La última vez que conversamos, en diciembre pasado, me dijo que estaba volviendo a aprender a dibujar. “Antes era más habilidosa, pero desde que me caí, hace un año, mi mano ya no dibuja bien, estoy volviendo a aprender”, fueron sus palabras. Acababa de cumplir 85 años y Teresa Burga se había reencontrado con su pasión de siempre, el dibujo, y debido a la cuarentena pasaba las horas con sus hojas y plumones —”para no aburrirme”— realizando una serie de trabajos sobre este tiempo marcado por el aislamiento y la pandemia como el que presentó al proyecto De Voz a Voz Perú y que este Diario publicó el 27 de diciembre de 2020.
Ahí Teresa Burga narraba lo siguiente: “Hace un tiempo vengo dibujando escenas de la vida cotidiana, pero no en situaciones domésticas o familiares; más bien trato de escoger sucesos que atañen a grupos sociales o a gran parte de la sociedad peruana. En este caso, escogí el tema del COVID 19, si bien es un asunto global, ha afectado de distinta manera a cada región o país. En el Perú, donde existe mucha desigualdad entre los ciudadanos, ha sido notorio cómo las personas se han visto afectadas de distintas maneras, de acuerdo con el lugar de residencia, situación económica, grupo etario, etc. En este panorama, hemos visto cómo los pobladores de comunidades nativas han sido seriamente afectados. Un elemento importante de mi propuesta y que forma parte de la obra, es el registro de las fechas y horas que dedico a la producción del dibujo; empecé a hacer esto en 1974, pero es en los últimos años que he realizado más obras con esta característica; a eso se añade que las imágenes que uso en las obras recientes, provienen de diarios o del internet”.
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Lamentablemente, ella no pudo vencer al coronavirus y estos dibujos, a los que Teresa ponía fecha y hora de ejecución, a manera de registro, quedan como el testimonio de alguien para quién el arte había sido siempre una forma de enfrentar los desafíos de la realidad. Con una obra muchas veces incomprendida o silenciada, ella fue pionera en muchos sentidos, desde el arte conceptual desarrollado a mitad de los 60, desde sus exploraciones con la instalación, el video y lo óptico en los 70 y desde sus estudios e indagaciones sociológicas de los años 80, como su serie del “Perfil de la mujer peruana” (1980-1981), un estudio que realizó con la psicoanalista Marie-France Cathelat.
Arte nuevo
Su nombre en la escena artística contemporánea peruana, en buena medida, fue redescubierto en 2010, a partir de las investigaciones realizadas por los curadores Emilio Tarazona y Miguel López, quienes organizaron una gran exhibición con el trabajo de Burga en las salas del Icpna de San Miguel y Miraflores. Desde entonces sus trabajos han despertado gran interés en el extranjero y entre artistas jóvenes locales que la han visto como una pionera en el arte conceptual.
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“La obra de Teresa siempre ha sido visionaria, ella ha sido una adelantada a su tiempo y creo ha luchado para que haya mejores condiciones de trabajo para las artistas mujeres”, dice Miguel López por el teléfono. Recuerda que Burga fue fundadora del grupo Arte Nuevo en 1966, donde propuso una renovación de los lenguajes artísticos para crear un diálogo crítico con la realidad. “Se dedicó a pensar lenguajes científicos, tecnológicos, obras que tenían que ver con la comunicación, y eso hizo que su trabajo no tuviera atención en un momento en el que los criterios de valoración miraban en otras direcciones, pero a Teresa eso no le importaba, era muy honesta y genuina con su propio proceso, lo que quería era un arte que cuestionara la realidad, además de incorporar elementos que no eran considerados artísticos como los sensores, las cámaras fotográficas, los sistemas de circuito cerrado, el video. Eso, a inicios de los 70, no fue entendido y había críticas en diarios, incluido El Comercio, que se preguntaban si eso era o no arte, si Teresa era una artista o una computadora”, cuenta López.
Un ejemplo de lo dicho es su obra “Autorretrato. Estructura informe 9.6.1972” (1972), en la que presenta una instalación multimedia compuesta por fotografías, dibujos, documentos, resultados de análisis médicos, electrocardiogramas y efectos de sonido y lumínicos. En la última conversación que sostuvimos, ella recordaba esa obra y decía: “en su momento la criticaron mucho, dijeron que no era arte porque no había sido hecho con las manos, porque eran solo datos”.
“Se adelantó tres, cuatro décadas a lo que ahora es común, ver instalaciones, ver arte con objetos, con tecnología, ella lo estaba haciendo cuando en el medio artístico local no había ni siquiera las palabras para expresar aquello”, apunta el curador.
Modestia y talento
Burga, quien nació en Iquitos en 1935, estudió primero Arquitectura, luego Arte en la Universidad Católica, y a su retorno de un máster de Arte en Chicago, desde la mitad de la década de 1970, trabajó como empleada de Aduanas. Eso es lo que rescata López al momento de explicar por qué para ella eran tan importante mencionar las horas y días en que realizaba sus obras. “Al tener un empleo distinto al arte, estaba intentando pensar cuál era el tiempo de trabajo de los artistas, y de ella como artista mujer, particularmente. Quería dar cuenta que hacer un dibujo, una pintura significaba un proceso, algo tan necesario en un medio en el que las artes eran vistas como un hobby, como una práctica no profesional”.
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En los últimos meses —Burga nunca se casó ni tuvo hijos— quien estuvo más cerca de ella fue la historiadora del arte Tamira Basallo, quien era su asistente de estudio, la ayudaba a comprar sus materiales y organizaba las muestras internacionales debido al interés que había despertado su obra en el extranjero, como las exposiciones realizadas en Berlín por Galería Barbara Thumm, en 2018, y en Nueva York por la galería Alexander Gray Associates, en 2019.
Basallo destaca en ella por eso cuatro cualidades: su modestia, independencia, talento y persistencia. “No era una persona grandilocuente, sino era modesta a la hora de hablar de su trabajo, después destacaría su talento y su buen ánimo, su sentido de independencia y su persistencia, pues a pesar de que su obra olvidada, dormida, por décadas, ella nunca dejó de pintar, de dibujar”.
En la última conversación que tuvimos, le preguntamos a Teresa Burga qué significaba el arte para ella y su respuesta escueta fue: “el arte realmente no sirve para nada, pero se necesita”.
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