En el juego de la vida, cada quien hace su apuesta. En “Jugadores”, cuatro hombres a punto de la jubilación vuelven a reunirse alrededor de la mesa de cartas. Todos son outsiders, marginados, ninguno lleva nombre. Son un profesor de matemáticas, un barbero, un actor, un enterrador. Cada uno tiene una historia que contar: uno se excita al robar en el supermercado y con retratos de Dean Martin, otro se ha enamorado de una prostituta nacida en los Balcanes, otro teme que su esposa lo cambie por otro, y otro debe enfrentar un juicio por golpear a un alumno. Nada los vincula más allá del juego, de la adicción a la adrenalina, del sueño de, por alguna vez, sentirse un ganador. Pero lo cierto es que han pasado los años y ellos lo han perdido todo. ¿Podrán tener su revancha?
Conversar con el elenco de la obra escrita por el catalán Pau Miró y dirigida por Mateo Chiarella es un privilegio. Es lo más cerca de entrevistar al “Rat Pack”, les digo y ellos sueltan una carcajada. Ricardo Santistevan, Alberto Isola, Ricardo Velásquez y Américo Zúñiga son cuatro notables actores con medio siglo de vigencia. Este año Isola y Santistevan han celebrado 50 años de carrera actoral. Velásquez alcanzó la marca en el 2020, ya que lleva actuando en televisión desde los 7 años. Por su parte, Zúñiga lleva 47 actuando para cine y la caja chica. Un verdadero bicentenario de carreras sumadas sobre las tablas.
El estreno de “Jugadores” entusiasma no solo por verlos actuar juntos, sino porque su regreso representa la recuperación ya evidente de nuestra actividad escénica. ¿Cómo viven este regreso?
Alfonso Santistevan: En nuestro caso, estamos recuperando el espacio escénico de Aranwa. Además, estamos recuperando un proyecto que no pudimos hacer por la pandemia. Es como resarcirse. Realmente es una alegría.
Alberto Isola: Para mí es una mezcla de entusiasmo y de miedo. Y me parece bueno eso. No había parado en mi carrera, algo que solo me pasó por la pandemia. Volver es algo que uno quiere y que teme un poco al mismo tiempo
Ricardo Velásquez: Para mí es gratificante y vital. Mi viaje siempre ha sido incierto: he trabajado mucho en televisión y el teatro era como un apéndice necesario pero no prioritario. A partir del 2004, cuando se inició el teatro La Plaza, el teatro se ha ido convirtiendo en mi realidad presente. Como a todos, la pandemia me sentó. Y he extrañado mucho el escenario, compartirlo con el colectivo.
Américo Zúñiga: Lo mío es entrar a congraciarme con un padrastro. Así veo yo al teatro. Toda la vida me ha fascinado, pero yo he tenido muy poco teatro. Por el tema del “biotipo” muchas veces no soy requerido en los montajes. ¡Si quisiera hacer Shakespeare, con las justas podría hacer Otelo! Aquí estoy más que emocionado. ¡Si el miedo blanqueara, ya estaría albino! (ríe). Disfruto mucho de la generosidad de estos monstruos con los que alterno acá.
¿Cómo fue vuestra ceremonia íntima para celebrar 50 años en la actuación?
Alfonso Santistevan: Te confieso que no me hace muy feliz cumplir 50 años en el teatro. No porque no los haya disfrutado, sino porque cuando uno comienza a contar años y celebrar, es como si se estuviera acabando la cuerda y a uno empiezan a meterlo en una gaveta. ¡Y eso me aterra! La verdad, espero tener cuerda para mucho más, sea actuando, escribiendo, dirigiendo. Uno empieza a mirar desde un punto de vista más histórico, pensando que, quizás, habría que revisar lo vivido, lo hecho, las cosas que nos han pasado y qué es lo que podemos hacer ahora. Cuando cumples 50 años en el teatro ya no estás vigente. ¡Hay un montón de gente detrás de ti haciendo un montón de cosas!
Américo Zúñiga: Yo tengo 42 años actuando y no he hecho casi nada de teatro. ¡Y es lo que más amo! Para mí el teatro es el papá que, con las justas, te firmó. Soy el actor que tiene más cine en el país, con más de 45 películas. Y también el más editado: hago 14 escenas y suelo salir en una (ríe). Cuando te llaman para darte un premio a la trayectoria, uno piensa: ¡qué viejo estás!
Ricardo Velásquez: No he reflexionado mucho sobre eso. Mi hermana, que es un año menor, en el 2020 me dijo para hacer algo, pues ambos comenzamos en la misma obra, hace 50 años. ¡Pero lo que falta en mi familia son productores! Somos actores, trabajadores del llano. Y se nos pasó: la pandemia justificó nuestra apatía. Este año, mi madre cumple 50 haciendo Vallejo en plazas, escuelas, teatritos, y festivales internacionales. Es una labor de divulgación muy importante. Celebrar eso con un recital de despedida para mí sí tiene mucho valor.
La apuesta de “Jugadores”
“Jugadores” nos habla de hombres agotados, que lo han perdido todo, que se encuentra en el punto más bajo y están obligados a levantarse. Es una obra sobre la masculinidad sin propósito. ¿Cuál puede ser la lucha hoy de personajes mayores de sesenta años al borde de la jubilación? ¿Queda un propósito en ellos?
