“Me dejaron en el desierto con mi madre muerta”, cuenta Om Salma*, quien fue abandonada por un grupo de traficantes de personas en algún lugar del camino de Sudán a Egipto.
La joven de 25 años dice que su madre murió cuando el camión descapotable en el que viajaban se estrelló. Producto del choque su progenitora fue arrojada fuera del vehículo.
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“Intentamos decirle al conductor que redujera la velocidad”, dice Om Salma. Pero fue demasiado tarde. La mujer, que tenía 65 años, se golpeó la cabeza y murió.
En llanto, Om Salma fue sacada del camión, junto con sus hermanos y las pocas pertenencias que tenían. Los contrabandistas se negaron a transportar el cadáver y, ante el dolor de la joven, se marcharon.
Om Salma y su familia intentaban escapar del conflicto en Sudán, que la Organización de Naciones Unidas (ONU) describe como “la mayor crisis de desplazamiento del mundo”.
Según la ONU, más de ocho millones de personas han sido desplazadas por la fuerza desde que estallaron en abril los violentos enfrentamientos entre las Fuerzas Armadas Sudanesas (SAF) y el grupo paramilitar Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF).
Se estima que 450.000 personas abandonaron Sudán en los últimos 10 meses para cruzar la frontera hacia Egipto.
El año pasado estallaron intensos combates en Jartum, la capital del país, como resultado de una feroz lucha de poder entre varios dirigentes militares. Rápidamente se extendió por todo Sudán y obligó a muchas personas a huir de sus hogares.
A medida que los combates se acercaban a Omdurman, la ciudad natal de Om Salma, ella podía oír disparos.
“Tuvimos que irnos. Nuestras vidas estaban en peligro”.
Muchas personas le dijeron que era “imposible” obtener una visa para viajar legalmente a Egipto de forma rápida. Así que decidió recurrir a un hombre que cobraba US$300 por persona para sacar clandestinamente a su familia de Sudán.
El tráfico de personas está muy extendido a lo largo de los 1.200 kilómetros de frontera entre ambos países africanos. Los traficantes, en su mayoría hombres, suelen estar involucrados en la extracción de oro en el norte de Sudán y el sur de Egipto.
Ya trabajan en la zona, conocen el duro terreno desértico y tienen acceso a camiones para transportar personas.
Om Salma y su familia se dirigieron a la ciudad de Gabgaba, en el norte. Este es un conocido punto de partida para el contrabando de personas a través de la frontera, hasta tal punto que los lugareños lo han apodado aeropuerto de Gabgaba.
A Om Salma le dijeron que los transportarían a través del desierto y la frontera hasta la ciudad de Asuán, en el sur de Egipto.
Ya habían viajado durante ocho horas y se detuvieron a dormir durante la noche antes de que ocurriera el accidente.
Ahora, en el desierto, con poca comida y agua y el cadáver de su madre, ella y sus hermanos habían quedado varados.
Finalmente, después de horas de espera en el desierto, Om Salma detuvo un auto.
Logró convencer al conductor, que transportaba alimentos y aparatos eléctricos desde Egipto a Sudán, para que los llevara junto con el cuerpo de su madre a la ciudad de Abu Hamad, donde se habían alojado anteriormente.
La familia llegó sana y salva a Abu Hamad, donde más tarde pudieron enterrar a la madre de Om Salma.
La historia de Om Salma es común en tiempo reciente. Los accidentes ocurren con frecuencia en la zona de la frontera. Y es que los traficantes de personas suelen conducir camiones abiertos a gran velocidad para evadir a las autoridades.
Ibrahim*, quien ahora se encuentra en El Cairo, dice que cuando lo sacaron clandestinamente de Sudán, un hombre con el que viajaba se rompió el cuello y murió después de que el camión en el que iban chocó contra una roca.
El hombre estaba solo y, a pesar de los pedidos del grupo, los contrabandistas insistieron en dejar su cuerpo y enterrarlo en el desierto.
“Todo el mundo estaba horrorizado. Yo miraba la tumba sin nombre desde la ventana mientras nos alejábamos, mientras las mujeres y los niños en el camión lloraban”, dice Ibrahim.
Los robos también son comunes. Halima*, de 60 años, dice que tuvo una experiencia aterradora cuando la llevaron clandestinamente con su familia a través del desierto sudanés antes de llegar a Egipto.
“Fuimos atacados por cuatro hombres armados enmascarados cuando nuestro camión se averió. Dispararon al aire, abofetearon a mi hija y robaron nuestras pertenencias”, dice.
Pero Halima afirma que su hija de 25 años estaba tan conmocionada que murió al día siguiente cuando llegaron a Egipto.
