El papa Francisco llegó este viernes a Mongolia, en la primera visita de un pontífice a este país de Asia central enclavado en una región sensible entre dos grandes potencias, China y Rusia, y dotado de una escasa comunidad católica.
El avión papal aterrizó poco antes de las 10H00 (02H00 GMT) en Ulán Bator, la capital del país, donde Francisco fue recibido por un séquito de guardias de honor mongoles con vestimentas tradicionales de color azul, rojo y amarillo, según imágenes de video de la AFP.
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Durante el trayecto, mientras cruzaba China, Francisco aprovechó para enviar un telegrama con “plegarias” y “buenos deseos” a su presidente, Xi Jinping, informó el Vaticano, siguiendo la tradición de mandar agradecimientos a los países que sobrevuela el avión papal.
El viaje del pontífice argentino de 86 años, previsto hasta el lunes en este país de mayoría budista, es un gesto de apoyo a la pequeña comunidad católica local, que cuenta con unos 1.400 fieles entre una población de más de 3 millones de personas.
Es la segunda visita de Francisco a Asia Central en un año, después de la efectuada a Kazajistán en septiembre de 2022. En el contexto actual, tiene un valor estratégico especial.
“Es un esfuerzo claro de la Santa Sede por ocuparse de Asia Central y no abandonarla a Rusia o China”, dijo a la AFP Michel Chambon, especialista en las comunidades católicas en Asia.
La visita, la 43ª que realiza Francisco en sus más de diez años al frente de la Iglesia católica, es también crucial para las relaciones del Vaticano con Beijing y Moscú, adonde el papa no fue aún invitado.
“Es una forma de tirarse a la piscina, y no quedarse en Roma esperando a que sucedan cosas”, añadió Chambon.
Desafío físico
El jesuita argentino salió de Roma a las 16H40 GMT del jueves para un vuelo de nueve horas hasta la capital mongola.
El trayecto es una prueba física para el papa, que sigue viajando pese a haberse operado de una hernia abdominal en junio y no obstante a los dolores en una rodilla, que lo obligan a moverse en silla de ruedas.
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Tras una jornada de reposo, el obispo de Roma arrancará su programa con una ceremonia de bienvenida el sábado y encuentros con el presidente Ukhnaa Khurelsukh y el primer ministro Luvsannamsrai Oyun-Erdene. Igualmente hablará una primera vez ante las autoridades, diplomáticos y miembros de la sociedad civil.
Francisco se reunirá con la comunidad católica local, que cuenta apenas con 25 sacerdotes (solo dos de ellos mongoles) y 33 religiosas.
El domingo, el papa pronunciará un discurso en una reunión interreligiosa, a la que se espera que asista el rector de la Iglesia ortodoxa rusa de Ulán Bator con una delegación.
Luego está prevista una misa en un estadio de hockey sobre hielo, recientemente construido. A la cita acudirán peregrinos de países vecinos, indicó el Vaticano, en particular de Rusia, China, Corea del Sur, Tailandia, Vietnam, Kazajistán, Kirguistán y Azerbaiyán.
Diplomacia y medioambiente
Antaño parte del imperio de Gengis Kan, Mongolia depende de Rusia para la importación de energía y de China para la exportación de sus materias primas, principalmente carbón.
Aunque mantiene una línea neutral hacia sus poderosos vecinos, busca un equilibrio en la escena internacional al reforzar sus relaciones con otros países como Estados Unidos, Japón y Corea del Sur.
Este estatus puede ayudar al Vaticano en sus relaciones con Beijing y Moscú. La Santa Sede renovó el año pasado un acuerdo con China para el complicado nombramiento de obispos en el país y trata de impulsar un acuerdo de paz para la guerra en Ucrania.
El papa Francisco puede usar también este viaje a un antiguo satélite de la Unión Soviética, convertido en democracia desde 1992, para promover los principios democráticos.
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Del mismo modo, el pontífice, conocido por su defensa del medioambiente durante su papado, probablemente se refiera al impacto del cambio climático en los ecosistemas de Mongolia.
La minería, el pastoreo excesivo y el aumento de temperaturas alimentan la desertificación en amplias franjas del país.
Además, el frío intenso, las inundaciones y la sequía han matado muchos rebaños en sus vastas praderas y han obligado a los nómadas, que constituyen un tercio de la población, a emigrar a Ulán Bator, ahora rodeada de viviendas de pobre construcción habitadas por pastores desplazados.
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