha. La chicha tiene muchas cosas positivas. La palabra chicha es el hermoso y dulce vocablo por el que se conoce a la bebida sagrada de los incas. Estamos orgullosos del incanato, tenemos entonces que sentirnos orgullosos de algo que viene desde allí. La chicha se ha mantenido a través de los pueblos, de generación en generación. La chicha está en todo sitio y es una palabra hermosa, dulce, que une. Con el tango pasó algo similar. El tango venía de los arrabales y terminó en los grandes salones del mundo. A eso debemos aspirar con la chicha.
CH: La música es vida. La chicha es el huayno con la música tropical peruana. Es la realidad del hombre andino, selvático y costeño con guitarra eléctrica, teclado, batería. Es la posesión del huayno y la música tropical. Tiene huayno sin ser huayno, cantado por un serrano al estilo andino. Esa es la chicha, elemento del ande. Y el ande cruza todo el Perú. Nosotros somos chicheros, no somos cumbiamberos. Y somos cholos, pero intercontinentales (risas).
- A propósito de todo este tema, algo que se ha comentado mucho sobre la cumbia es que ha sido subestimada por una parte de la sociedad o de la llamada “cultura oficial”. Se llegó a decir que era un género muy sencillo que no merecía mayor análisis. De hecho, ustedes muestran algo de eso en su película “Los Shapis en el mundo de los pobres” (1986). Sin embargo, parece que en los últimos años esa tendencia ha cambiado. ¿Sienten ustedes que hay una revalorización de la chicha o de la cumbia?
JM: Sí, los tiempos han cambiado. La época en que llegamos a la capital desde los andes eran los 80 y, definitivamente, la discriminación y el racismo eran muy fuertes, eran evidentes, se dejaban notar en todos lados. Por eso muchos tenían temor y decían “Soy del Rímac”, “Soy de Miraflores”, “Soy de San Isidro”, “Soy de la rica Vicky”, pero cuando llegan estos pechos que nunca callaron su lugar de origen, sea Ayacucho, Chupaca, Juliaca, Tarma o Huancayo, hacen despertar al peruano que estaba en la capital por décadas y mirar como en un espejo a esos chicos que están en el escenario triunfando y cantando y que son serranos y no se ocultan, no se amilanan. Entonces, los que están abajo se sacan la careta y dicen “¡Paisanos, yo soy también de allá!”. Los Shapis han estado reduciendo las brechas entre los diferentes sectores de la sociedad. Hoy, felizmente, se abren mucho más las puertas. En ese sentido, nos gustó mucho lo que hizo Lucho Quequezana con la música en los Panamericanos. Ese tipo de acciones hacen que lo nuestro siga avanzando. Ahora, incluso, nos convocan para grandes eventos exitosos como Viva por el rock, que tiene más de 10 años, y el público rockero canta también nuestras canciones, pasamos buenos momentos con los jóvenes músicos también, con mucho respeto. Ahí se cumplió esa máxima que tenemos con Julio (N. de R: él llama a “Chapulín” casi siempre por su nombre de pila). Esa que dice: “No hay rockero bueno que no sepa su chicha”. (risas)
CH: Esas son cosas maravillosas. Hay otras más, como los recuerdos, los premios, los reconocimientos que otorga el Ministerio de Cultura, como el que nos dieron como “Pioneros de la música tropical peruana y difusores en el mundo entero”. Nos han hecho “Hijos predilectos de la Región Junín”, “Artistas del Bicentenario”, gracias a nuestros aportes a la música. Nosotros, además, nunca hacemos escándalos ni nos peleamos con nadie. Solo remamos nuestro barquito con un solo norte.
- Una de las columnas sobre la que se ha sostenido la carrera de Los Shapis son sus letras. Temas como “Borrachito, Borrachón”, “Mi tallercito”, “Como un errante”, “El Aguajal”, “Mi vecinita”, “Tienes tu dueño”, “Ambulante soy” o “Chofercito carretero” tienen mensajes que establecieron vínculos inmediatos con el público. ¿Cómo surgen o cómo se suman a su repertorio?
CH: Por eso decimos que nuestras canciones son las vivencias del hombre andino, costeño y selvático. El tallercito, el ambulante, la cervecita, el ladrón de amor. Son vidas reales, no ficticias. No son como cierta música que llega del extranjero a dañar a la juventud: la mete, la saca, la chupa, la bota, ¿Qué es eso? ¿Qué mensaje hay? Ricardo, ¿Tú llevarías al cumpleaños de tu mamá a cantar a ese grupo? ¡A ti y a ese grupo los botan! (risas). Pero llevas a Los Shapis y tu mamá sí te da un abrazo y te dice: “¡Contrátalos todos los años a estos jovencitos que tocan tan bien! (risas). La mayoría de canciones las hace Jaime, las acopla a mi estilo de voz, les da el feeling, y yo le pongo el ticket de golazo de media cancha.
