Después de 20 años, el escritor Ricardo Sumalavia ha reeditado “Retratos familiares”, un conjunto de ocho relatos escritos entre 1995 y 2001 que, entonces, rompieron de alguna manera con esa tradición literaria que seguía los cánones del cuento centrado en un conflicto y que debía ganar por un asombroso knock-out a los ojos del lector, tal como lo pedía Cortázar. Por el contrario, estos retratos propuestos por Sumalavia eran más bien cuentos de atmósfera, en los que aparentemente pasaba poco, pero que debajo de esos hechos cotidianos, de esos personajes comunes, se tejían misterios, secretos y calladas perversiones. Sobre eso conversamos con el autor, además de los derroteros de la narración en este ya no tan nuevo siglo XXI.
¿Por qué te animas a reeditar tu libro 20 años después? ¿Por qué estos relatos pueden resultar interesantes para nuevos lectores?
Primero, porque creo que los seres humanos tenemos una fascinación por los números redondos, por los ciclos, porque nos invitan a cuestionar lo que hemos hecho y lo qué podemos hacer. Esa condición, me llevó a mirar este libro publicado hace 20 años y preguntarme, desde lo personal, cómo había ido cambiando mi narrativa y de qué manera seguía o no vinculada a la de hace dos décadas. Hoy, podemos decir, que han pasado muchas cosas en el mundo. Por ejemplo, ahora, los escritores ya no están preocupados por esa estructura clásica del cuento, aquella en la que ganaba por knock-out, sino ahora hay una mayor apertura a cuentos en los que no necesariamente hay un conflicto explícito o sugerido. De esta manera, pienso que, a lo mejor, estos cuentos que, para algunos lectores, hace 20 años no eran redondos o cortazarianos, ahora pueden ser leídos quizás de otra manera.
En el prólogo de esta edición dices que has intentado escribir con técnicas e historias diferentes, pero te has dado cuenta de que no puedes escapar a tus estructuras internas, ¿cómo las definirías?
Quizás en 2001 y antes, durante mi estancia en Corea, entre 1997 y 1999, tenía en la mochila toda la carga de la tradición literaria narrativa peruana, donde el realismo tenía una fuerte impronta y donde lo que se alejaba de esta línea era marginal, incluyendo el cuento fantástico y las formas híbridas eran consideradas todavía más extrañas. No niego que hubo una buena recepción de este libro, pero también hubo cierta distancia. Claro, antes había publicado un libro más raro todavía —“Habitaciones”— y yo creía que con este libro de alguna manera iba a reinsertarme en la tradición del cuento cortazariano, pero sucede que ya tenía una voz narrativa en formación que se iba alejando de ello, en la que tiene más presencia la atmósfera que el conflicto, digamos, sin negar que se pretende mostrar también algunas capas de un conflicto en tensión, de una situación latente.
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Esa voz narrativa se entronca con esa tradición de cuentos sobre familias, en las que prevalecen los secretos y las historias escondidas bajo la alfombra.
Definitivamente, el tema familiar ha aparecido en toda mi narrativa. Mi última novela “Historia de un brazo” es la visión de un hijo frente a su padre. Esa idea todavía me sigue estimulando y causando curiosidad, siempre he creído que todas las familias guardan secretos que pueden hacerse evidentes o no, pero que están ahí latentes. Quizás, en algunos de estos relatos, se puede dar la impresión de que no sucede nada, pero hay un trasfondo en el que hay un secreto mucho más complejo que no necesito evidenciar. Es saber que hay algo escondido, que hay un baúl cerrado, y no necesito abrirlo. Solo la presencia del baúl es ya la problemática en sí del cuento.
Justamente, ahora que mencionas “Historia de un brazo”, en uno de estos cuentos, ‘La ofrenda’, una de las protagonistas también tiene una protuberancia, ¿es como un anticipo de ese acercamiento a lo monstruoso en tu narrativa como metáfora de lo singular que todos tenemos?
