Hace cuatro años, Irán prometía que se vengaría de Estados Unidos y que “desaparecería de la faz de la tierra” a Israel, su fiel aliado. El entonces presidente Donald Trump había ordenado la muerte del general Qasem Soleimani, el segundo hombre más poderoso del país y jefe de la Fuerza Quds, un grupo militar de élite encargado de las operaciones en el exterior.
MIRA: Estados Unidos mata a un comandante de una milicia respaldada por Irán en un bombardeo en Irak
Washington y Teherán se mostraban los dientes por enésima vez y el mundo miraba expectante si la sangre llegaba al río. Pero, nuevamente, la tensión volvía a su cauce normal, con Irán provocando y Estados Unidos imponiéndole sanciones.
Pero desde fines de enero, otra vez se cierne la preocupación en Medio Oriente -que ya tiene bastante con la guerra en Gaza- tras varias ofensivas aéreas estadounidenses en Iraq y Siria, llevadas a cabo en represalia por la muerte de tres de sus soldados en Jordania por el ataque de una milicia proiraní. Un rompecabezas que es necesario desmenuzar para entender si, otra vez, el tono se eleva al máximo y lleva las tensiones a un nuevo límite.
Según el Departamento de Defensa en Washington, los grupos proiraníes han realizado más de 160 ataques en Iraq y Siria entre mediados de octubre, después que se inició la ofensiva en Gaza. En respuesta, EE.UU. ha lanzado 85 bombardeos a objetivos específicos, que han causado la muerte de una treintena de personas.
Estados Unidos tiene claro que puede presionar a Irán pero tampoco le conviene cruzar la línea roja de un bombardeo o una invasión, menos en un año electoral en el que el presidente Joe Biden se juega la reelección, e Irán sabe que la supervivencia de su régimen pende de un hilo si se embarca en un conflicto directo.
“La intención de EE.UU. no es una escalada, lo han dicho abiertamente, no quieren un conflicto regional, pero tampoco pueden quedarse de brazos cruzados”, explica a El Comercio el analista Joseph Hage, experto en Medio Oriente. “Del otro lado, Irán sabe que no puede entrar en un confrontamiento directo con EE.UU. porque no hay balance de poder”, agrega.
Para Hage, todo dependerá si estas milicias proiraníes intensifican más sus ataques e incluso provocan más muertes estadounidenses. “Ahí sí la administración Biden no tendría mucho margen de maniobra pues las presiones internas en EE.UU. se elevarían, sobre todo porque está en campaña electoral”.
El ‘eje del mal’
Después de los ataques del 11S, en el 2001, el entonces presidente George W. Bush trazó una línea dividiendo a los buenos de los malos. Así, formuló el ‘eje del mal’, un clan de países ‘enemigos’ donde estaban Iraq, Irán y Corea del Norte.
Que Irán estuviera en ese grupo no era novedad. Ambos países no tienen relaciones diplomáticas desde 1980, un año después de la instauración de la República Islámica de Irán, que convirtió al entonces ayatolá Jomeini -su máxima figura religiosa- en el líder supremo del país.
El apoyo de Washington a Iraq en la sangrienta guerra que tuvo con Irán durante los años 80 atizó más el odio de los persas hacia los estadounidenses, que motivó que el régimen se volcara hacia la preparación de su programa nuclear.
Justamente, el enriquecimiento del uranio iraní se volvió un verdadero dolor de cabeza para las potencias occidentales que temían -y temen aún- que Irán pueda obtener la bomba atómica. El acuerdo firmado el 2015, bajo conformidad de la ONU, parecía bajar las tensiones, pero la llegada de Donald Trump a la presidencia cambió el panorama. El mandatario no solo retiró a EE.UU. del tratado, sino que le impuso a Irán más sanciones económicas, lo que motivó que Irán dejara de respetar los términos del acuerdo y siguiera enriqueciendo uranio sin supervisión internacional.
