Millones de cubanos vivieron por más de una semana al borde de un holocausto nuclear.
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Sesenta años después, quienes aún viven para contarlo recuerdan como si fuera ayer lo vivido aquellos días.
Entre junio y octubre de 1962 la Unión Soviética había instalado en secreto todo un contingente militar en la isla, que incluía 42 misiles de alcance medio con ojivas atómicas capaces de alcanzar y destruir ciudades enteras en Estados Unidos en minutos.
Tras descubrir la amenaza, el presidente estadounidense John F. Kennedy anunció por televisión el 22 de octubre un bloqueo naval de la isla. Si los buques soviéticos trataban de evadirlo, la guerra entre las dos potencias nucleares del momento estaba servida.
“El bloqueo, lo resistiremos. La agresión directa, la rechazaremos (…) Para quitarnos la soberanía hay que barrernos de la tierra”, respondió el líder cubano Fidel Castro, que dio la orden de alarma de combate al país.
Esto dejaba a Cuba como el potencial epicentro de la primera batalla de una guerra atómica, ya fuera como base de lanzamiento de un primer misil soviético o como blanco de un ataque preventivo de Washington.
En ambos casos, lo más probable era que la isla (y quizá buena parte del planeta) acabara borrada del mapa.
Sesenta años después, quienes lo vivieron y aún pueden contarlo, conservan intacta la memoria de aquel episodio de máxima tensión.
“Cuando Fidel dio la orden y se supo que había cohetes de alcance medio supuestamente nucleares, asumí que nos íbamos a morir. Yo no tenía ninguna duda sobre eso”, explica a BBC Mundo el politólogo y exdiplomático cubano Carlos Alzugaray.
Con solo 19 años cuando estalló la crisis en octubre de 1962 -hoy tiene 79- Alzugaray compaginaba sus estudios universitarios con el trabajo de analista de asuntos militares en el Ministerio de Exteriores de Cuba, lo que lo convierte en testigo privilegiado de cómo se vivieron en la isla los días más intensos y aterradores de la Guerra Fría.
En ellos el gobierno cubano aplicó una estrategia de defensa para una guerra convencional, con soldados y artillería dispuestos a repeler desde primera línea de costa un ataque del ejército estadounidense.
“Por las mañanas los del batallón de funcionarios del Minrex salíamos a las afueras de La Habana a cavar trincheras, a preparar nuestras posiciones de defensa, y por la tarde regresábamos al Ministerio a trabajar”, recuerda.
“Yo monitoreaba la situación militar con la información de la que se disponía. Dormíamos en los sofás y por la mañana a cavar trincheras otra vez”.
El historiador cubano Jesús Arboleya -que hoy tiene 75 años y 15 durante la crisis- destaca que fue “un momento donde se demostró mucha capacidad de disposición”, ya que “el nivel de compromiso, la voluntad política y el heroísmo cotidiano eran muy altos”.
“No recuerdo expresiones de cobardía, temor o histeria. Fue un momento duro, pero asumido de esa manera”, indica a BBC Mundo.
Para solucionar la crisis y evitar la destrucción mutua asegurada, Kennedy y su homólogo de la URSS, Nikita Kruschev, entablaron negociaciones directas.
Pero Fidel Castro temía un ataque inminente de Estados Unidos, según expresó en una primera carta a Kruschev el 26 de octubre, publicada posteriormente junto al resto de la correspondencia entre ambos líderes durante aquellos días.
Le aseguró que entre 24 y 72 horas el ejército estadounidense bombardearía sus bases o iniciaría una invasión total de la isla, según refleja la carta, cuyo contenido se publicó .
El dirigente caribeño solicitó a su socio soviético que, en caso de producirse la invasión, lanzara un primer ataque atómico contra el país norteamericano “para eliminar tal peligro de una vez y para siempre”.
Arboleya cree justificada la postura de Castro, al argumentar que “en aquel momento no se desechaba que EE.UU. lanzara un primer ataque atómico”, ya que Washington “tenía todo un planteamiento de desarrollo nuclear para rodear a la URSS y el campo socialista”.
