Cuando se está frente a la puesta en escena de “Personas, lugares y cosas”, uno no encuentra a Jimena Lindo. Es la protagonista, pero aún así ella no se deja ver; predomina el personaje que ha construido, una mujer atrapada por sus propias adicciones que, internada en un centro de rehabilitación, tiene que enfrentar los motivos detrás de esta dependencia. Ojos hundidos, pómulos que se alzan sobre el rostro; su personaje vive al límite, para ella cada movimiento equivale a pelear por preservar la vida.
“La verdad, es algo en lo que ni siquiera he pensado esta vez; en transformarme, en ser otra, ni siquiera se me ha pasado por la cabeza”, contó Lindo en entrevista con El Comercio, después de uno de los ensayos. “Lo más importante para mí en este proceso ha sido entender, comprender desde un lugar amoroso, empático, cercano a este personaje, y lo que haya salido pues ojalá sea bueno”, añadió sobre la obra basada en el texto del británico Duncan Macmillan, que no solo presenta diálogos, sino toda una propuesta visual para representar la oscuridad de la mente humana, así como el síndrome de abstinencia.
Esta es una de esas obras que debieron estrenarse en 2020, pero que la pandemia canceló. Cuatro años después, la oportunidad volvió a presentarse y al parecer ha sido para bien; Lindo se siente más preparada para abordar un personaje como Emma, una actriz en crisis. “Podría haberlo hecho en 2020, sí, pero ahora siento que puedo comprender mejor, siento que tanto el director como yo hemos madurado y que abordar un tema como este, abordar personajes como los que estamos enfrentando, se siente mejor ahora”, resaltó. Hablando del director, la actriz destacó el trabajo de Juan Carlos Fisher, en especial su aproximación hacia el juego, lo cual relaja a los actores para que den lo mejor de sí. Lindo menciona que trabajar con un tema tan intenso como este requiere un enfoque lúdico, con optimismo.
El personaje no está en el mejor momento de su vida, pues no solo las drogas la dominan, sino que no se siente como alguien pleno; cree que cualquier cosa que haga no será suficiente. Al mismo tiempo, se cierra en sí misma, no deja que nadie la conozca, miente para mantener a los demás alejados. “La obra va desde la negación, aceptación, hasta la rendición. Es todo un arco del personaje. (Emma) no quiere develarse porque, inconscientemente, el personaje siente que como ser humano no casi no existe, casi no es no es suficiente, y eso es lo que viene de su historia, que es algo que ella va a empezar a aceptar en el transcurso de la obra”.
Lindo es lo opuesto a Emma. Hay luminosidad en su semblante cuando habla del presente, pero también del pasado. Ella se dio a conocer en la novela “Tribus de la calle” (1996), cuando solo tenía 19 años. Desde allí no le faltaron papeles en la televisión, sea en la novela “Milagros” (2000), o las películas “El bien esquivo” (2001) y “La prueba” (2006). También actuó en cortometrajes; precisamente para esta entrevista le mostramos “El ascensor” (1998), donde comparte la pantalla con Javier Echevarría. A propósito, recordó que a fines de los 90 su vida era distinta, pues era una persona que no se conocía a sí misma, vivía a merced de sus emociones e impulsos.
“Entonces hay muchas cosas de Emma que he podido entender a través de mi historia también, a través de cómo he sido de chica. (…) Entonces agradezco haber transitado toda esa vida, haber logrado cruzar el puente”, dijo.
A continuación, la entrevista.
―Leí en una entrevista que tu sueño era interpretar a Emma Bovary. En este caso das vida a otra Emma, así que podríamos decir que te has acercado un poco al sueño, ¿verdad?
(Risas) ¡Por el nombre! Nunca los había relacionado, para nada. Emma, el personaje de ahora, es una mujer que juega mucho con su identidad, con la realidad y la ficción, pero que, al igual que Emma Bovary, está en una búsqueda de pertenencia, de conexión. La busca de una manera distorsionada. Tal vez eso pueda vincular a los dos personajes.
―Esta obra iba a salir a fines del 2020, pero todos sabemos qué pasó.
La íbamos a estrenar en el 2020. Felizmente no habíamos empezado a ensayar aún y vino la pandemia, pero como siempre comento me parece que eso fue una gran oportunidad para todos, porque siento que ahora, cuatro años después, estoy más preparada para abordar un personaje como Emma. Podría haberlo hecho en 2020, sí, pero ahora siento que puedo comprender mejor, siento que tanto el director como yo hemos madurado.
― ¿Podríamos decir tal vez de que en estos años Emma ha vivido en tu cabeza y has tenido una relación con ella en el sentido de personaje-actor?