JM: La fuente de inspiración es el amor, las diferentes emociones, tristezas, alegrías, trabajo, triunfo, etc. En mi caso, tengo la labor de ponerme a chequear, arreglar las canciones, prepararlas para la voz de Julio. Yo me he encontrado con historias de alguien y en dos estrofas de cuatro líneas cada una he hecho canción esas historias. Ha sido bonito y bien recibido por el público. “La novia”, “Chofercito carretero”, “Mi tallercito”, son historias reales que le pasan a un grupo humano que se identifica con ellas. El “Borrachito borrachón” dicen que se le canta al vicio, pero no, es un canto a la emotividad humana. Los Shapis ya somos unos clásicos en el acervo de la música nacional, entre el folklore y el tropical. A quien le gusta el folklore le gustan también Los Shapis. Agradezco al divino la fuerza y la mística que nos ha dado, porque ahora hay mucho respeto por nosotros.
- Otros sellos característicos de Los Shapis, aparte de su sonido, han sido su vestuario y los bailecitos, sobre todo el de Chapulín. Algunos los han asociado a Menudo, grupo juvenil que estuvo muy de moda precisamente cuando ustedes aparecieron en escena. ¿Cuál es la verdad del asunto?
JM: Es una casualidad. Nosotros comenzamos como todos los grupos, gateando, escribiendo nuestra historia desde cero. Comenzamos con ropa pegada al estilo cubano, pantaloncito con pretina, chalequito. Pero después quisimos buscar una identidad propia. Caminando por San Luis vi una tienda con unos polos Miami, de manga corta, originales, juveniles, frescos. Vi los colores que se parecían al arco iris o a la bandera que se le adjudicaba al Tahuantinsuyo. En Huancayo nos los pusimos con jeans y nos tomamos unas lindas fotos y ahí fue el cambio. Se notó la diferencia, pegó. En aquel momento nos mandamos a hacer más polos en talla “SS”, pero ahora ya somos “XXXL” (risas). Empezamos a usar la combinación de blanco, azul, rojo, naranja y amarillo, además de pantalón blanco, no pitillo, y mocasines blancos también. Con ese uniforme ganamos el Festival de la Cumbia Peruana que hizo el Ronco Gámez en el Campo de Marte en 1983. Además, comenzamos a movernos más. En los grupos antiguos nadie se movía. En Los Shapis, los bongoceros, timbaleros, cantante, coristas, guitarrista, todos bailaban, con nuestra banderola atrás. Fue una emoción y un cambio que le dimos a la música. Todo era un juego. Ahí los contratos fueron mejorando. Ya no tocábamos para 150 o 300 personas en un estacionamiento o una losa deportiva. Empezamos en coliseos y luego llevamos miles de personas, incluso a estadios. Ahí se da el salto de Los Shapis.
CH: Bueno, así como Jaime tiene sus composiciones, yo también tengo las mías. Una que la rompe en todos lados es “Ambulante soy”. Te la sabrás de memoria, ¿o no? (risas). Ha salido en series y películas nacionales. La mística del hombre peruano se marca ahí. Uno, cuando va a un escenario, inventa cosas para hacer reír al público, hacerle cantar, que su vida sea más alegre. En un momento hubo una productora que iba a hacer un spot publicitario con nosotros y no tenían el guion y se rompían la cabeza pensando qué hacer. Y ahí se me ocurrió mover las manitos y darme una vueltita bailando. Y eso les gustó y quedó. Así inventamos nosotros el baile de la chicha, muy decente, armonioso. Nada que ver con los que bailan cumbia haciendo los dedos como si fueran armas blancas, raspando el suelo, no. Eso no va con nosotros. Nosotros enseñamos al público cómo se baila la música chicha, porque es la música de los nuevos empresarios, ejemplos del pueblo, ambulantes que andaban en las calles, ocupando las veredas y hoy son dueños en Gamarra o en los malls de Los Olivos, en Huancayo, Ayacucho, Cusco, Huancavelica. Eso ha hecho que nosotros inventemos la manera de bailar hasta en el escenario. El baile no es achorado, es “acholado” (risas).
- Su primer disco, Los Auténticos, que ha cumplido 40 años este 2021, tiene una portada que recuerda al Road to Ruin de Los Ramones, una banda punk. ¿La influencia va solo por la portada o había algo más en ese grupo que los impresionó o con lo que se identificaban?
