Diez años de guerra en Siria han destrozado el presente y ensombrecido el futuro de una población sumida en la miseria, pero también han devastado reliquias de un pasado legendario, algunas de ellas perdidas para siempre.
Siria, tierra de civilizaciones multimilenarias, desde los cananeos hasta los omeyas, pasando por griegos, romanos y bizantinos, alberga tesoros arqueológicos que la convierten en una de las joyas del patrimonio mundial.
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A nivel humanitario, la guerra que comenzó en 2011 tuvo un impacto catastrófico. Pero los daños sufridos por el patrimonio también figuran entre los más graves cometidos en varias generaciones.
En una década, los sitios arqueológicos han sido bombardeados y los museos saqueados.
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En el museo de Palmira que dirigió durante 20 años, Jalil al Hariri se emociona hablando de los traumas de los últimos años.
En mayo de 2015, los yihadistas del grupo Estado Islámico estaban a punto de conquistar la “perla del desierto”, en el centro de Siria. Él y su equipo se quedaron hasta el último momento para intentar salvar todo lo que pudieron.
La última furgoneta salió del museo apenas diez minutos antes de la llegada del Estado Islámico, que transformó el edificio en un tribunal y una prisión.
“Pero el día más difícil fue cuando volví a Palmira y vi las antigüedades destruidas y el museo en ruinas”, declara el sexagenario.
“Al ver el estado del museo, me derrumbé en la puerta”.
“Destruyeron y pulverizaron los rostros de todas las estatuas que quedaron y que no pudimos salvar. Algunas se pueden restaurar, pero otras quedaron hechas trizas”.
“La Venecia del desierto”
Conocida por sus templos grecorromanos de más de 2.000 años de antigüedad, Palmira vivió su esplendor en el siglo III bajo el mandato de la reina Zenobia, que desafió al imperio Romano.
Catalogada como patrimonio mundial por la UNESCO, la “Venecia del desierto” era famosa por su avenida de 1.100 metros flanqueada por imponentes columnatas.
La llegada de los yihadistas, un año después de proclamar su “califato”, generó indignación en todo el mundo.
Los vestigios de una civilización refinada y cosmopolita se convirtieron en el lugar donde combatientes sanguinarios dieron rienda suelta a la barbarie.
Las ruinas albergaron ejecuciones públicas grabadas por la organización para que les sirvieran de propaganda en Internet. El cuerpo decapitado del reputado arqueólogo Jaled al Assaad fue exhibido durante tres días, tras haber sido torturado por el Estado Islámico, que quería que confesara el lugar al que habían sido llevadas las piezas del museo.
Las fuerzas gubernamentales y Rusia, su aliado, reconquistaron el sector en 2017 pero para aquel entonces los yihadistas, ávidos de genocidio cultural, ya habían destruido los templos de Bel y de Baalshamin con explosivos.
Unas escenas que recordaban la destrucción de los Budas de Bamiyán por los talibanes afganos en 2001.
Los combatientes del Estado Islámico pulverizaron los objetos demasiado grandes, que no podían transportar, y el resto lo vendieron en el mercado negro.
“Destrucciones totales”
Palmira es una de las pérdidas más inestimables del patrimonio sirio, pero no la única. Ninguna región se ha salvado.
“Alrededor del 10% de las antigüedades de Siria han sufrido daños”, afirma el exjefe de Antigüedades Maamun Abdel Karim, durante una entrevista con la AFP en Damasco.
“A lo largo de los dos últimos milenios de la historia de Siria, no ha habido nada peor que lo que sucedió durante la guerra”, afirmó, mencionando una “destrucción total y global”.
“No es un terremoto o un incendio, en esta región o en otra, ni siquiera una guerra en una ciudad en particular. La destrucción afecta a toda Siria”, lamenta el exjefe de 54 años.
El país tiene seis sitios en el patrimonio mundial de la UNESCO pero en 2013 todos ellos fueron incluidos en la lista de patrimonio en peligro.
“En pocas palabras, es un apocalipsis cultural”, confirma el historiador Justin Marozzi.
Los destrozos de la guerra le recuerdan una época lejana, la de los invasores mongoles que llegaron a Oriente Medio para extender el imperio de Gengis Kan.
