La Nochevieja de 1999 fue especial para todos los rusos. Aquel día Boris Yeltsin, primer líder de la era postsoviética, dimitió de manera sorpresiva pidiendo perdón por la angustiosa situación del país tras el colapso de la URSS y fue nombrado presidente interino Vladimir Putin, quien ejercía como primer ministro desde agosto de aquel año. En marzo del 2000 el interinato se convirtió en un puesto permanente.
Y pasaron 25 años desde ese momento bisagra. Este martes 31, en el acostumbrado discurso previo al cambio de año, el hombre fuerte del Kremlin destacó sus logros. “Aún nos queda mucho por hacer, pero podemos estar orgullosos de lo avanzado”, dijo el jefe de Estado que se precia de haber convertido “nuevamente a Rusia en una gran potencia” capaz de competir con Occidente.
El mensaje, que duró menos de cuatro minutos, se da en un momento complejo para Rusia tanto en sus relaciones con la vecindad europea como por las dificultades económicas que afronta la nación más extensa del planeta.
Vladimir Putin cumple 25 años en el poder este martes 31. Diríamos que ininterrumpidos porque no vayan a creer que entre el 2008 y el 2012 solo fue primer ministro: eso dice el papel, la realidad es que el presidente de esos cuatro años -Dmitri Medvedev- fue su títere. El siglo XXI en Rusia ha sido enteramente suyo. Heredó una crisis económica galopante de la era Yeltsin y sus primeros años en el Kremlin coincidieron con un alza de los precios de los hidrocarburos, principal fuente de ingresos de Rusia.
Más de dos décadas pasaron entre estos dos momentos: en junio del 2001 el presidente estadounidense George W. Bush describió a Putin como un “hombre digno de confianza y muy directo”; y en marzo del 2022 uno de sus sucesores, Joe Biden, consideró al mandatario ruso “un despiadado dictador, un criminal de guerra y un asesino”. En realidad, las relaciones entre Rusia y Occidente comenzaron a resquebrajarse en el 2012, cuando instauró un régimen personalista con una ideología nacionalista mesiánica.
Si queremos ser más precisos, Putin empezó a exhibir su músculo militar ante los europeos en el 2008, cuando intervino en un conflicto en la exrepública soviética de Georgia y, tras una breve guerra, puso bajo control ruso partes de Osetia del Sur y Abjasia. Más descarado fue lo ocurrido a comienzos del 2014, cuando Rusia se anexionó la península de Crimea violando el derecho internacional y poniendo bajo su control partes del este de Ucrania con separatistas prorrusos. Ese fue el germen del actual conflicto bélico en el este de Europa.
Putin calificó la caída de la URSS en 1991 como “la mayor tragedia geopolítica del siglo XX” y se autoimpuso la tarea de devolver el orgullo imperial a su nación. Un cuarto de siglo no le es suficiente y la reforma constitucional propiciada por un Parlamento a su medida le permitirá gobernar hasta el 2036. Nadie disiente con él en su entorno y la oposición está extinguida. Pero ordenó a inicios del 2022 una “operación relámpago” que va a cumplir 3 años y que tiene al país en una economía de guerra -con una caída sostenida del valor del rublo y una inflación creciente- que le puede pasar factura.