Cuando me dijeron que se había cancelado el proyecto, lo dejé a un lado. Pero luego cuando Juan Carlos Fisher me dice que ya teníamos fecha me reconecté, la leí una vez más y me sentí completamente conectada. Habían pasado muchas cosas: mi mamá había fallecido, había pasado la pandemia, yo había crecido, mi hijo se había vuelto adolescente, mi hermano estaba viviendo conmigo; muchas cosas habían cambiado en mi vida y me sentí conectada con la obra mucho más que en 2020. La habré leído 30 veces. Me volví adicta la obra. Y empecé a encontrar muchas conexiones y asociaciones espontáneas con mi propia vida. De alguna u otra manera, la obra empezó a vivir en el universo de mis sueños.
―Vi una parte de la obra, durante el ensayo. Yo vi a Emma y no te vi a ti, en el sentido de que has desaparecido en favor del personaje. Sé que ser actor es convertirse en otra persona, pero ¿será que esta vez has tenido que elevar eso?
Es algo en lo que ni siquiera he pensado esta vez; transformarme, ser otra. Creo que lo más importante para mí en este proceso ha sido entender, comprender desde un lugar amoroso, empático, cercano a este personaje. Y lo que haya salido pues ojalá que sea bueno. Mi enfoque ha sido más bien la comprensión del universo de este personaje.
― ¿Qué parte de ti tuviste que explorar al interpretar a Emma?
No he tenido que explorar nada de mí. Las exploraciones han venido por asociación espontánea. Para empezar Emma es actriz, me conecto desde un inicio. Es un personaje que tiene este sentido de conexión con la vida cuando está en el escenario, y cuando está fuera de él quiere encontrar la conexión de otra manera, de una manera distorsionada o como la quieras llamar. Eso nos pasa a muchos seres humanos, no me parece que sea algo difícil de entender. La vida es extraña a veces y uno se da cuenta, abres los ojos en un momento y aparece esta pregunta filosófica: ¿qué hago aquí? (risas). Creo que a muchos actores nos ha pasado eso, sentirnos más vivos en el escenario que en la vida misma. El escenario lo que te otorga es el momento presente, el aquí y ahora. El escenario en verdad te otorga una sensación de realidad y de conexión muy fuerte, y uno se puede volver adicto a esa sensación. Eso me ha hecho entender muchísimo a Emma.
―Claro, es un personaje que tiene unas carencias, que intenta reemplazarlas usando sustancias. Algo me llama la atención: muy aparte de que sea actriz, es un personaje de que no se revela a sí mismo, que siempre está mintiendo. Es como si interpretara un papel frente a los demás.
Eso es muy interesante, porque de alguna manera ella siente que no es suficiente. Y eso viene de su historia. Tú sabes que la obra va desde la negación, aceptación hasta la rendición. Es todo un arco del personaje. Y esto de habitar roles todo el tiempo, no solo en el teatro, en el escenario, sino en la vida misma; como tú dices, nunca se devela, no quiere develarse porque inconscientemente, creo yo, el personaje siente que como ser humano casi no existe.
―Al estar en el ensayo tuve la oportunidad de ver cómo trabaja Juan Carlos Fisher. Dirige como jugando, lo hace parecer fácil.
Totalmente. Fisher es una maravilla de director. Siempre me ha dado personajes muy lindos, ha confiado mucho en mi trabajo y tiene este espíritu juguetón. Aparte de ser un profesional increíble, tiene este espíritu lúdico, que es tan necesario en procesos teatrales, y sobre todo en procesos como el de esta obra, que estamos entrando en un universo muy intenso, muy telúrico. Ya el proceso era demasiado cargado, el personaje era demasiado fuerte, como para trabajarlo además con intensidad, dolor, miedo. Siempre quisimos trabajarlo con alegría, con juego, con optimismo, porque además sentimos que la obra tiene una ventana abierta.
―Rodrigo Palacios tiene un rol en esta obra. Tú y él tienen una dinámica interesante.
Sí, su personaje es clave es clave en la obra porque ayuda a Emma a empezar a reconectarse y a darse cuenta de que lo que está haciendo es estar en negación todo el tiempo. Entonces la relación con ese personaje es absolutamente clave. Tenemos unas tres o cuatro escenas durante toda la obra y es como es casi como un lazarillo, desde mi punto de vista. Me ayuda desde la ceguera absoluta a empezar a abrir los ojos eso. Y me encanta. Y Rodrigo está haciendo un trabajo hermoso, es un súper actor que trabaja desde una organicidad y desde una honestidad tan clara que lo único que siento por él es agradecimiento.
―Jimena, hoy día he visto algo y quiero compartirlo. No sé si lo recuerdas. [El Comercio le muestra el cortometraje “El ascensor”, de la Universidad de Lima, filmado en 1998 y donde Lindo actuó junto a Javier Echevarría] ¿Qué recuerdas de esta época?
