Si hay dos palabras asociadas a Mijaíl Gorbachov y a su decisiva etapa al frente de la URSS, estas son “perestroika” y “glasnost”.
La primera significa “reconstrucción” y la segunda “apertura”.
MIRA: Gorbachov, el reformista que no pudo evitar la caída de la Unión Soviética
Estos dos conceptos innovadores que impulsó Gorbachov -quien falleció este martes a los 91 años en Moscú- cambiaron la hasta entonces rígida naturaleza de la Unión Soviética, tanto que al final acabó por caer.
En marzo de 1985 murió a los 73 años Konsantin Chernenko, que llevaba solo un año al frente del timón del país.
A diferencia del conservador Chernenko, que había forjado su carrera en el estalinismo, el número dos en la jerarquía era un político relativamente joven, de 54 años, con ideas reformistas: Mijaíl Gorbachov.
A falta de otro candidato plausible, Gorbachov fue elegido por unanimidad como secretario general del Partido Comunista y, con ello, líder de la entonces segunda potencia mundial, cargo desde el que impulsaría sus políticas de apertura.
Con motivo del fallecimiento de una de las figuras históricas más cruciales del siglo XX, BBC Mundo profundiza en sus dos doctrinas que marcaron el final de la Guerra Fría y cambiaron el rumbo de la historia.
En la década de 1980 el nivel de vida en la URSS estaba cayendo, mientras en Estados Unidos y Europa avanzaba cada vez más.
La economía soviética pasaba por graves apuros y Moscú no podía permitirse mantener la cada vez más exigente carrera armamentista con Washington.
Por otro lado, informes del gobierno indicaban la necesidad de fomentar las pequeñas empresas privadas para sostener la economía.
Así, Gorbachov creyó que era necesaria una reforma integral que permitiera modernizar y reestructurar la economía de la Unión Soviética.
A esta visión se le llamó “perestroika”.
Desde 1985 Gorbachov emprendió una serie de aperturas económicas -entre ellas la propiedad privada de algunos bienes- y relaciones comerciales con Occidente, siempre sobre las bases del socialismo.
Básicamente, la perestroika tenía como objetivo cambiar la economía de planificación central de la Unión Soviética hacia una economía de mercado.
China ya había iniciado reformas similares bajo el mando de Deng Xiaoping desde 1979, por lo que algunos analistas comparan la perestroika con las políticas reformistas de su vecino.
Y, si bien hay similitudes, la mayor diferencia es que en el caso de la URSS la apertura económica estuvo acompañada de una liberalización política, social y cultural sin precedentes en el mundo comunista: la “glasnost”.
La nueva doctrina amplió la libertad de expresión en el país hasta niveles inesperados.
Libros hasta entonces prohibidos, que desafiaban no solo la historia oficial sino también la legitimidad del gobierno comunista, pasaron a publicarse en grandes ediciones.
Se liberó de prisión a disidentes políticos y se investigaron excesos de la justicia, al tiempo que cesaba la persecución religiosa y se toleraban los distintos credos.
La ideología oficial, el marxismo-leninismo, fue reemplazada por el pluralismo ideológico y la libre investigación intelectual.
Se decretó la libertad de comunicación (por ejemplo, dejaron de interferirse las ondas de transmisiones extranjeras) y se permitió a los ciudadanos viajar a países occidentales, algo terminantemente prohibido hasta entonces.
También se desclasificaron informes que permanecían bajo secreto sobre la violenta represión de la época estalinista.
En política supuso un cambio radical dentro del Partido Comunista al abandonar su llamado “centralismo democrático”, eufemismo que alude a un bloque jerárquico, estrictamente disciplinado e intolerante con la disidencia.
Con casi 20 millones de afiliados, el partido se dividió en diferentes plataformas políticas que participaron en las elecciones de 1989, 1990 y 1991.
La legalización de partidos de la oposición con un cambio constitucional en 1990 legitimó el nuevo pluralismo político.
En el plano internacional, Gorbachov decretó el regreso de las tropas de Afganistán, que en 1989 se retiraron por completo del país tras 10 años de invasión.
El último líder de la Unión Soviética también estableció buenas relaciones personales con los líderes políticos occidentales, logrando acuerdos de reducción de arsenales nucleares y misiles.
Su paso más crucial fue renunciar públicamente a la “doctrina Brezhnev” de soberanía limitada para los países del bloque en Europa del Este, otorgándoles la libertad para seguir siendo comunistas u optar por otro sistema político.
Desde 1989 todos ellos le tomaron la palabra y depusieron a sus líderes comunistas locales pacíficamente (excepto en Rumania) sin que Moscú enviara soldados para evitarlo.
Mijaíl Gorbachov tenía una mente inusualmente abierta para un político comunista, destacó el profesor Archie Brown de la Universidad de Oxford en un artículo publicado en el archivo reciente de la BBC.
Gorbachov resultó ser más reformista de lo que creían sus compañeros del Politburó y, en un momento en el que la Unión Soviética atravesaba una delicada situación económica y social, asumió la autoridad suficiente como para poner en práctica sus ideas.
Sin embargo, puntualiza el académico, cuanto más reformaba el sistema soviético, más socavaba la tradicional omnipotencia del líder del partido, que era la base de su poder.
Además, la tolerancia a las expresiones disidentes dentro de la URSS hizo emerger en la vida política muchos problemas reprimidos durante décadas, incluidas las ambiciones nacionalistas en las repúblicas supeditadas a Moscú.
Tanto es así que en 1990 se vio seriamente amenazada la existencia misma de la Unión Soviética.
En diciembre de 1991 fracasaron los esfuerzos de Gorbachov por reestructurar la entidad como una federación voluntaria de sus repúblicas.
Y e país se disolvió en 15 estados, el mayor de ellos Rusia.
A todo ello le seguiría una gravísima crisis económica que llevó a millones de rusos a la miseria y al surgimiento de la élite de los oligarcas, que apoyados por el poder político, se apropiaron de la riqueza del país.
Esta complicada situación propiciaría una década después la llegada al poder de Vladimir Putin y la progresiva pérdida de libertades políticas y sociales en Rusia.
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