Alberto Isola: Para mí, demasiados. Llega un momento en que empiezas a chocar entre lo que sientes, lo que quieres hacer, las energías que todavía sientes que tienes, contra un mundo que te empieza a alejar. Los hombres de esta obra quieren seguir viviendo en un mundo en que las generaciones que vienen detrás de ti no son nada amables.
Alfonso Santistevan: Efectivamente, mi sensación es que hablamos de una generación desconcertada. No has terminado de entender dónde estás y ya no estás en ningún lado. No es casual que el personaje que interpreto sea recientemente huérfano. Esa orfandad lo tiñe todo, el mundo, las cosas, la vida. Pero por otro lado, no olvidemos que son jugadores: son hombres que lo arriesgan todo, que lo apuestan todo, aunque puedan perderlo todo. Tengo la sensación de que la obra responde al momento tan específico de la crisis española: trata de dar cuenta del espíritu de una generación que, de pronto, abrió la puerta un día y ya todo estaba acabado para ella. Y no saben qué hacer. Ya no tienen lugar. Por supuesto, contado con muchos puntos de humor: un humor negro que te lleva a preguntarte de qué te estás riendo. Es algo muy trágico.
Ricardo Velásquez: Acá hablamos de hombres solos y viejos, pero no estamos frente a las grandes víctimas de la historia. Somos simplemente el paso que se da con el tiempo. Habrá pasos parecidos que darán las generaciones que nos siguen.
Alfonso Santistevan: ¡Igual creo que hablar de vejez en nuestro caso es una exageración! (ríe)
Ricardo Velásquez: ¡Ustedes discutan eso. Yo estoy muy tranquilo! (ríe).
En la obra, a pesar de que los personajes tienen historias para intercambiar entre ellos, pareciera que nunca son capaces de escucharse entre ellos. ¿Es una característica masculina ser incapaz de escuchar empáticamente al otro?
Alberto Isola: Depende, pero en verdad, alcanzar esa comunicación es una excepción. En el caso de mi personaje, que es un enterrador, no se sabe nada de él. Es, literalmente, una tumba. No quiere saber de familias y la relación con una mujer lo pone muy nervioso. Quiere mantener uno de los grandes mitos de la masculinidad: la independencia. En la obra hay gestos de cariño entre todos los personajes, pero siempre muy toscos. No dicen ciertas cosas por no sentirse en peligro, disminuidos.
Alfonso Santistevan: Reconocerse como parte de una tribu de solitarios también crea una cultura distinta. Y en ese sentido, es maravilloso el tema de compartir relatos. Cada personaje tiene un relato que hacer, y lo hace con unas enormes ganas de comunicar. Es muy del teatro contemporáneo esta intención de incorporar y cruzar relatos, aunque no te digan nada sobre el personaje. No se trata de una introspección que le aclare algo al espectador. ¡Son relatos sobre cualquier cosa!
No tienen que ver y a la vez sí...
Alfonso Santistevan: Así es, porque depende de quien lo cuenta, no solo qué es lo que cuenta.
¿Y contar esos relatos no resulta anti dramático? ¿No nos estamos trayendo abajo las lecciones de Aristóteles con eso?
Alfonso Santistevan: Te contesto desde la dramaturgia: si uno lleva un taller básico de dramaturgia, lo primero que tiene que decir es que el drama ha muerto. A partir de fines del siglo XX, el drama empieza a ser otra cosa. Uno podría preguntarse qué es “Esperando a Godot”, por ejemplo. ¿Cumple con el drama? por supuesto que sí: hay en la obra una unidad de espacio, tiempo y acción. Tiene una acción dramática que va de principio a fin. Sin embargo, encontramos unos relatos en el medio de la obra que no conectan, que más bien destruyen el drama por dentro. Una obra de este tipo no deja de ser dramática, pero sí resulta también anti-drama en el sentido de que trata de meter “cuñas” en la historia para evitar ese efecto dramático.
Interesante hayas tocado la obra de Beckett. El inicio de “Jugadores” tiene mucho de “Esperando a Godot”, una larga espera por alguien que no conocemos.
Alfonso Santistevan: De alguna manera, a partir de los años 70 todos somos hijos de Beckett. Pero también la obra tiene algo de Sartre, de Camus, algo del existencialismo, de Harold Pinter y el teatro de la ira. Pau Miró recoge todo esto para presentar una comedia muy negra.
En la obra, el juego define el vínculo de los personajes. ¿Cómo asumen ustedes el juego, un tema tan demonizado?
Mateo Chiarella: Cualquier tipo de juego es sumamente teatral. El teatro es un juego en sí mismo. Y como símbolo es muy interesante. Mezcla el arrojo y la suerte. Simbólicamente, todo lo que tenga que ver con el juego en la obra va recorriendo su propio camino y va diciendo algo. El juego es a veces tan caprichoso que, a veces no teniendo las de ganar, ganas. Y eso me parece fascinante.
Alfonso Santistevan: El juego es también la adrenalina, aquella sensación de, más allá de ganar o perder, estas allí. Eso es lo que hace sentir vivos a los personajes. Es una metáfora de la posibilidad de no estar al margen. Ellos están al margen de todo y lo saben. Pero el juego es una forma de entrar a la vida. Y aunque pierdan constantemente, siguen apostando.
Sepa más
Lugar: Teatro Ricardo Blume, Jr. Huiracocha 2160, Jesús María. Estreno: 2 de abril. Temporada: Viernes y sábado, 8 pm. Domingo, 7 pm. Entradas en Teleticket, 44 y 34 soles.
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