“No puedo evitar pensar en Timur (también llamado Tamerlán), quien sembró el infierno aquí en 1.400”, añade Marozzi.
Saqueo y tráfico de antigüedades
La referencia a los conquistadores mongoles es inevitable cuando se piensa en Alepo, el antiguo pulmón económico del norte de Siria. Su ciudad vieja es una de las más antiguas y mejor conservadas del mundo.
Hace seis siglos, Tamerlán atacó la ciudad. Pero ahora no es un invasor extranjero el responsable de la devastación.
Alepo, otrora bajo dominio de griegos, romanos, omeyas e incluso mamelucos, es famoso por sus zocos, su mercado cubierto, su Gran Mezquita Omeya reconstruida en el siglo XII, sus madrasas, palacios y baños públicos.
“No puedo olvidar el día en que cayó el minarete de la mezquita omeya de Alepo, o el día en que el fuego devoró los viejos zocos”, recuerda Abdel Karim.
En su reconquista de Alepo, el gobierno sirio contó con la ayuda de la aviación rusa. El brutal asedio impuesto a los barrios rebeldes, entre 2012 y 2016, desfiguró la ciudad. El casco antiguo quedó devastado.
La guerra en Siria también supuso más de 40.000 piezas saqueadas de museos y sitios arqueológicos, según un informe publicado en 2020 por la Fundación Gerda Henkel y la Sociedad Siria para la Protección de Antigüedades, con sede en París.
El tráfico generó millones de dólares de ingresos: para el Estado Islámico pero también para otros grupos armados, para las fuerzas prorrégimen, lo cual alimentó redes de contrabando dominadas por los nuevos señores de la guerra.
En sus territorios, el Estado Islámico contaba con un departamento que administraba las excavaciones arqueológicas, prueba de que los beneficios podían ser jugosos.
En el apogeo de la violencia, la anarquía generalizada permitió que los objetos que se podían transportar fácilmente (monedas antiguas, estatuillas, fragmentos de mosaicos) viajaran a todas partes para ser revendidos en el mercado negro de antigüedades.
A nivel internacional se ha intentado frenar el tráfico e incluso en algunos casos se intentó repatriar piezas pero las pérdidas son enormes.
“Herida para toda la humanidad”
Las consecuencias económicas también son graves. Antes de la guerra comenzaba a aumentar el número de turistas atraídos por la riqueza del patrimonio, aunque el potencial nunca se explotó como correspondía.
El actual jefe de las Antigüedades, Mohamed Nazir Awad, añora la época en la que Siria, un verdadero “paraíso” arqueológico, atraía a misiones extranjeras.
Hoy en día solo los arqueólogos de la misión húngara siguen viniendo “de vez en cuando”.
Fue esta misión la que ayudó a restaurar el Crac de los Caballeros, una imponente fortaleza medieval erigida por los cruzados en el siglo XII.
Este lugar de la provincia de Homs (centro), convertido en una posición estratégica por la que lucharon el régimen y los rebeldes, fue reconquistado en 2014 por el ejército.
Aparte de Palmira y Alepo, los cascos antiguos de Damasco y Bosra han sufrido destrozos, al igual que los pueblos del norte de Siria conocidos como las “ciudades muertas”. O la antigua ciudad romana de Apamea, a orillas del Orontes, donde el EI llevó a cabo excavaciones clandestinas.
En el apogeo de su gloria, Palmira fue el símbolo de una civilización cosmopolita y plural, una encrucijada comercial en la Ruta de la Seda, un importante centro cultural del mundo antiguo.
Su arquitectura da fe de fusiones y mezclas entre técnicas grecorromanas y tradiciones locales y la influencia de Persia.
Lo que la guerra destruyó en Palmira y, en toda Siria, ilustra un rico pasado multicultural.
“Todos deberíamos preocuparnos por la destrucción del patrimonio sirio”, afirma Marozzi a la AFP: “Sitios como Palmira tienen un significado y un valor universal. Son parte de nuestra civilización mundial, representan hitos en la historia de la humanidad. Cualquier daño que se les haga es una herida para toda la humanidad”.
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