Para otro historiador cubano, Abel Sierra Madero, radicado en Miami, “su actitud fue muy irresponsable, muy irracional, muy emocional y poco política y diplomática, basada en el nacionalismo revolucionario intransigente”.
Así, la isla se abocaba a una inminente guerra nuclear sabiendo que cualquier preparativo sería inútil ante un desastre de tal magnitud.
“Los planes de contingencia consistían en llevar a los jóvenes a las montañas a ver si sobrevivían”, afirma Arboleya.
Quienes en la isla conocían el poder de la bomba atómica, se resignaban a lo inevitable.
“Me había leído un libro de ataques nucleares y sabía lo que iba a pasar. Un compañero me dijo: 'Carlos, si atacan esta noche, ¿Qué va a pasar?' Y le dije, 'bueno, vamos a ver un gran resplandor, mucho calor y después vamos a estar muertos'”, recuerda, por su parte, Alzugaray.
En todo caso el ataque estadounidense no se produjo, Kruschev pidió moderación a Castro y le notificó por carta su recién sellado acuerdo con Kennedy para poner fin a la crisis.
La URSS retiraría los misiles nucleares de Cuba a cambio de que EE.UU. se comprometiera a no invadir Cuba y retirara los suyos de Turquía (aunque esto último se daría a conocer más adelante).
Los días más peligrosos de la crisis de los misiles habían pasado y la existencia de Cuba dejaba de estar en peligro.
Sin embargo, la retirada de los misiles soviéticos causó un monumental enfado a Fidel Castro, que había sido excluido de las negociaciones entre ambas potencias para resolver el conflicto.
“Muchos ojos de hombres, cubanos y soviéticos, que estaban dispuestos a morir con suprema dignidad, vertieron lágrimas al saber la decisión sorpresiva, inesperada y prácticamente incondicional de retirar las armas”, escribió a Nikita Kruschev en una última carta.
“Nosotros sabíamos (…) que habríamos de ser exterminados (…) en caso de estallar la guerra termonuclear. Sin embargo, no por eso le pedimos que retiraran los proyectiles, no por eso le pedimos que cediera”, le recriminó.
Castro argumentó que la retirada de los misiles dejaba a Cuba en una posición vulnerable en caso de que Estados Unidos rompiera su promesa de no invadir la isla.
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Para el historiador Sierra Madero, el valor de los misiles residía en su enorme potencial disuasorio, que reforzaba la posición del gobierno cubano en futuras negociaciones con EE.UU. y occidente.
“Fidel Castro también lo vio como una oportunidad para ser intocable”, asegura.
En las calles de La Habana el resentimiento por la retirada de los misiles, combinado con la irresistible tendencia al choteo de los cubanos, engendró una expresión que quedará para la historia.
“Nos reuníamos grupos de jóvenes en una esquina y nos poníamos a cantar 'Nikita, mariquita, lo que se da no se quita'. No era algo organizado, sino más bien espontáneo”, recuerda Alzugaray.
El exdiplomático asegura que él y la mayoría de sus coetáneos sintieron “frustración” al conocer la decisión rusa de retirar los misiles de Cuba.
“Coincidíamos en que Kruschev no debió ceder sin obtener un poco más, sobre todo una garantía real de no invasión en vez de una promesa”, explica.
En su adolescencia cuando se desarrolló la crisis, el historiador Jesús Arboleya experimentó algo parecido.
“Yo participé en organizaciones para gritar 'Nikita mariquita, lo que se da no se quita'. Eso no se me olvida nunca”, asegura.
“Todos los revolucionarios cubanos nos sentimos muy traicionados con la URSS, porque estábamos en disposición de echar esa batalla, aunque fuera horrible”.
BBC Mundo le pregunta si, al menos, sintió un poco de alivio al ver solucionada la crisis y con ella la posibilidad de que la isla fuera arrasada por un ataque nuclear.
“Lo que yo viví no fue de alivio. La memoria que tengo fue que nos traicionaron y más nunca, al menos un buen sector de la población revolucionaria cubana, idealizó a la URSS después de la Crisis de Octubre”.
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