Mente brillante, villano, héroe y víctima. Julius Robert Oppenheimer fue un genio arrepentido que consiguió lo que parecía imposible, pero su obra trágicamente monumental lo terminó persiguiendo hasta el final. El físico responsable del Proyecto Manhattan, que creó la bomba atómica, sigue siendo un referente para los científicos que estudian sus teorías, pero también fue la prueba real de cómo la ciencia, la política y la guerra se entremezclan.
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Su biografía es fascinante. De hecho, esta semana se reveló el tráiler de la nueva película que Christopher Nolan ha hecho sobre él, “Oppenheimer”, basada en el libro “Prometeo americano: el triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer”, de Kai Bird y Martin J. Sherwin y cuyo título recrea al titán griego, Prometeo, que robó el fuego del sol a los dioses para dárselo a los hombres.
Como él mismo dijo después de ver la destrucción de las ciudades japonesas, “me convertí en la muerte, el destructor de los mundos”.
“Oppenheimer era un genio. Fue un científico que se desarrolló en muchas áreas de la física: la nuclear, teórica y aplicada. De hecho, la mayoría de físicos estudiamos la aproximación de Born-Oppenheimer, que tiene que ver con ciertas aproximaciones que uno usa para estudiar el átomo”, comenta a este Diario la física de la PUCP, Lucía Coll, que además es divulgadora científica.
El inicio
Los padres de Oppenheimer fueron judíos que se asentaron con éxito en Estados Unidos e hicieron una fortuna en la industria textil. Desde joven, se inclinó por las ideas de izquierda y buena parte de su dinero la destinó para financiar causas antifascistas o para los combatientes republicanos en la Guerra Civil Española.
Su ideología -que cambio luego hacia un liberalismo progresista- le pasaría factura años después cuando en Estados Unidos se desató la cacería contra cualquier sospechoso de ser comunista, incluso cuando ya era considerado un héroe nacional por haber sido el artífice de la bomba que pondría fin a la Segunda Guerra Mundial.
Oppenheimer estudió Química en la Universidad de Harvard y luego se interesó en la termodinámica y la física, materias que siguió en Cambridge y Gotinga, donde se codeó con los físicos más notables y reconocidos de la época. Regresó a Estados Unidos en 1927 e inició su carrera de profesor en el Instituto Tecnológico de California (Cal Tech) donde se hizo de una importante reputación y discípulos fieles.
El proyecto
Todo comenzó con una carta que Albert Einstein le envió al presidente Franklind D. Roosevelt, sobre la preocupación de que los nazis desarrollaran una bomba nuclear. Era 1939 y Adolf Hitler había invadido Polonia y la Segunda Guerra Mundial comenzaba su legado de destrucción.
Científicos alemanes ya habían descubierto la fisión nuclear (de hecho, fue la austríaca Lisa Meitner, pero su nombre fue casi borrado de la historia por ser judía y ser mujer) y se sabía que los nazis trabajaban en el Proyecto Uranio, con el objetivo de fabricar la tan temida bomba. Así, empezó la carrera por quién la tendría lista primero.
- Albert Einstein fue el genio científico detrás de la Teoría de la Relatividad, que puso las bases para el desarrollo de la energía atómica.
- Aunque Oppenheimer era 25 años menos que Einstein, ambos coincidieron en muchas conferencias científicas y se guardaban mucho respeto.
Fue en 1941, cuando Estados Unidos entró oficialmente en la guerra, que Roosevelt decide poner en marcha el ultrasecreto Proyecto Manhattan. A cargo puso al general Leslie Groves, y como director científico fue designado Oppenheimer, quien ya era conocido como una de las mentes más reputadas de su generación.
Oppenheimer reclutó a los físicos más reconocidos de la época, así como a muchos de sus más brillantes estudiantes, que se recluyeron desde 1943 en el medio del desierto de Nuevo México, en Los Álamos, donde se construyó un laboratorio gigante junto a inmensas instalaciones militares en las que se trabajaría el arma más letal jamás construida en el mundo.
“Él lideró un proyecto de investigación netamente científico en física nuclear, con el fin de poder controlar experimentalmente el átomo para crear una bomba. El avance que hubo en esa época fue increíble”, añade Coll.
El arma y la muerte
Tras dos años de intenso trabajo, el curso de la guerra cambió. Los aliados lograron tomar Berlín, Hitler se suicidaba y era claro que los alemanes nunca llegaron a estar cerca de crear su propia bomba. Para Washington, el enemigo ya no estaba en Europa, sino en el Pacífico, en Japón.
Pese a la reticencia de los científicos de seguir trabajando, a quienes solo los motivaba sus ansias de derrotar al nazismo, Oppenheimer no declinó. Muchos escribieron cartas para intentar detener el proyecto, pero fueron en vano. La primera prueba nuclear se realizó el 16 de julio de 1945 en el desierto de Jornada del Muerto, en Nuevo México, a las 5:30 de la mañana. Era la primera vez que el mundo veía aquella explosión radiante en forma de hongo. Los científicos habían logrado concretar con éxito sus teorías. Y el destino de la humanidad no volvió a ser el mismo.
