Taiwán celebra este sábado unas elecciones presidenciales en las que se juega su futuro.
En el centro del debate se encuentra una cuestión culminante que enciende la política taiwanesa desde hace décadas: el reclamo de China.
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Pekín ve a Taiwán como una provincia rebelde que se reunificará con el continente tarde o temprano.
Pero numerosos taiwaneses están en desacuerdo.
Taiwán se ve a sí mismo como un país independiente, gobernado democráticamente, pese a que nunca ha declarado oficialmente su independencia.
Varios expertos han señalado que la disputa entre Pekín y Taipéi amenaza con convertirse en un enfrentamiento armado con profundas implicaciones internacionales.
“¿Qué camino están tomando? ¡El camino a la guerra!”, acusó Jaw Shaw-kong, compañero de fórmula de Hou Yu-ih, el candidato presidencial del principal partido de oposición, Kuomintang (KMT).
“¡Es el camino que lleva a Taiwán al peligro, el camino que lleva a la incertidumbre!”, prosiguió.
El dardo iba dirigido a Lai Ching-te, candidato del gobernante Partido Democrático Progresista (PPD) que lidera las encuestas.
Ching-te, también conocido como William Lai, es el actual vicepresidente de Taiwán. Dejó la medicina para enforcarse en una exitosa carrera política en la que ha ocupado casi todos los puestos políticos más importantes en la isla.
Ha llegado a describirse como un “trabajador pragmático por la independencia de Taiwán” y China lo ve como una amenaza.
Su contrincante, Hou Yu-ih, quien le sigue de cerca en las encuestas, se vende como un candidato moderado que cree en el diálogo con el Partido Comunista de China para reducir las tensiones con el gigante asiático.
Ha vendido las presidenciales como una elección entre la paz y la guerra.
Pero, ¿cuándo y cómo China perdió a la “isla rebelde”?
Se cree que los primeros habitantes de Taiwán fueron pueblos austronesios, procedentes de Oceanía, el sureste asiático y partes de lo que es hoy el sur de China.
En 232 A.D., la isla quedó registrada por primera vez en los archivos chinos, después de que China enviara una fuerza expedicionaria para explorar el lugar.
Este es un hecho que Pekín utiliza para respaldar sus reclamos territoriales.
Taiwán se convirtió en una colonia holandesa por un tiempo breve entre 1624 y 1661.
Posteriormente fue administrada por la dinastía Qing, la última dinastía imperial china, de 1883 a 1895.
Desde principios del siglo XVII, un importante número de migrantes empezaron a llegar a Taiwán desde China, muchos escapando de la agitación política o de la penuria.
La mayoría eran chinos hoklo, procedentes de la provincia de Fujian, o chinos hakka, provenientes de Cantón.
Los descendientes de estas dos olas migratorias conforman la mayor parte de la población actual.
En 1895, después de la victoria de Japón en la primera guerra sino-japonesa, el gobierno Qing no tuvo más opción que ceder Taiwán a Japón.
Pero, después de su rotunda derrota en la Segunda Guerra Mundial, Japón tuvo que renunciar al control de todos los territorios que había ocupado en China.
La entonces República de China, uno de los países vencedores en esa guerra, empezó a gobernar Taiwán con el consentimiento de los aliados Estados Unidos y Reino Unido.
Pero la guerra civil de China, que había iniciado en 1927, continuó tras la II Guerra Mundial y, pocos años más tarde, las tropas del gobierno de Chiang Kai-shek fueron derrotadas por las fuerzas comunistas lideradas por Mao Zedong.
Chiang y lo que quedaba de su gobierno nacionalista del Kuomintang (KMT) se refugiaron entonces en la isla de Taiwán, en 1949, proclamando la República de China en ese territorio, defendiendo que seguían siendo su gobierno legítimo.
Este grupo de personas, a las que se conoce como chinos continentales y que contaba con cerca de millón y medio de personas, dominó la política taiwanesa durante muchos años, aunque sólo representa el 14% de la población.
