De haber existido las redes sociales en 1994, don Emilio Laferranderie hubiese sido víctima de los incendios que suelen desatarse desde Twitter, Facebook o Tik Tok. Ese año, el recordado Veco viajó a Estados Unidos para comentar el Mundial bajo una curiosa condición: hacerlo desde Miami, ciudad en la que no estaba programado ningún partido. Así, cada jornada, el veterano periodista uruguayo aparecía solitario en la inmensidad del denominado Telepuerto de Miami, opinando sobre los goles de Bebeto o el dóping de Maradona sin sentir el vaporoso calor de una tribuna.
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El irrepetible escriba que casi muere en un avión con la delegación de Racing en el 67, entrevistó a Dempsey en Nueva York y se atrevió a pronosticar que Perú podía vencer a Uruguay en el 81, cubrió ese Mundial como lo haría la mayoría de mortales del planeta: viéndolo por televisión.
Desde que la tecnología permitió que cualquier hijo de vecino quebrara el monopolio de la creación de contenidos que ostentaban los medios de comunicación, la carretera digital se ha convertido en un estercolero infinito que cambia de víctimas cada cuatro años. Hoy son Coki Gonzales y el Checho Ibarra, antes lo fueron Peter Arévalo o Eddie Fleischman. Al colorado, hasta le abrieron una cuenta parodía en Twitter durante Brasil 2014 y popularizaron un hashtag (fleischmanadas) para criticarlo.
La crítica ayuda a enmendar errores y a pisar tierra. Los periodistas solemos ser víctimas de un narcisismo ridículo que nos nubla y enardece. Pero en las redes lo que predomina es la vileza que agrede escondida en el anonimato.
Humberto Martínez Morosini y Luis Ángel Pinasco, leyendas de la televisión peruana, narraron Argentina 78 para Panamericana y América. No es difícil imaginar que cada mención de don Humberto a “el rincón de las ánimas” -sobre todo en el desgraciado partido ante el dueño de casa- hubiera provocado hashtags incendiarios, lo mismo cuando confundía los nombres y llamaba Germán a Quiroga. O que el relato pausado y elegante de don Eduardo San Román, revivido esta semana con el descubrimiento del ‘gol perdido’ de Perico León del 69, hubiera provocado desenfrenadas reacciones en algún pirómano digital.
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En España 82, Pocho Rospigliosi interrumpía la transmisión para dar las estadísticas del encuentro recopiladas por la ‘computadora Wang’, una rareza para la época que otorgaba puntajes a los protagonistas. No recuerdo cuánto le dio a Cueto pero, parafraseando al viejo Tim, me iré a la tumba sin saber por qué no dio un pase bueno. Ni qué fue del famoso aparatejo.
En los últimos 50 años, hemos pasado de agarrar a golpes el televisor cuando la señal se distorsionaba a disfrutar los partidos desde monstruosidades de más de 60 pulgadas o la pequeñez de un celular. Cada encuentro es un desborde de pasión sin frenos. La diferencia es que antes gritábamos frente a un monitor y hoy las redes son nuestro desfogue. Sin filtros ni consideraciones.
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