La más reciente revelación de la música sudafricana, Tyla, con sólo veintidós años y un único álbum en su haber, parece destinada a convertirse en la próxima superestrella del pop global y en la encargada de enseñarle al mundo el “popiano”, un género musical nacido en Johannesburgo a partir de la fusión del pop y esa amalgama de jazz y músicas de baile sudafricanas llamada amapiano.
Desde el lanzamiento de su primer sencillo, “Getting Late” (2019), la carrera de Tyla ha ido en ascenso constante. En 2020 abandonó la universidad para dedicarse por completo a la música, firmó con el sello transnacional Epic y lanzó un puñado de singles que la convirtieron en la sensación de la escena sudafricana de pop. El punto de quiebre llegó con “Water” (2023), irresistible single que definió su estilo: una base rítmica que atenuaba los pulsos asimétricos de esa radical música de baile sudafricana llamada Gqom, que entretejía sintetizadores y pianos eléctricos para destacar los más sutiles contornos melódicos del amapiano, y que fagocitaba el R&B afroamericano de finales de los años 90, en especial aquel que Aaliyah y Timbaland perfeccionaron en el álbum One in a Million.
El estilo en cuestión resultó siendo un nuevo género musical: el “popiano” –neologismo que designa la mezcla de pop y amapiano– con el que Tyla ingresó al Top 10 de los Estados Unidos, digamos, con la oportuna ayuda de un video de TikTok, donde “Water” se usó para animar un reto de baile. Ahora, poco menos de un año después del lanzamiento de esa canción, la cantante publica su primer álbum, –el homónimo Tyla, lanzado el 22 de marzo– donde demuestra su extraordinario dominio de los recursos expresivos del popiano.
Poseedor de un lenguaje cosmopolita –un idioma reconocible por los aficionados al pop en todo el mundo, pero cuyas inflexiones y acentos mantienen sus raíces locales– Tyla tiene el poder de resultarle familiar a quienes gustan del R&B de los últimos veinte años –Rihanna, Cassie, Ciara, etc.– de la música electrónica contemporánea –desde las texturas sensuales del deep house hasta los pulsos quebrados del dubstep– e incluso a quienes buscan sonidos novedosos en las músicas de baile del caribe como el dancehall y el reggaetón, pero manteniendo una fuerte personalidad regional gracias a su matriz musical sudafricana. Todo ello le da al disco un gran atractivo, pero el verdadero encanto del álbum está en la voz de Tyla, cuyo timbre candoroso otorga a las letras –a menudo relacionadas con novios maliciosos– una suerte de ingenuidad que se escabulle a duras penas de la maldad que hay en el mundo. La temática de las canciones, junto con los sutiles melismas con los que Tyla adorna su voz, hacen que el álbum sea, al mismo tiempo, un resumen de las nuevas tendencias del pop sudafricano y un nuevo posible camino para el futuro del R&B y, por qué no, del pop global.
Luego de ganar un Grammy –el premio que la Academia le otorgó a “Water” inauguró la categoría de Mejor Performance de Música Africana– y de ingresar simultáneamente al top 25 de seis países gracias a su álbum debut, Tyla parece haber logrado una tarea heroica: convertir un género musical creado en Sudáfrica –entre otros, por ella misma– en un nuevo estilo de música pop viable y rentable para el mercado internacional. Hace unos tan sólo unos meses, tras el lanzamiento de “Water”, la cantante declaró que su mayor sueño era convertirse en la primera estrella de pop sudafricana. Al parecer, está a punto de lograrlo.
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