Estuvo desaparecido en todo el partido. Había que buscarlo con un radar. Los relatores apenas y habían mencionado su apellido. Messi y Di María eran los dueños absolutos de la pelota. Argentina ganaba por 2-0 y el cuento de Messi parecía tener un final feliz. Francia no tenía cómo hacerle daño a la Albiceleste. El plan de Scaloni de cercar a Mbappé con una marca escalonada estaba rindiendo sus frutos.
Cuti Romero, Otamendi, Molina y De Paul se turnaban para incomodarlo. Y sobre todo para que no encendiera la moto. Pero entonces a Deschamps se le ocurrió mover el banco de una manera avezada: sacó a Griezmann y Giroud y envió al campo a velocistas: Thuram, Coman y Kolo Muani. Y entonces, vino el descalabro: Mbappé sacó su fusil y disparó.
A los 80′ minutos se plantó frente al Dibu Martínez y el argentino, especialista en traumatizar a sus rivales desde los doce pasos, no logró ponerlo nervioso. Mbappé le pegó fuerte y abajo y el Dibu la manoteó, pero no fue suficiente. Donatello corrió de inmediato a coger la pelota y ponerla al medio. Solo parecía ser un descuento del honor.
Pero un minuto después, el delantero del Paris Saint Germain, que pretende resplandecer más que Messi y Neymar, tejió una pared con Thuram y empalmó un segundo derechazo que el Dibu tampoco pudo conjurar. Después anotaría un tercer gol de penal en el segundo tiempo suplementario. Tres puñadas. Cuando su equipo más lo necesitaba estuvo allí. Mbappé y su voracidad. Despertó. Lo sufrimos todos.
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