Era el 27 de octubre de 1962 y el mundo estaba en el borde del abismo: la crisis de los misiles, entre EE.UU. y la Unión Soviética, podría en cualquier momento escalar hasta convertirse en una guerra nuclear.
En medio de la crisis -en la que Washington le exigía a Moscú la retirada de misiles nucleares instalados en Cuba, a poco menos de 200 kilómetros de sus costas-, las embarcaciones militares de ambas naciones se encontraban enfrascadas en una lucha estratégica por mantener el control de sus territorios ante un posible conflicto global.
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Esa era la misión que se le había encomendado a la flota de submarinos soviética: patrullar alrededor de las aguas cubanas para trabajos de reconocimiento y control.
Algunos de estos submarinos estaban armados con torpedos que contenían ojivas nucleares.
Y dentro de uno de los submarinos de la flota soviética se vivió un momento que podría haber desencadenado un conflicto atómico: en esos días, tres comandantes decidían si, para defenderse de un ataque estadounidense que ocurría sobre ellos, debían responder con un torpedo nuclear.
Dos de ellos estaban de acuerdo con hacerlo. Pero un tercero se negaba a hacer parte de esa orden.
Su nombre era Vasili Alexandrovich Arkhipov.
“Ese hombre realmente salvó al mundo de un holocausto nuclear y, sobre todo, lo hizo porque no se dejó llevar por los impulsos y siguió estrictamente el protocolo establecido por Moscú”, le dijo a BBC Mundo Edward Wilson, autor del libro “The Midnight Swimmer”, donde detalla la historia de Arkhipov.
De acuerdo al protocolo de la Armada soviética, para disparar un torpedo nuclear se necesitaba la aprobación unánime de los tres comandantes de la flota.
“Pero había muchos factores que impedían que se realizara el ataque y eso hace que me sorprenda que Arkhipov no haya tenido el reconocimiento que se merecía”, señala Wilson.
Después de su muerte, ocurrida en 1998, comenzaron los homenajes. Incluso en 2018 una organización estadounidense decidió darle el premio “Future of Life”, de manera póstuma, por sus acciones en la prevención de un conflicto nuclear.
El 22 de octubre de 1962 el mundo amaneció en crisis: ese día, el entonces presidente de EE.UU., John F. Kennedy, informó que había descubierto una base de misiles nucleares soviéticos en la isla de Cuba.
Aunque no estaba en funcionamiento, la base podría estar lista en cualquier momento para un posible ataque.
A una distancia de apenas 200 kilómetros de EE.UU., los misiles podían impactar las principales ciudades estadounidenses y destruirlas en cuestión de minutos.
En ese mismo mensaje, Kennedy anunció medidas de defensa y despliegue de tropas y embarcaciones que pocas veces se han visto desde entonces, que incluían establecer un cerco naval alrededor de Cuba con la idea de crear un bloqueo militar.
El objetivo era que no llegaran más suministros para continuar con la construcción de la base.
Moscú no se amedrentó. Y puso en alerta a todo su ejército y a las embarcaciones soviéticas que estaban en la zona, ante la inminente presión del comando de tarea conjunta que se había sumado a las unidades estadounidenses.
Ese 27 de octubre, de acuerdo a los documentos dados a conocer por el Archivo Nacional de EE.UU y a las memorias del capitán ruso Vadim Orlov que estuvo en el submarino, la situación no podía ser peor en el interior de la nave, una embarcación creada especialmente para disparar torpedos nucleares.
Diseñado para navegar las gélidas aguas del norte, el Caribe era demasiado caliente para la embarcación, por lo que el sistema del aire acondicionado había colapsado y la temperatura era sofocante.
Además, durante las horas previas, el submarino, comandado por el capitán Valentin Savitsky había alcanzado una velocidad superior a las embarcaciones de la flota y había sido detectado por un acozarado estadounidense.
“El acorazado, de acuerdo al reporte del Pentágono, comenzó a disparar munición no letal con el objetivo de que el submarino saliera a la superficie. Pero dentro del B-59, con todas las tensiones previas e incomunicados pensaron que había comenzado la guerra”, señala Wilson.
Ante el ataque, Savitsky convocó a un reunión entre los tres oficiales de mayor rango de la flota.
Uno de ellos era Arkhipov, quien operaba como segundo comandante. El capitán, alterado por la munición que llovía desde la superficie, señaló que la mejor manera de responder era con uno de los torpedos nucleares.
“¡Vamos a destruirlos ahora! Moriremos, pero los hundiremos a todos; no seremos la vergüenza de la flota”, gritó Savitsky, según el relato de Orlov.
“Los submarinos soviéticos de entonces no necesitaban de la aprobación o de una orden directa de Moscú para lanzar un ataque nuclear. Solo se necesitaba que los tres comandantes estuvieran de acuerdo, nada más”, señala Wilson.
Arkhipov, quien gozaba de cierto prestigio entre los comandantes, se negó a apoyar la decisión del capitán.
“Arkhipov fue el único que se negó. Es cierto que la reputación de Arkhipov fue un factor clave en el debate en la sala de control. El año anterior, el joven oficial se había expuesto a fuertes radiaciones para salvar un submarino con un reactor sobrecalentado”, dijo Wilson.
En un informe entregado por el propio Arkhipov tiempo después, él señalaba las razones por las que no se respondió al ataque. Decía que, a pesar de que existía una “situación tensa” cuando partieron de la base, él había argumentado que no se estaba presentando una situación de confrontación militar.
“Gracias a él y a que calmó al capitán, que estaba afectado por el calor del submarino y la situación de acoso que sufría por parte de la armada estadounidense, no hubo una III Guerra Mundial con consecuencias apocalípticas”, anota Wilson.
En la madrugada del 28 de octubre, EE.UU. y la Unión Soviética llegaron a un acuerdo para desmantelar la base en Cuba, a cambio de que se desarticulara una base nuclear estadounidense en Turquía.
La mayoría de los submarinos regresaron a sus puertos de origen. Y lo que se esperaría fuera una recepción de héroes, resultó todo lo contrario.
En el documental sobre este tema hecho por la cadena pública de EE.UU. (PBS), la esposa de Arkhipov, Olga, señaló que su marido se había decepcionado mucho de cómo sus superiores habían tomado su participación en esa decisión.
Otro testimonio señala que uno de los altos oficiales en Moscú le dijo a los comandantes de la brigada de submarinos que “hubiera sido mejor que hubieran muerto allá”, a que regresaran sin una victoria.
Arkhipov terminó su carrera militar y murió en 1998, a los 72 años, sin que se le reconociera por su intervención.
Solo cuando en el año 2000 el oficial Vadim Orlov relató lo que había ocurrido dentro del submarino, señalando que fue por Arkhipov que no se dispararon esos torpedos, comenzó a reconocerse su aporte.
En 2007, el director del Archivo de Seguridad Nacional de EE.UU., Tom Blanton, hizo una exposición sobre este tema y concluyó:
“Este hombre realmente salvó al mundo”.
“No sé qué hubiera pasado si efectivamente se hubiera desatado la guerra nuclear. Lo que tal vez queda más claro es que Europa hubiera sido la más damnificada, porque la Unión Soviética no tenía misiles con el alcance para llegar a EE.UU.”, anota Wilson.
“Creo que el papel de Arkhipov fue monumental y que ciertamente hay que agradecerle que detuvo una guerra nuclear”.
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