“Tuvo un ataque de pánico y no podía respirar”, comenta Halima, mientras añade que no pudieron conseguirle ayuda médica a tiempo.
La BBC ha visto una copia del certificado de defunción, que cita problemas respiratorios como causa de la muerte.
Además, la BBC se ha puesto en contacto con el gobierno egipcio para preguntarle qué está haciendo para abordar el tráfico ilegal de personas desde Sudán, pero no hemos recibido respuesta.
Abdel Qader Abdullah, del consulado sudanés en Asuán, en el sur de Egipto, le dijo a la BBC que es un delito ilegal cruzar fronteras desérticas sin visa y que las autoridades han lanzado una campaña para advertir sobre los peligros asociados con el tráfico de personas.
“El consulado sudanés en Asuán está trabajando con el gobierno egipcio para ayudar a acelerar el proceso de visa, ayudar a aumentar el número de solicitudes aprobadas y permitir que más sudaneses entren legalmente al país”, sostuvo el funcionario.
A las mujeres y a los niños se les permitía entrar a Egipto sin visa, pero el gobierno impuso nuevas restricciones después de que estallaron los combates en Sudán.
La demanda en Sudán de una visa egipcia es alta, ya que la gente quiere huir del conflicto.
Pueden solicitar una visa egipcia en dos lugares de Sudán: Wadi Halfa en el norte y Port Sudan en el este.
La mayoría se dirige a Wadi Halfa, ya que está más cerca de Argeen, el principal cruce fronterizo terrestre con Egipto. Pero en Wadi Halfa casi no hay infraestructura.
Las personas que desean una visa hacen cola durante horas para realizar el proceso. Después de presentar la solicitud, pueden pasar meses hasta saber si tienen éxito.
Desplazados y con poco dinero, muchos esperan en Wadi Halfa para recibir noticias sobre su solicitud, pasando la noche en cualquier lugar, como escuelas cercanas o en las calles.
Aún decidida a salir de Sudán, Om Salma probó la vía legal en su segundo intento. Viajó a Port Sudan para solicitar una visa en el consulado egipcio.
Pero después de esperar dos meses, desistió y optó nuevamente por la vía ilegal.
A muchas personas se les niega la visa y no pueden permitirse el lujo de esperar, decidiendo a menudo gastar el poco dinero que les queda en un contrabandista para sacarlos del país.
Om Salma dice que aprendió la lección de los horrores de su primer intento y se acercó a un contrabandista diferente.
“Esta vez nos preparamos para el viaje”, explica.
“Pasamos unos seis días en el desierto”, dice, antes de cruzar con éxito la frontera hacia el sur de Egipto.
Una vez en Egipto, la difícil situación de los inmigrantes sudaneses no ha terminado. Si no tienen estatus de refugiado o no pueden demostrar que tienen una cita para solicitarlo, pueden ser deportados.
Para concertar una cita se les requiere viajar a El Cairo o Alejandría.
En el centro del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) en El Cairo, miles de inmigrantes sudaneses, en su mayoría mujeres y niños, hacen largas colas esperando registrar sus nombres y obtener lo que se conoce como una tarjeta amarilla.
Halima dice que “permaneció de pie en el frío durante horas, sólo para programar una reunión para cuatro meses después”.
“Obtener una tarjeta amarilla, una vez que eres un refugiado registrado en la ONU, te permite conseguir trabajo legalmente y recibir fondos mensuales de la organización”, explica.
Ibtessam fue trasladada clandestinamente desde Sudán a Egipto el pasado verano boreal con tres generaciones de su familia, 17 miembros en total, incluidos sus padres e hijos.
Pero dice que a pesar de tener una tarjeta amarilla, no ha recibido ningún dinero desde que llegó en junio.
“No sé cómo puedo mantener a mi familia. Mi marido ha muerto, tengo que pagar el alquiler y la matrícula todos los meses y nadie nos ayuda”.
La portavoz de Acnur, Christin Bishay, reconoce la frustración y el sufrimiento que sienten los inmigrantes sudaneses en Egipto, pero dice que la organización “enfrenta una escasez de fondos”.
“Hemos ampliado nuestra capacidad en un 900%. Así que tenemos que priorizar y pensar: '¿Quién necesita ayuda primero?'”, explica, y añade: “Hemos establecido servicios médicos en la frontera con la ayuda de la Sociedad de la Media Luna Roja de Egipto”.
La vida no es fácil para los inmigrantes sudaneses en Egipto, como Om Salma, que tiene que encontrar un lugar donde vivir con poca ayuda o dinero.
Ella dice que le preocupa el futuro. Lo ideal sería regresar algún día a su país de origen, pero debido al conflicto, teme que eso nunca suceda.
*Los nombres en esta historia han sido cambiados por la seguridad de las fuentes.
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