Ahí hay dos planos: en uno está justamente ese diálogo entre mis escritos. En “Historia de un brazo” se habla de ese personaje, y de alguna manera esa protuberancia del personaje de ‘La ofrenda’ ha crecido hasta convertirse en un brazo en otro sujeto en la novela. Fíjate, eso de tener otro brazo está en el ámbito de lo posible, pero nos causa repulsión, nos parece grotesco y al mismo tiempo nos causa curiosidad. Eso también me ha intrigado, lo grotesco, y eso lo vinculo en estos cuentos con Lima. Yo he crecido en el centro y en “Retratos familiares” este aparece como un escenario grotesco, donde pueden surgir personajes esperpénticos, pero desde una mirada cotidiana.
¿De qué manera haces coincidir tu papel de académico, de profesor de literatura, con el de escritor?
Yo siempre he tenido claro que mi actividad principal es la literatura, y sobre todo escribir ficción; pero además tengo otras actividades como la docencia de la literatura y mis estudios sobre literatura asiática, especialmente coreana; pero de alguna manera todas estas actividades intervienen en mi escritura de ficción. En mi caso, no es que me convierta en un comisario de mí mismo, sino por el contrario eso me estimula. Puedo dar un seminario sobre literatura coreana y esa actividad me puede estimular para un cuento, para una novela. Creo que de esa manera logro conjugarlo.
Pienso en tu relato ‘La última visita’, en el que creas este personaje relacionado con los libros, ¿tal vez es el más cortazariano de tus relatos?
Sí, fíjate. Que sostenga que puedo tener cuentos que no apuntan a ser catalogados como cuentos redondos, no niego que puedo haber escrito algunos en esa línea y que me gustan. En el caso del cuento que mencionas, ya tenía supuestamente el libro completo, pero, como digo en el prólogo, pasé por una etapa de problemas de salud, y escribir ese cuento me sirvió para exorcizar esos males. Ahí, de alguna manera, conjugo la autoficción con lo fantástico, con esa imagen del doble. En otra novela, “Mientras huya el cuerpo”, mi experiencia académica nutre la ficción y eso también está en “No somos nosotros”, que creo es el libro que equilibra lo intelectual con lo sensible.
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Tu papel como seleccionador de antologías ha sido importante en los últimos años y eso te ha mantenido en contacto con escritores nuevos. Desde esa experiencia, ¿cómo ves la narrativa peruana actual?
Siempre he intentado estar al día en lo que se está escribiendo, no solo en el Perú, sino también en América Latina y otros países y por mis temas académicos veo lo que pasa en Asia. Cuando viví en Francia, trabajé en la sección Adquisiciones de la biblioteca de la universidad, y tuve oportunidad de poder revisar lo más interesante que se publicaba en Chile, en Argentina, en México, en Colombia, en el Perú, etc., ahí pude tomar conciencia de las semejanzas y las diferencias entre las distintas literaturas, esto me lleva a afirmar que en el caso peruano somos hasta cierto punto más convencionales, más solemnes. Mario Vargas Llosa sigue siendo el paradigma de muchos escritores, Julio Ramón Ribeyro sigue siendo un paradigma en el cuento, cuando su primer cuento lo publicó a inicios de la década del 50. En Argentina, pueden admirar a Borges, a Cortázar, pero ya nadie escribe como ellos; en cambio aquí se sigue escribiendo a lo Ribeyro, y lo ves cuando eres jurado en los concursos de cuento, cuando recibes los libros que te hacen llegar. No digo que eso sea bueno o malo, estoy solo describiendo una situación. Tenemos esta tendencia, en el caso peruano, a mantener esas formas. Pero, al mismo tiempo, con la globalización y las nuevas tecnologías, los más jóvenes están más al tanto de la producción literaria que nos rodea. De tal manera que hay más elementos comunes entre estos jóvenes escritores, en la música, en las series, en el cine. Todos se han nutrido de Tarantino de alguna manera. La propia noción de ficción se ha puesto ahora en cuestionamiento, lo que era nuestro punto de referencia, la realidad, ya cada uno la ve de manera distinta. Eso hace que nada permanezca fijo, y si hablamos de literatura eso supone cambios. ¿Hacia dónde vamos a llegar? todavía no lo sabemos, pero quiero creer que vamos a seguir explorando.
En la feria Ricardo Palma
“Retratos familiares” se presenta el viernes 10, a las 7:00 p.m., en la feria Ricardo Palma. Los presentadores serán los escritores Enrique Planas y Pilar Quintana.
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