Tras heredar una dictadura de facto y enfrentando la presión de la sociedad contraria al régimen y un movimiento democrático naciente, el hijo de Chiang, Chiang Ching-kuo, empezó a permitir un proceso de democratización en la isla.
El presidente Lee Teng-hui, conocido como el “padre de la democracia” en Taiwán, lideró los cambios constitucionales que llevaron a la apertura política y que eventualmente conllevaron a la elección del primer presidente no ligado al KMT, Chen Shui-bian, en el año 2000.
Después de décadas de retórica hostil, China y Taiwán empezaron a tender puentes en los años 80.
China abogó por la fórmula conocida como “un país, dos sistemas”, bajo la cual Taiwán podría ejercer una autonomía significativa si aceptaba la reunificación con China.
Este sistema fue implantado en Hong Kong, en cierto modo como una muestra para el pueblo taiwanés.
La oferta fue rechazada por Taiwán, pero el territorio relajó las restricciones de visitas e inversiones en la China continental.
También, en 1991, proclamó el fin de la guerra con la República Popular China.
Hubo breves conversaciones entre ambas partes a través de representantes extraoficiales, aunque la insistencia de Pekín en que la República de China en Taiwán es ilegítima no permitió contacto de gobierno a gobierno.
La elección de Chen Shui-ban como presidente de Taiwán en 2000 alarmó a Pekín, pues apoyaba abiertamente la independencia.
Chen fue reelegido en 2004, lo que motivó a China a aprobar la llamada ley antisecesión en 2005, que declara el derecho de China a recurrir a “medidas no pacíficas” contra Taiwán si intentaba separarse oficialmente de China continental.
En 2008, Ma Ying-jeou fue elegido presidente y buscó mejorar las relaciones, particularmente a través de convenios económicos.
Ocho años después, en 2016, fue elegida Tsai Ing-wen, la actual presidenta de Taiwán.
Tsai lidera el Partido Democrático Progresivo (DPP), que se inclina hacia la independencia formal de China.
A pesar de que no hay vínculos formales entre Taiwán y EE.UU., Washington se ha comprometido a suplir a Taiwán con armas defensivas.
En 2018, China elevó la presión sobre las empresas internacionales, forzándolas a incorporar a Taiwán como parte de China en sus páginas en internet.
De lo contrario China las amenazaba con frenar sus ambiciones comerciales en el gigante asiático.
Tsai fue reelegida en 2020. Para entonces, Hong Kong había atravesado meses de disturbios, con manifestantes protestando contra la creciente influencia de Pekín, una situación observada muy de cerca por Taiwán.
Ese mismo año, la entrada en vigor de una ley de seguridad nacional en Hong Kong fue ampliamente interpretada como otra señal más de que Pekín imponía cada vez más su autoridad en el territorio.
El gobierno del presidente Joe Biden ha afirmado que el compromiso de EE.UU. con Taiwán es “sólido como una roca”.
Hay confusión y desacuerdo sobre lo que Taiwán es en realidad y cómo debe llamarse.
China considera a Taiwán como una provincia separatista y está comprometida con la reunificación, por la fuerza si es necesario.
Pero el liderazgo taiwanés asegura que es mucho más que una provincia, y argumenta que es un Estado soberano.
Taiwán tiene su propia Constitución, líderes democráticamente electos, y unas 300.000 tropas activas en sus fuerzas armadas.
El gobierno de la República de China (RDC) bajo Chiang Kai-shek, que huyó a Taiwán en 1949, declaró en un comienzo que representaba a toda China y que tenía la intención de retomar todo el territorio de nuevo.
Esta república ocupó un asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU y fue reconocida por muchas naciones occidentales como el único gobierno de China.
No obstante, en 1971, la ONU transfirió el reconocimiento diplomático a Pekín y el gobierno de la RDC fue expulsado. Desde entonces, el número de países que reconoce diplomáticamente a la RDC ha caído a poco más de diez naciones, más la Santa Sede.
