El 21 de agosto de 1873 en Yedo (Tokio) tuvo lugar la solemne ceremonia en la cual se firmó el tratado que iniciaba las relaciones diplomáticas entre la República del Perú y el Imperio del Japón. Se conmemora, pues, el día de mañana, el sesquicentenario de un suceso de señalada importancia y honda trascendencia histórica. El Perú fue el primer país de América del Sur que estableció relaciones diplomáticas con Japón, que años más tarde haría factible la inmigración de ciudadanos de ese imperio a nuestras costas. Esa grata vinculación comenzó el 3 de abril de 1899 cuando arribó al Callao el buque Sakura Maru trayendo el primer contingente de operarios agrícolas que dejarían imperecedera huella.
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Tenaces, esforzados, inteligentes, cultores de la virtud del ahorro, los inmigrantes japoneses no solo se dedicaron a las tareas del campo. Concluidos sus contratos, muchos de ellos se asentaron en diversos puntos del país, sobre todo Lima. Iniciaron pequeños negocios ambulantes, luego establecimientos comerciales y siguieron creciendo para formar medianas y grandes empresas en variados rubros. Notable, igualmente, ha sido su aporte a las ciencias, humanidades y al mundo académico en general. La comunidad nikkei es numerosa y prestigiosa. Hondamente peruana, no ha roto espiritualmente con las tradiciones milenarias de sus antepasados, con el noble código moral que les enseña el camino de la honra, del ascetismo y del trabajo.
El Imperio Japonés, hasta la primera mitad del siglo XIX, había estado ajeno a la creciente vinculación entre los países de Oriente y Occidente. En 1867, el emperador Matsu Hito inauguró “la era de la luz” y con mano al mismo tiempo férrea y sagaz hizo posible que Japón iniciara su andadura como Estado moderno. En mayo de 1872, un buque peruano, el María Luz, que trasportaba trabajadores chinos al Perú, a causa de un temporal tuvo que buscar refugio en el puerto nipón de Kanagara. Uno de los pasajeros chinos promovió un incidente que tuvo que dilucidarse en un tribunal japonés, con injerencia negativa de potencias europeas. Este desagradable suceso aceleró la ya planeada decisión del régimen de Manuel Pardo de enviar una misión diplomática a Japón y China para tener con esos imperios una relación directa sin interferencia de terceros.
El Comercio, en su edición del 20 de setiembre de 1872, daba los nombres de los integrantes de la delegación diplomática peruana que estaba a punto de emprender viaje. La presidía, con rango de enviado extraordinario y ministro plenipotenciario, el capitán de navío Aurelio García y García, uno de nuestros marinos que con su hombría de bien, valor y talento prestó al Perú importantísimos servicios no solo en el ámbito naval, sino también como diplomático, científico, político y empresario. El secretario de la delegación era Juan F. Elmore. Los adjuntos: E. Quiroz, J. Benavides, J. Delgado, A. Paz Soldán, J.R. Tudela, J. Garland. Iban como ayudantes: N. Aramburú, O. Freyre y J.R. Pacheco. El 22 de setiembre zarpaban del Callao en un buque de la Compañía de Vapores del Pacífico. El 30 de enero de 1873 arribaron a San Francisco y el 1 de febrero, en el vapor Colorado, partieron en pos de Yokohama, puerto al que llegaron el 27 del mismo mes.
“Ese mismo día, se izó la bandera peruana en el fuerte de Kanagawa y fue saludada con una salva de 21 cañonazos”.
El 1 de marzo, la delegación continuó a Yedo (Tokio), donde el comandante García y García se entrevistó con el ministro de Relaciones Exteriores, Soyeshima Tone Omi. Era este un estadista de gran renombre y, posteriormente, fue elevado a la dignidad nobiliaria de conde y consejero privado del emperador. Ese primer encuentro se desarrolló cordialmente y la misión peruana fue hospedada en el palacio de Ienris Kwan, una verdadera y deslumbrante maravilla por el lujo de sus habitaciones y la belleza de sus jardines. Poco después, siempre dentro de la mayor cortesía, comenzó una sutil esgrima diplomática. El ministro Soyeshima informó que el emperador estaba enfermo y no podía recibir a la delegación peruana. García y García se dio cuenta de que eso disminuiría la importancia de su misión y respondió que esperaría todo el tiempo necesario hasta que el monarca sanara. Dos días más tarde, indicaron que la audiencia era factible, pero que el emperador solo recibiría al jefe de la delegación peruana. García y García replicó firmemente que si no se recibía a todos, esa actitud sería tomada como un desaire al presidente Pardo que él no podía aceptar. El ministro Soyeshima, horas más tarde, informó que el 3 de marzo el emperador recibiría a la delegación en pleno. El protocolo fue fastuoso y García y García presentó credenciales en una ceremonia impresionante. Esa misma noche, el ministro de Relaciones Exteriores agasajó a nuestros compatriotas con una fastuosa cena.
Trámite largo y fatigoso
En carta privada a su amigo y correligionario, el presidente Pardo, el comandante García y García le decía que las negociaciones habían sido largas y fatigosas. Uno de los asuntos que creaban mayor problema era buscar una solución al incidente de la barca María Luz. García y García le confiaba que había tenido la suerte de contar con el respaldo de personajes importantes de la política japonesa y eso había resultado útil para sortear trabas burocráticas. Otro punto que había alargado las negociaciones fue lograr que al Perú, al igual que a las potencias europeas y a EE.UU., se le permitiera que sus ciudadanos quedaran exentos de la jurisdicción japonesa y sujetos tan solo a la de sus cónsules.
El 21 de agosto de 1873, desde Yedo (Tokio), García y García escribía a nuestro ministro de Relaciones Exteriores: “Tengo el honor de comunicar a V.S. que hoy a las 4:30 p.m. he firmado con el ministro Soyeshima un Tratado de Paz, Amistad, Comercio y Navegación, que fija las relaciones entre la República del Perú y el Imperio del Japón; he conseguido para el Perú y sus funcionarios y ciudadanos los mismos derechos, privilegios, inmunidades, poderes y ventajas que actualmente concede el Japón o que en adelante puede conceder a las naciones y súbditos extranjeros”. El éxito de García y García era total y brillante. El tratado se firmó y selló en nueve copias (castellano, japonés e inglés). El asunto de la barca María Luz fue sometido al arbitraje del zar de Rusia. Ese mismo día, se izó la bandera peruana en el fuerte de Kanagawa y fue saludada con una salva de 21 cañonazos. Recién el 20 de setiembre se conoció oficialmente la grata noticia en Lima y, de inmediato, se honró con análogo procedimiento la bandera japonesa elevada al tope en el mástil mayor de la fortaleza del Real Felipe.
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