Yemen es el país más castigado de la península arábiga. Con apenas un 1% de la superficie del país irrigable, la economía basada en la agricultura y la ganadería ha colapsado por años de guerra civil, al punto que la nación enfrenta una catástrofe humanitaria que contrasta diametralmente con la opulencia que muestran sus vecinos: Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Qatar, Baréin u Omán.
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Ya en 2018, la ONU advirtió que el territorio yemení estaba al borde de lo que sería “la peor hambruna en el mundo en 100 años”. En noviembre del año pasado, Naciones Unidas volvió a lanzar la alerta. “[Yemen] se encuentra ahora en peligro inminente de sufrir la peor hambruna que el mundo ha visto en décadas. En ausencia de una acción inmediata, se podrían perder millones de vidas”, alertó entonces el secretario general de la organización, Antonio Guterres.
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La capacidad de acceder a alimentación básica es cada vez más esquiva. “Vi a madres con niños esqueléticos. Me contaron que, desde que el año pasado se redujeron las raciones de comida en un 50%, ya no podían ni amamantarlos”, dijo a Euronews Jan Egeland, secretario general del Consejo Noruego para los Refugiados, tras su visita al país árabe.
La ONU estima que más de 16 millones de personas podrían pasar hambre en Yemen este año. Eso es poco más del 50% de la población del país. Además, se espera que más de dos millones de niños y un millón de mujeres embarazadas y madres sufran malnutrición severa este 2021.
¿Cómo se ha llegado a esta situación?
Las raíces del problema actual son profundas y se remontan a décadas pasadas. El Yemen independiente nació en 1926 como una monarquía, pero en 1962, en plena efervescencia del panarabismo y socialismo árabe promovido por el egipcio Gamal Abdel Nasser, el último rey fue derrocado y se convirtió en república, el único Estado republicano en la península. Sin embargo, las diferencias ideológicas entre los yemeníes acabaron creando dos países: Yemen del Norte, pro-Occidente, aunque luchando contra insurgentes apoyados por el Egipto de Nasser, y Yemen del Sur, el primer Estado socialista del mundo árabe, aliado de la URSS y China.
La línea política adoptada por Yemen del Sur llevó a su aislamiento económico entre los reinos árabes, que temían que fuera fuente de movimientos antimonárquicos. Arabia Saudí realizó intervenciones militares entre 1968 y 1970. Los dos Yemen lograrían, a pesar de todo, reunificarse en 1990; pero una breve guerra civil en 1994 dejaba claro que había aún muchas diferencias entre expartidarios y exmilitares de norte y sur. No obstante, la victoria fue para el norte y eso consolidaría el poder de Ali Abdullah Saleh, quien había ejercido como presidente de Yemen del Norte desde 1978 y se había convertido en mandatario del Yemen reunificado en 1990.
En 2011, en el marco de la Primavera Árabe, Saleh fue derrocado y asumió el exmilitar Abd Rabbuh Mansur al-Hadi. En 2014, los hutíes, un grupo rebelde chiita afín a Saleh se levantó contra el Gobierno. Entonces, la piezas del ajedrez geopolítico empezaron a moverse. Arabia Saudí ha liderado una coalición militar en la que han intervenido otras monarquías de la península y que ha contado con el respaldo de EE.UU. Los hutíes, por su parte, encontraron un aliado en Irán, gran rival de Riad en el mundo musulmán.
El hecho de que EE.UU., durante la gestión de Donald Trump, declarase a los hutíes organización terrorista complicó las cosas para la población civil. La milicia controla al 75% de la población de Yemen, la cual vio disminuir significativamente su acceso a alimentos y otros insumos básicos solo por esa categorización.
El presidente Joe Biden dijo el mes pasado que retiraría la calificación “terrorista” al grupo, con lo cual se espera que haya más facilidades para entregar ayuda humanitaria. Biden también ha señalado que no apoyará más a Arabia Saudí en Yemen.
Pero más allá de las acciones políticas, la mayor ayuda que podría dar la comunidad internacional es brindar apoyo al pueblo yemení. Hoy, la ONU realizó una conferencia de donantes para recaudar 3.850 millones de dólares con el objetivo de financiar los programas humanitarios más urgentes para Yemen. No obstante, solo se consiguieron 1.700 millones.
“Millones de niños, mujeres y hombres yemeníes necesitan en forma desesperada ayuda para vivir. Recortar la ayuda equivale a una sentencia de muerte […]. Lo mejor que podemos decir sobre el día de hoy es que representa un anticipo. Agradezco a quienes se comprometieron generosamente y a otros les pido que reconsideren qué pueden hacer para ayudar a evitar la peor hambruna que el mundo haya visto en décadas”, aseveró Guterres.
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