JM: No, Ricardito, es pura coincidencia. Nosotros somos completamente ajenos a esa propuesta, porque nosotros no hemos tenido ninguna influencia del rock, ni hemos escuchado punk, pero sí conocemos a Los Ramones, los músicos americanos. Tenemos la conciencia de que en ese entonces no había computadoras, sino un bocetista, un diagramador, un quemador para sacar las fundas de los longplays, y ahora en la PC todo lo haces solito. La idea debe ser del bocetista o del señor Juan Campos Muñoz -fundador de Discos Horóscopo, legendario sello del género-. Pero sí pues, es como el disco de Los Ramones con las caras mías, de Chapulin y de otros integrantes, aunque se confundieron un poquito, porque a Chapulín lo pusieron más alto que todo el mundo (risas). A la gente le gustó mucho. De hecho, sí sé que hay mucha gente a la que le gustan Los Ramones y también nuestro disco. La música cae por su propio peso. En ese disco hay variedad. No hay punk, pero hay cumbión, cumbia, chicha, guarachita, bolerito, timba. “Los Auténticos” fue uno de los discos más escuchados.
CH: La verdad es que no se sabe quién ha copiado a quien. Si nos han copiado a nosotros Los Ramones o a ellos los diagramadores (risas).
- Los Shapis han llenado estadios en todo el Perú, pero también han tenido la oportunidad de tocar tanto para peruanos que viven en el exterior, como para el público extranjero en Estados Unidos o Europa. ¿Cuáles son sus recuerdos o anécdotas más preciados?
CH: Tantas anécdotas que hay. Una vez, cuando fuimos a París, yo ya tenía los zapatos gastados y quería cambiarlos por unos nuevos. Salí a buscar a un montón de tiendas por toda la ciudad y no conseguía los que yo necesitaba. Un colombiano me había visto en ese trámite. Le dije que había buscado en todos lados y nada. Solo tallas 45, 44, no la mía. Me hizo una apuesta. Si él encontraba zapatos para mí en el lugar al que me llevara, yo le regalaba un casete del grupo. Acepté al toque y fuimos a una zapatería. Vamos hasta un lugar y ahí estaba la talla de mi zapato. “¿Ya ves?”, me dijo. Cuando veo bien el cartel de dónde estábamos, leo: “Sección Niños” (risas).
JM: A propósito de eso, creo que, para Los Shapis, tener la suerte de llegar a Europa es un sueño hecho realidad. A falta del idioma, la gente se conectaba con el ritmo. Hay lugares muy hermosos, como de postales. Recordamos Luxemburgo, Bruselas, la campiña francesa. Pero algo que recuerdo también muy bien sucedió en Estados Unidos, entre Nueva Jersey y Nueva York. Julio y yo nos fuimos en una camioneta hacia el local, junto con el empresario que nos contrataba, y todos los muchachos del grupo se fueron en otra. Aunque fuimos casi juntos, para no perdernos, nos separamos en un peaje y allá, si pasas una salida en una autopista, es todo un tema para retomar el camino. Llegamos al local en Nueva York Chapulín y yo, pero no ellos y ya estábamos con el tiempo encima. Esperamos más de media hora, pero el local tenía un horario límite y la fiesta estaba llena, nos estaban esperando para empezar a tocar ya. Por ahí había un músico dominicano, otro colombiano, otro portorriqueño, que ni se sabían nuestras canciones, pero los tuvimos que improvisar como parte del grupo que seguía sin llegar. Subimos nomás al escenario y la gente, al vernos a ambos, se alegró muchísimo, aplaudieron, se volvieron locos. Salimos a tocar con los hermanos latinoamericanos, pero no habíamos podido ensayar nada. Igual nosotros, de todos modos, hicimos lo nuestro, cantamos nuestras canciones. Estaba la guitarra, estaba la voz. Fuimos con todo y la gente cantaba, se sabía las canciones, ya ni le importaba lo que estaba atrás. Y así completamos los 40 minutos. Cuando terminamos, recién aparecieron los chicos de la banda (risas). Ahora nos reímos, es una experiencia para contarla, pero fue de bastantes nervios, muy incómoda.
- Ya en estos años hay muchas bandas, varias de ellas limeñas, que reivindican el sonido de Los Shapis. Están La Nueva Invasión, Bareto, Barrio calavera, Los Chapillacs en Arequipa, también bandas extranjeras, francesas, norteamericanas les rinden homenaje. ¿Cómo lo ven ustedes? ¿Cómo sienten el alcance de la chicha hacia el mundo?
CH: Claro. Nosotros tocamos con Chicha libre –banda de inspiración chichera formada en Brooklyn, Nueva York- en una discoteca de Miraflores. Fuimos invitados y nos llevaron al escenario y la gente se volvió loca. Queríamos acompañar a ese grupo de neoyorquinos que hace música chicha igual que nosotros. Nos alegró mucho, fue importante conocerlos. Es un paso más que hemos dado con ellos, porque nos están promocionando también como los auténticos y originales creadores de la chicha. Nos alegra que nos reconozcan y nos saluden.