Semanas después, las ciudades de Hiroshima y Nagasaki probarían el poder de devastación de las bombas. Más de 200 mil personas murieron de inmediato -y 400 mil en los años venideros debido a la radiación- lo que motivó la rendición de Japón y, por ende, el fin de la guerra.
“Todos los científicos tenemos que darnos cuenta que si bien podemos romantizar la ciencia y hacer cosas por simple curiosidad científica, la ciencia también es política, y toda investigación en la que nos involucramos tiene un contenido político. Siempre hay una conexión. El proyecto Manhattan fue científico pero también fue un proyecto político, porque tenía un objetivo, y los científicos sabían lo que estaban construyendo”, acota Coll.
Lucia Coll Saravia es bachiller en física por la PUCP y estudiante de maestría en la misma universidad, especializándose en el estudio de partículas elementales. También es miembro del grupo de investigación en Altas Energías PUCP en el que investiga la posibilidad de detectar señales de nueva física en el Gran Colisionador de Hadrones (LHC-CERN).
Por otro lado, divulga ciencia por redes sociales (@neutralina.lu) con el objetivo de generar mayor interés por la física en más jóvenes, desarrollar pensamiento crítico y, a su vez, visibilizar y normalizar a la mujer científica.
El arrepentimiento
Oppenheimer se convirtió en una figura nacional, pero su fama crecía a medida que lo hacían sus dudas sobre lo que finalmente había ayudado a crear. “Los físicos han conocido el pecado”, declaró en una especie de admisión de culpa, que luego lo impulsaría al pacifismo y a un mejor control de las armas nucleares.
Según la biografía de Bird y Sherwin, el científico tuvo una agria discusión con el presidente Harry Truman -quien sucedió a Roosevelt tras su muerte y ya quería la creación de la aún más devastadora bomba de hidrógeno- a quien le confesó que se sentía “con las manos manchadas de sangre”.
Entre 1947 y 1952, Oppenheimer fue presidente del Comisé Asesor General de la Comisión de Energía Atómica de EE.UU., pero tras las diferencias con Truman se iniciaría contra él una persecución, como parte de la cruzada anticomunista llevada a cabo por el senador Joseph McCarthy. De hecho, Oppenheimer llevaba años siendo espiado por el FBI debido a su filiación izquierdista durante su juventud, incluso cuando vivía recluido en Nuevo México creando la bomba atómica.
En 1953 fue acusado de ser un riesgo para la seguridad nacional y se le revocaron todos sus permisos militares, pese a haber sido parte del proyecto más ultrasecreto de la historia mundial.
“Me convertí en la muerte, el destructor de los mundos”
El legado
En 1963, el presidente John F. Kennedy le otorgó un premio por su contribución a la física, en un intento por limpiarlo de las acusaciones y lavar su imagen. Pero Oppenheimer ya no era el mismo. Aunque regresó a las aulas y daba conferencias magistrales, terminó recluyéndose en una playa de las Islas Vírgenes, donde finalmente murió en 1967 de un cáncer a la garganta. Tenía 62 años.
El físico que nunca ganó un Nóbel mostró cómo los científicos, cuando los une una causa común, pueden concretar hazañas gigantescas, pero también son instrumentos del poder.
“Lamentablemente, la palabra nuclear ha quedado marcada como algo peligroso o destructivo. Pero la energía nuclear es una energía limpia que podría ayudar a muchísimas ciudades y a la que se puede tener acceso. Pero la bomba atómica y el accidente de Chernobyl se quedaron en la mente de la gente y cuando hablamos de este tipo de ciencia suele dar miedo. Pero tenemos que entender que la fuerza nuclear no es peligrosa por sí sola”, añade Coll. Si a eso añadimos que las potencias del mundo siempre suelen tener el dedo en el botón ante cualquier amenaza, el peligro que una bomba nuclear detone no es antojadizo. De eso se trató la Guerra Fría, y de eso se trata la tensión con Irán, Corea del Norte e incluso Rusia.
De otro lado, y quizá, de manera antojadiza, podríamos extrapolar lo que la ciencia logró en los años 40 con lo que pasa actualmente con la inteligencia artificial. De hecho, Sam Altman, el CEO de OpenAI, comparó recientemente el potencial de su ChatGPT, del que tanto se habla ahora, con la bomba atómica y que él se siente como el propio Oppenheimer al frente del Proyecto Manhattan.
“Yo creo que no se puede comparar”, señala Coll. “Si la inteligencia artificial puede ser peligrosa, seguro que sí, pero todavía no estamos al nivel del peligro que tuvo la bomba atómica. Sin embargo, sí creo que es un momento en el que los científicos que trabajan en este ambiente tienen que estar bien atentos de cómo va evolucionando lo que están creando, y tener claros los principios éticos”.
Con el Proyecto Manhattan, el mundo cambió. Con Internet el mundo cambió. ¿Cuánto cambiará si dejamos que los robots tomen el control? Solo el tiempo lo dirá.
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