“El programa nuclear es la clave de la política iraní”, apunta a este Diario el analista internacional Roberto Heimovits, quien considera que el régimen de Teherán se siente empoderado. “Los iraníes parecen estar convencidos de que EE.UU. e Israel se han vuelto débiles y que no tienen la voluntad de confrontarlos directamente, y por eso piensan que utilizando estas organizaciones satélites pueden distraerlos y ganar tiempo hasta tener su propia bomba nuclear. Si eso pasa, va a cambiar completamente el juego geopolítico en el Medio Oriente”, anota.
Los satélites de Irán
Hasta este punto, cabe hacer una precisión sumamente importante. Irán no es una monarquía, a diferencia de la mayoría de países del Golfo Pérsico. Tiene un régimen político muy particular en el que el líder religioso -el ayatolá- es el líder supremo del país, quien dirige el Poder Judicial, el Consejo de Guardias de la Constitución y, sobre todo, las fuerzas armadas. Paralelamente, funciona el Poder Ejecutivo y el Parlamento (los iraníes eligen al presidente y a los legisladores en comicios generales), pero ninguna de estas instancias tiene más poder que el ayatolá.
Las fuerzas armadas son un eje estratégico del poder en Irán. Adicional al ejército regular, está la Guardia Revolucionaria que es el cuerpo militar más poderoso del país. De hecho, responde directamente al líder supremo y cuenta con 125 mil efectivos repartidos entre fuerzas de tierra, navales, aéreas y de espionaje, además de representar un conglomerado económico, pues tiene intereses en el petróleo, gas, construcción y medios de comunicación.
Pese a su trascendencia en Irán, Estados Unidos la declaró organización terrorista en el 2019, sobre todo por su papel en la formación y financiamiento del llamado Eje de la Resistencia: milicias proiraníes en otros países del Medio Oriente, como el Líbano (con Hezbolá), Iraq, Yemen (con los hutíes), Siria y Hamas en la Franja de Gaza, por nombrar a los más relevantes.
“Si quieren evitar luchar contra los estadounidenses y los israelíes en suelo iraní, tienen que hacerlo en otra parte. Y eso es en Iraq, Siria, Yemen, Palestina o Afganistán”, explica a “The New York Times” Hasan Alhasan, investigador principal de Políticas de Medio Oriente en el think-tank Instituto Internacional de Estudios Estratégicos.
Y son estas milicias proiraníes las que están prendiendo las alarmas respecto a una posible escalada del conflicto. Aunque Teherán siempre se sacude de responsabilidad alguna señalando que estos grupos son autónomos, cuando éstos cometen un ataque o atentado, pocos dudan que la mano del régimen está detrás.
“No hay nada autónomo. El armamento, el entrenamiento, el financiamiento, todo viene de Irán. Cuando Irán suministra todo esto, quién va a creer que ellos no tienen influencia en lo que hacen estas facciones”, detalla Hage.
Para los militares estadounidenses, Irán está buscando a través de estas organizaciones formar un corredor entre Irán, Iraq y Siria para llegar al Mar Mediterráneo y así poder ganarle el pulso a Arabia Saudí, su verdadero rival en el Medio Oriente, además de aliado clave para Estados Unidos. Los saudíes son, además, abanderados del sunismo, la rama mayoritaria del islam; mientras que Irán es el estandarte del chiísmo, y esas diferencias son claves para entender quiénes son aliados o rivales.
¿Pero realmente Irán es tan temible? No hay dudas de que Teherán es un actor fundamental en la geopolítica global y sigue confiando en su espada para acallar cualquier crítica, pero también es un país con una economía severamente afectada por las continuas sanciones y el bloqueo a su petróleo en el mercado occidental. Pese al aparato represor del régimen, miles de personas salieron a protestar en el 2022 por la muerte de una joven kurda, pero esas manifestaciones también mostraron el hartazgo de una crisis general.
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