Son muchos los historiadores que coinciden en que Cristóbal Colón, el primer navegante europeo que llegó a América, fue un hombre sumamente astuto.
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Pese a que tenemos pocas certezas sobre su vida, hay consenso en que su inteligencia y rapidez lo ayudaron en varias oportunidades, tanto a conseguir lo que buscaba como a salvarse de aprietos y necesidades.
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Una de esas ocasiones se dio en 1504 cuando el Almirante estaba varado en Jamaica durante su cuarto y último viaje al continente.
Y para lograr lo que quería de los nativos de la isla recurrió a sus extensos conocimientos astronómicos.
“Un genio del engaño”
Colón partió en 1502 hacia América con el propósito de hallar un estrecho marítimo hacia Asia.
Pero tras más de un año navegando había perdido dos embarcaciones y las otras dos estaban muy deterioradas, lo que les impedía continuar.
Así que él y un centenar de hombres terminaron varados en el norte de Jamaica.
No era la primera vez que Colón llegaba a esta isla ni tampoco la había llamado así.
El navegante llegó allí en 1494 y la bautizó como la isla Santiago. Sin embargo, nunca se refirió a ella con ese nombre en su diario del cuarto viaje. Siempre usó Jamaica.
Esa denominación deriva del nombre original de los aborígenes arahuacos que es Xaymaca o Yamaya que significa “tierra de madera y agua”.
El genovés envió a un grupo, comandado por uno de sus colaboradores Diego Méndez de Segura, en canoa a la isla La Española en busca de ayuda para rescatarlos.
Mientras esperaban consiguió intercambiar con los nativos algunas de sus posesiones por comida. Sin embargo, pasaban los días y los meses y el rescate no llegaba.
A finales de 1503, la relación con los indígenas empezó a deteriorarse.
“Se amotinaron y no le querían traer de comer como solían”, cuenta Méndez de Segura en su testamento.
Las memorias de Méndez de Segura y detalles de este último viaje fueron publicadas en 1825 por Martín Fernández de Navarrete en el libro “Colección de los viajes y descubrimientos que hicieron por mar los españoles desde fines del siglo XV”.
Si querían sobrevivir, tenían que hacer algo. Y Colón diseñó un plan tan genial como perverso: atemorizar a los aborígenes con un eclipse que ocurriría el 29 de febrero de 1504, justo el día extra de ese año bisiesto.
Y el navegante sabía por sus estudios que no sería cualquier eclipse, sino uno lunar que teñiría al satélite natural de la Tierra de rojo como la sangre. Podía presentarlo como un castigo divino del cual los nativos no podrían escapar.
“Colón era un genio del engaño. Y esta era una idea salvadora”, le dice a BBC Mundo Antonio Bernal, divulgador científico del Observatorio astronómico de Fabra, en Barcelona, España.
El episodio está extensamente narrado en el libro “El Memorial de los Libros Naufragados”, del historiador inglés Edward Wilson-Lee, sobre el que puedes leer más en el link que sigue.
Dios está enojado
Según el relato de Méndez, “Él (Colón) hizo llamar a todos los caciques y les dijo que se maravillaba de que no le llevaran comida como solían, sabiendo, como les había dicho, que había venido allí por mandato de Dios”.
Les dijo “que Dios estaba enojado con ellos y que se los mostraría aquella noche por señales que haría en el cielo; y como aquella noche era el eclipse de la Luna, casi todo se oscureció”.
Colón reforzó la idea de que Dios provocaba el eclipse por enfado, “porque no le traían de comer y ellos le creyeron y se fueron muy espantados y prometieron que le traerían siempre de comer”, dice el libro de Fernández de Navarrete.
Colón sabía a qué hora empezaba el eclipse y que la Luna se volvería roja.
“El eclipse de Luna tiene dos partes principales: una es el principio, que es la parte parcial, en la que la Luna se ve parcialmente oscura. Y cuando está toda negra, empieza la segunda parte que es la de totalidad”, explica Bernal.
“Este eclipse tenía, además, una característica especial: la Luna se eclipsaba cuando todavía estaba sin salir, debajo del horizonte”, añade.
Entonces cuando apareció en el cielo ya se vio parcialmente oscura.
“Y después de la totalidad, los eclipses de Luna hacen que esta se vea roja, por refracción de la atmosfera terrestre”, detalla.
Esto se debe a que la luz solar no llega directamente a la Luna, sino que parte ella es filtrada por la atmósfera de la Tierra y os colores rojizos y anaranjados se proyectan sobre el satélite natural.
¿Pero por qué estaba Colón tan seguro de que habría un eclipse?
El almanaque
Cristóbal Colón tenía muchos conocimientos a su haber: sabía de navegación, hablaba varias lenguas, y “tenía una escritura muy bonita”, según cuenta Consuelo Varela, profesora de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), de España.
“Él era un hombre con una gran capacidad y un ansia de conocer y aprender. Quizás la característica que resaltaría de Colón es su empeño en saber las cosas”, le dice a BBC Mundo la historiadora española experta en temas americanos y en Colón.
Pero sobre todo “Colón conocía el cielo”, agrega Bernal. “Conocía las estrellas y se guiaba por ellas”.
El Almirante era un aficionado a la astronomía y se sabe que en sus viajes llevaba consigo un calendario de eclipses: el almanaque Regiomontano.
Este fue confeccionado por el astrónomo y matemático alemán Johann Müller (1436-1476), cuyo apodo era precisamente “Regiomontano”, que proviene de la traducción latina del nombre de la ciudad alemana donde nació: Königsberg y que significa (Montaña real o Montaña Regia).
Los calendarios y almanaques impresos eran extremadamente populares en los siglos XV y XVI y proporcionaban a la gente los conocimientos básicos necesarios para planificar sus rutinas diarias.
“Los fenómenos celestes servían para muchas cosas: primero para orientarse, y segundo, la meteorología se predecía con los fenómenos celestes. Hoy sabemos que eso es un error, pero en ese tiempo no se sabía”, explica Bernal.
El almanaque de Regiomontano, en particular, era muy utilizado porque sus cálculos eran muy precisos.
Su creador registró varios eclipses de Luna y su interés lo llevó a hacer la importante observación de que la longitud en el mar se podía determinar calculando distancias lunares.
Incluso en 1472 observó un cometa, 210 años antes de que el astrónomo Edmund Halley lo viera “por primera vez”, destaca la Universidad de Glasgow en sus archivos y colecciones especiales, que cuenta con una copia de este calendario impreso en 1482.
Se trataba de una ayuda indispensable para cartógrafos, navegantes y astrólogos.
Fue esa la herramienta que Colón utilizó para “predecir” el eclipse lunar del 29 de febrero de 1504 y salvarse a él y a sus hombres de morir de hambre, hasta que en junio de ese año finalmente llegaron los refuerzos que tanto esperaban.
“Colón era un hombre enormemente listo y esa era la única forma que tenía de asustar a los indios. El sobresalto que se debieron dar los pobres indígenas”, dice bromeando Consuelo Varela.
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