Las elecciones de mitad de mandato han significado para Donald Trump una pequeña derrota, pero de ninguna manera —tal como se presentan las cosas por el momento— la posibilidad de que salga reelegido en el 2020 se ha perdido. Otros presidentes, como Bill Clinton y Barak Obama, sin mayoría en la Cámara de Representantes, lograron un segundo mandato.
Con el triunfo de los demócratas en la cámara baja, lo que se ha abierto es la posibilidad de investigar al presidente sobre temas álgidos, como la injerencia rusa en las elecciones presidenciales, las deducciones de impuestos indebidas con las que, presumiblemente, ayudó a sus padres, la reducción de impuestos para los más ricos y el enorme conflicto de intereses que significa ocupar el cargo de presidente de Estados Unidos con sus negocios personales.
El contrapoder de los demócratas frente la presidencia no permitirá, sin embargo, un procedimiento de ‘impeachment’, pues este debería pasar por el Senado, donde los Republicanos han reforzado su mayoría, restándoles cuatro curules más a los Demócratas.
Lo que ya sabemos que Trump no podrá eliminar, es el sistema de protección llamado Obamacare. El sistema de salud para todos fue uno de los puntos fuertes que llevaron a una movilización masiva de votantes pro demócratas.
Si el inefable Donald Trump pretendió hacer de esta elección un plebiscito sobre su persona, evidentemente perdió la batalla. Esto no quiere decir que el ‘trumpismo’ no avance y se haya incrustado en la esencia misma del Partido Republicano, a través del Grand Old Party (GOP) que, con los evangélicos a la cabeza, representa nada menos que un cuarto de su electorado.
También están los cada vez más numerosos supremacistas blancos, para quienes Trump sigue siendo su abanderado. Él pone mucho empeño en cultivar el miedo entre este electorado conformado por ciudadanos blancos que no hicieron estudios universitarios y que pertenecen a una clase media baja, que se siente ‘invadida’ por el aumento de las minorías étnicas. El discurso trumpista consiste en atizar un racismo larvado y un utópico regreso al dominio blanco, al más puro estilo del apartheid.
Y si de atizar el miedo contra ‘los invasores’ se trata, la caravana de migrantes centroamericanos que avanza hacia la frontera entre México y Estados Unidos, debe haberle caído como anillo al dedo al multimillonario para probar ‘con evidencias’ que sí existe una real intención de invadir el país y que por ello es menester la construcción de su tan mentado muro en la frontera.
En lo que respecta a la reforma migratoria, ni republicanos ni demócratas han podido resolver la ecuación en los últimos años. Esta sería la ocasión para que los demócratas salven la cara negociando la permanencia de los ‘dreamers’, aquellos inmigrantes —se calcula que son 700 mil- que llegaron a Estados Unidos antes de los 16 años de edad y que se acogieron al DACA.
Se trata de jóvenes que finalizaron sus estudios y que trabajan, pero que se encuentran en un limbo legal desde que el 5 de setiembre del año pasado Trump anunció la suspensión del programa.
Ayer la Corte de Apelaciones determinó que el gobierno de Trump debe mantener el DACA. Este fallo podría ser presentado por los demócratas como un triunfo de su partido.
El derecho de suelo, es decir el otorgamiento de la nacionalidad a todo aquel que nace en territorio estadounidense y que constituye la base sobre la que se construyó Estados Unidos, ha pretendido ser eliminado por la administración Trump, contraviniendo el principio contemplado en la enmienda 14 de la Constitución. Esta medida anticonstitucional, fácilmente desechable, permite un margen de maniobra a favor de los demócratas.
Donald Trump conserva una importante carta a su favor para apuntalar su candidatura a la reelección en el 2020: un crecimiento económico de 4,1% en el primer trimestre del 2018. Si las cifras bajan, como presumen los analistas, siempre podrá achacárselo a sus rivales en el congreso.
Contenido Sugerido
Contenido GEC