Pocos son los artistas que logran congregar en dos fechas -y hacer sold out en una- a más de 50 mil peruanos en el Estadio Nacional. Muchos menos son los que consiguen que las tribunas, acostumbradas a alentar a la Selección Peruana, ahora coreen el nombre de un artista mexicano durante más de dos horas en lo que pareció un viaje a través del tiempo la noche del sábado.
No necesitó presentación ni mencionar palabra alguna por los cinco años de ausencia en los escenarios peruanos. Su voz estaba reservada, veinte minutos después del horario establecido, para cantar el tema “No culpes a la noche” -versión en español del tema de Michael Jackson “Blame it on the Boogie”- para luego seguir inmediatamente con “Amor, amor, amor”, hecha por Gabriel Ruíz Galindo, segundo tema de la noche que levantó a todos de sus asientos.
Desde el momento en que se anunció su concierto en el Estadio Nacional, la figura de Luis Miguel estaba presente para los grupos de fans que preparaban carteles, banderas y figuras que alzarían como ofrendas al Sol de México en las dos fechas prometidas. Con su arribo, su figura de hombre imponente fue la más buscada, pues no siempre uno de los pocos divos latinoamericanos camina por Lima.
Su agenda varía, sus exigencias también. “A Luis Miguel se le perdona todo”, explica a su hija una seguidora del cantante por la tardanza. Y no solo eso, también se le permite todo. De ahí que el jueves por la noche se desvelara en el departamento de unos conocidos, para luego lanzar una toalla con su perfume por el balcón para que algún afortunado cogiera el presente, que según aclaró la afortunada, no está a la venta.
El espectáculo continuó, acompañado por el estruendo de la ovación del público cada vez que encontraba la oportunidad, además de mareas de voces que repetían cada palabra del cantante y explotaban de furor con cada movimiento extravagante. Con una sonrisa en el rostro y una energía que parece recobrar en los escenarios, Luis Miguel nunca paró.
El repertorio cuidadosamente seleccionado abarcó todos los aspectos de la carrera de Luis Miguel. Desde sus éxitos más emblemáticos hasta las melodías más recientes, cada canción fue recibida con entusiasmo y aplausos por parte del público. Temas como “Por debajo de la mesa” compuesto por Armando Manzanero, “Suave” de los compositores Orlando Castro y Kiko Cibrián y “La incondicional” escrita por Juan Carlos Calderón resonaron en el estadio, llevando a los espectadores a un frenesí de nostalgia, con gritos repentinos y lágrimas sobre algunos rostros.
Pero más allá de la música, la magia de Luis Miguel está en lo imperecedero de sus temas que convocó a más de tres generaciones en el Estadio Nacional. La voz cambia, la edad también, pero la pasión por el hombre que brillaba con luz propia en el escenario es la misma. Y no es para menos el efecto hipnótico que genera Luis al llegar a notas imposibles manteniendo la compostura bajo un traje que parece ser su vestuario habitual.
Las baladas mexicanas clásicas aparecen con un grupo de mariachis tocando un popurrí al grito de ¡Viva México! y el tema “Nosotros”, popularizado por el Trío Los Panchos. Luis Miguel se sabe todas esas canciones de memoria, cantándolas con una naturalidad envidiable para cualquier artista moderno. Otra genialidad del cantante mexicano es la falta de autotune o playback, a sus 53 años aún conserva su voz como la primera vez que cantó en el Perú en 1990 en el coliseo del colegio San Agustín.
Por si no fuera suficiente con la voz de Luis Miguel, aparece la voz de Frank Sinatra, cantando “Come fly with me”, un dúo impensable en las anteriores presentaciones de Luis Miguel, que aparece como muestra de que los clásicos nunca pasarán de moda. Decenas de carteles de corazón aparecen como signo de aprobación, el feat inesperado es un éxito.
A medida que la noche llegaba a su fin, el Estadio Nacional reflejaba todo el calor de este inusual verano. El baile se hace nuevamente presente, los aplausos al compás de los chasquidos de divo también. El escenario se encendió con la sonrisa de Luis Miguel tras sujetar una cámara que confirmaba el paso de los años, con un semblante maduro, centrado e inagotable. Sin más palabras, se retira, pues la primera noche acaba con “Cuando calienta el sol”, pero aún resta la segunda noche para que salga el Sol.
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