Dada la gran brecha entre estas dos posturas, la mayoría de los países parecen contentarse con aceptar la actual ambigüedad.
Así que Taiwán posee la mayoría de las características de un Estado independiente, aunque su estatus legal sigue siendo confuso.
Aunque se ha logrado poco progreso político, los vínculos entre ambos pueblos y sus economías han crecido.
Las empresas taiwanesas han invertido unos US$60.000 millones en China, y hasta un millón de taiwaneses vive en el continente chino, muchos dirigiendo fábricas taiwanesas.
Algunos se preocupan por la dependencia de la economía de Taiwán de China.
Otros, sin embargo, señalan que las estrechas relaciones comerciales dificultarían cualquier acción militar de Pekín por el daño que le haría a la economía de la segunda potencia mundial.
Un polémico acuerdo comercial generó el “Movimiento Girasol” en 2014, cuando unos estudiantes y activistas ocuparon el Parlamento de Taiwán protestando por lo que consideraron una creciente influencia china en Taiwán.
Oficialmente, el Partido Democrático Progresivo (DPP) todavía favorece una independencia para Taiwán, mientras que el KMT se inclina por el diálogo con China.
Un sondeo de opinión comisionado por el gobierno taiwanés en marzo de 2021 mostró que actualmente la mayoría del pueblo apoya la estrategia del gobierno del DPP de “salvaguardar la soberanía nacional”.
Las elecciones de 2020 en las que Tsai obtuvo la victoria con un récord de 8,2 millones de votos fueron ampliamente interpretadas como un rechazo a Pekín.
Estados Unidos es, con diferencia, el amigo más importante de Taiwán y su único aliado.
La relación, forjada durante la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría, atravesó su período más difícil en 1979, cuando el presidente Jimmy Carter terminó el reconocimiento diplomático de Washington a Taiwán para concentrarse en los crecientes vínculos con China.
En respuesta, el Congreso de EE.UU. aprobó el Acta de Relaciones con Taiwán, mediante la cual prometía suministrar armas defensivas a Taiwán, resaltando que cualquier ataque de China sería de “grave preocupación” para EE.UU.
Desde entonces, la política de EE.UU. ha sido descrita como de “ambigüedad estratégica”, en busca de equilibrar el surgimiento de China como potencia regional con la admiración a Taiwán por su éxito económico y democratización.
El papel crucial de EE.UU. quedó claramente demostrado en 1996, cuando China realizó unas pruebas de misiles para intentar influir en las primeras elecciones presidenciales directas en Taiwán.
En respuesta, el entonces presidente Bill Clinton ordenó el mayor despliegue militar de EE.UU. en Asia desde la guerra de Vietnam, enviando buques al Estrecho de Taiwán y un claro mensaje a Pekín.
En 2018, en contra de los deseos de Pekín, el expresidente Donald Trump firmó una ley que permite a funcionarios estadounidenses viajar a Taiwán y reunirse con sus pares para estrechar relaciones.
Luego, en agosto de 2020 y en el contexto de la pandemia de coronavirus, Trump envió a un miembro de su gabinete, el secretario de Servicios de Salud y Humanos, Alex Azar, a Taiwán. Fue el más alto funcionario del gobierno estadounidense en visitar la isla en décadas, hasta ahora.
Las encuestas muestran consistentemente que la mayoría de los taiwaneses se consideran poseedores de una identidad taiwanesa única y prefieren el status quo: ni declarar la independencia ni unificarse con el continente.
Para subir en las encuestas, el KMT ha tenido que moderar su mensaje, insistiendo en que no es “pro-China” sino que busca relaciones más amistosas.
Pero algunos de sus detractores creen que esa es una postura ingenua y que Hong Kong puede servir como ejemplo a los taiwaneses de que China puede cambiar su visión de moderación y compromiso de un momento a otro.
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