JM: ¿Sabes la diferencia, Ricardo? Mira, vemos cómo afuera grupos de otro entorno, de otra sociedad, ven con optimismo la música de los peruanos, la música tropical. Si sé que hay otros grupos. Uno en Tucson, Arizona, Chicha Dust, que ahora se llaman Xixa; después también el grupo de nuestro amigo Oliver Conan que menciona Julio, Chicha Libre; en Chile está La Chicha y su Manga o Ekeko. En Brasil también hay grupos, en Francia otros, entonces es una muestra de que fuera de nuestras fronteras la valía de la música tropical, la movida, es importante y va avanzando. Es un momento en el que todos debemos estar unidos. Así podemos ser potencia musical. El mundo de la música peruana está lleno de distintos estilos y es hermosísimo. Yo invoco desde aquí a todos los creadores peruanos para unirnos y encontrar un nombre común para que nuestra música salga al mundo.
- ¿Cómo ven el futuro de aquello que hace décadas, con un Perú distinto, comenzó a llamarse “Shapimanía” y que se mantiene viva hasta hoy?
CH: Bueno, si Dios quiere seguiremos dándole, metiendo mano a la música, como debe ser y vendrán nuevas generaciones y seguirán nuestros pasos, porque tenemos una línea y un norte muy bien marcado y tiene su nombre: chicha, cantada por los Intercontinentales Shapis.
JM: Si hablamos de “Shapimanía”, hablamos de quienes son fieles seguidores de nuestra música y de todos los públicos que vamos logrando en el camino del mundo. Gracias a Dios, la música ha llegado a un lugar donde parece que se ha ubicado en un cubículo donde están las obras del acervo nacional. Escuchar “El Aguajal”, “La novia”, “Ambulante Soy”, “Chofercito carretero”, “Mi tallercito” y saber que ya son clásicos de Los Shapis es muy bonito. Creo que eso nos ha ubicado en un lugar que nos da el espaldarazo de haber hecho un grupo con una brillante trayectoria, sin hacer uso mediático de problemas familiares o internos para buscar titulares en la prensa. Hemos sido siempre gente de perfil bajo, pero siempre somos coherentes con nuestra propuesta musical y no termina. Siempre habrá nueva gente que quiera conocer lo nuestro y ahí estaremos nosotros para ponerlos en conocimiento de qué somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos.
- Antes de terminar esta entrevista, quiero que me cuenten un secreto. ¿Cómo han hecho ambos para seguir trabajando juntos después de 40 años? ¿Cuál es la clave?
CH: La personalidad que tenemos, la humildad, el profesionalismo. Los temas que hemos grabado son una base central para seguir adelante juntos y seguiremos porque tenemos esa enseñanza de nuestros padres, que cuando estemos más alto, ser más humildes. Porque si caemos, lo hacemos en las manos del pueblo, no al suelo. Ellos nos estiman y nosotros también los queremos y complacemos con nuestras canciones.
JM: Nosotros somos gente mayor. Yo tengo 69, como Apdayc, y Julio está también en base 6. Hemos aprendido a respetarnos, aunque tenemos diferentes caracteres, diferentes formas de expresión, no vamos a negarlo. No tenemos porqué ser gemelos, tenemos diferentes formas de pensar, de repente, pero lo importante es que con las pruebas en la mano va lo que es correcto. Julio pone lo suyo, yo lo mío y lo que tiene la razón es lo que pesa con sustento, eso se hace, no se hace lo que yo quiero o lo que él quiere, sino lo que queremos los dos. Y si él quiere verde y yo azul, promediamos un color al medio y eso es lo que manda. Hemos aprendido también a repartirnos las responsabilidades y tenemos una forma muy peculiar de trabajar, sin ningún papel firmado, sino con la palabra, porque la palabra de un Shapi vale más. Así es como Julio Simeón Salguerán y Jaime Ventura Moreyra Mercado nos mantenemos unidos para toda la vida ya, creo, porque separarnos a estas alturas defraudaría a una legión de fans que nos ha seguido, nos sigue y nos seguirá. Juntos somos un mal necesario (risas). Agradezco al divino por el talento que nos ha dado y por tener la suerte de compartir con Julio, es un gran valor, un gran cantante, buena persona, cuando se propone algo tiene que hacerlo, porque sabe que ese es el único camino. Hasta ahora se mantiene cantando como cuando era joven. No baja del rango de 4. 40. Cuando estamos en concierto, a veces paramos para que el público no crea que es una grabación, sino que lo oigan cantar a capella y vean lo bien que lo hace. La gente piensa que en su termito lleva su té piteadito con pisquito, pero no, desde hace varios añitos Julio toma manzanilla con estevia nomás (risas). Estamos seguros de que el público, en esta época “pospandémica” nos verá con oídos rejuvenecidos. Tenemos muchas ganas de volver a la normalidad para poder seguir haciendo lo nuestro y mucho más de lo que hemos hecho antes.
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