Ha sido uno de mis primeros trabajos. Recuerdo que lo rodamos en celuloide, de la directora Valeria Ruiz. No recuerdo cómo llegué ahí, pero me encantó y me siento muy orgullosa de ese trabajo. Hasta me gané un premio de la Asociación de Cineastas. Trabajar con Javier fue hermoso y Valeria recuerdo que era una directora muy afilada; con afilada me refiero a que sabía exactamente lo que quería y me ayudó muchísimo a desarrollar este personaje.
―Este corto lo hiciste cuando tenías 22 años. Ya había pasado un par de años desde “Tribus de la calle” ¿Cómo era tu vida a finales de los 90?
Trabajaba bastante. Yo tuve bastante suerte. Yo era una persona que todavía no se conocía a sí misma, y vivía un poco a merced de mis emociones y de mis impulsos. De hecho, fue una época en la que empecé a hacer terapia, porque ya empecé a ganar mi plata y me empecé a pagar mi propia terapia.
―Una gran decisión, déjame decirte.
¡Claro! (risas) es lo que siempre le digo a toda la gente: apenas puedan, páguense su terapia, chocheras. Fue lo primero que hice. Gané mi primer sueldo y ¡fua! Para la generación de mis papás la terapia era una tontería. Nosotros no teníamos problemas reales, o sea, por favor, ¿para qué vas a ir a terapia? Pero yo me sentía muy a merced de eso, de mis impulsos. Y eso lo que hacía era que tuviera muy malas relaciones. O sea, tenía buenas relaciones con mis amigos, con mis colegas, con la gente con la que trabajaba, pero en la intimidad, en mis relaciones, digamos, afectivas, en las relaciones familiares, esas relaciones que son más íntimas, tenía muchísimos problemas. Yo era una persona muy impulsiva y muy violenta. Violenta conmigo misma, violenta con el mundo, estaba muy a la defensiva. Cosa que, guau, ahora me siento totalmente en otro lugar. Entonces hay muchas cosas de Emma que he podido entender a través de mi historia también, a través de cómo yo he sido cuando era de chica, esta sensación de no sentirse suficiente, que la siente un porcentaje altísimo de la población. Y agradezco haber transitado toda esa vida, haber revisado también todo eso, haber logrado cruzar el puente.
―Te fuiste un tiempito a España. Y revisando las ediciones antiguas de El Comercio, en el 2002 dijiste, y te voy a citar: “estoy allá, tranquila, relajada, con ganas de hacer cosas, sin depresiones ni quejas”. Pero, ¿realmente iban tan bien las cosas por allá?
Depende; al comienzo iban muy bien. Al comienzo era maravilloso. Yo lo único que quería en mi vida era irme a España desde que era una niña, lo único que quería era conocer Barcelona, irme a España, irme al país de Almodóvar. Y los dos primeros años fueron maravillosos, estuve en Barcelona, con mi pareja de ese entonces. Luego las cosas empezaron a cambiar, a transmutarse; me mudé a Madrid. Creo que para mí los últimos tres años en España fueron una montaña rusa. No es que todo iba mal, no es que todo iba bien. Había momentos maravillosos y momentos muy bajos, pero aún así en ningún momento me quise regresar, hasta que cumplí cinco años allá. Fue de un momento a otro que me cayó la ficha, me cayó la gota y dije que ya me regreso al Perú. Pero a pesar de todo lo que pase allá en ningún momento yo pensé que me regreso a Perú porque no puedo más. No, yo sentía que estaba aprendiendo cosas. Toda tu experiencia de vida es material para tu trabajo también, porque la actuación está súper ligada a la vida. Creo que más que ningún otro trabajo.
―Estás a punto de cumplir 30 años de carrera. ¿Te sientes cómoda con tu carrera hoy en día?
Me siento bendecida, no me siento cómoda. Creo que me están pasando cosas que no había imaginado. No te digo que no tenga mis altibajos, obviamente. Pero cuando tú ya sabes transitar esos momentos de otra manera, cuando ya no estás tan a merced de tus impulsos y de tus miedos y carencias… Siento que me están pasando cosas mágicas. Hacer la película con Klaudia Reynicke, “Reinas”, haberme ido a Berlín, que haya ganado la categoría, que la película haya ido a Sundance. Haber hecho mi unipersonal, “Naufragio”. Tener este personaje, Emma; o sea son cosas de las que me siento absolutamente agradecida. Sí, el camino no está hecho. Sigo chambeando en mí, sigo estudiando, pero en este momento me siento bendecida. No quiero ser malagradecida con la vida, porque lo que me está dando ahorita es muy bonito y muy grande.
Lugar: Teatro La Plaza de Larcomar (Miraflores)
Actúan: Jimena Lindo, Mario Cortijo, Carolay Rodríguez, Rodrigo Palacios, etc.
Fechas: Del 27 de junio a la primera semana de septiembre.
Horarios: Martes a sábados a las 8:00 p.m., domingos a las 7:00 p.m.
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