Dieciocho de noviembre de 1963, hace exactamente 60 años. El entonces presidente John Fitzgerald Kennedy (JFK) conversa con el jefe del Servicio Secreto, Floyd Boring, sobre las medidas de seguridad que debía adoptar en la gira que realizaría por Texas en su campaña para la reelección al año siguiente.
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“Es excesivo, Floyd [...] el objetivo es que sea accesible para la gente”, respondía el mandatario a la sugerencia del agente de que su escolta fuera colgando de estribos especiales instalados en el vehículo presidencial durante sus giras. Finalmente, se decidió que los guardias irían en un vehículo escolta.
Kennedy confiaba plenamente en que los entre 60 y 70 puntos que había mantenido de aprobación popular durante ese año sería escudo suficiente. ¿Quién podría hacerle daño a un gobernante tan querido?
– Cinco segundos, tres disparos –
El 22 de noviembre de 1963, apenas cuatro días después de su conversación con Boring, JFK aterriza en Dallas.
En la pista lo espera un Lincoln Continental azul descapotable. Con el mandatario abordan su esposa, Jackie Kennedy; el gobernador de Texas, John Connally, y su esposa Nellie Connally.
Los lugares de piloto y copiloto son ocupados por dos agentes del Servicio Secreto. El resto de la escolta, tal como se acordó, los sigue en un segundo vehículo.
La multitud que acompaña a la comitiva presidencial durante todo el camino obliga a que se realicen múltiples paradas, en las que ambas parejas muestran su mejor sonrisa y saludan a sus seguidores. Esto, sin embargo, retrasa seis minutos a la delegación que se dirige al centro de la ciudad, donde se espera que JFK pronuncie un discurso.
A las 12:29 p.m., la comitiva bordea la plaza Dealey. Un minuto después, una bala impacta en el pavimento. Tres segundos y medio después, un segundo proyectil atraviesa la garganta del presidente y hiere en la espalda al gobernador.
Un segundo más tarde, un tercer disparo impacta en el cráneo de JFK. El terror se desata. Mientras Connally y su esposa se esconden bajo los asientos, Jackie intenta lanzarse por la parte trasera del vehículo, pero es detenida por el agente Clint Hill, quien es el primero en alcanzar al carro en movimiento y saltar sobre él. El auto parte a toda velocidad hacia el hospital.
— Muerte y enigmas —
Los médicos del hospital Parkland declararon muerto a JFK a la una de la tarde; el anuncio oficial del deceso se hizo 38 minutos después.
El país quedó conmocionado y lleno de interrogantes. Doce minutos después de que se difundiera la noticia del magnicidio, la policía detuvo a Lee Harvey Oswald, un exmilitar que trabajaba en el Depósito de Libros Escolares de Texas, lugar desde el que se dispararon las balas que acabaron con el jefe de Estado.
La ligera sensación de justicia que dejó en algunos la captura de Oswald, sin embargo, se esfumó apenas dos días después, cuando el empresario local y presunto miembro de la mafia Jack Ruby lo asesinó de un disparo en el abdomen mientras era trasladado por la policía.
A lo largo de los años, la popularidad de Kennedy se mantuvo intacta en el mundo y su muerte convirtió al político en un ícono popular. “Si bien el 22 de noviembre es el día en que conmemoramos el aniversario de la muerte del Presidente Kennedy, también es una oportunidad para recordar cómo vivió: su servicio y sacrificio, su defensa de la democracia y su compromiso con la construcción de un mundo más justo y pacífico”, dijo esta semana la directora ejecutiva de la Fundación de la Biblioteca JFK, Rachel Flor, durante los actos conmemorativos organizados en honor al mandatario.
“El tiempo del presidente Kennedy en el cargo sigue siendo un capítulo poderoso en la historia de nuestro país”, comentó por su parte Alan Price, Director de la Biblioteca y Museo Presidencial JFK.
Esta popularidad y las sombras que rodearon al caso desde el principio, sin embargo, lo convirtieron en uno de los principales misterios de la historia estadounidense.
Alrededor del magnicidio se han tejido infinidad de teorías conspirativas que fueron desde un complot orquestado por las propias agencias de inteligencia estadounidense hasta un atentado ordenado por los regímenes soviético o cubano.
La respuesta oficial al caso llegó de la mano de la Comisión Warren, creada por el vicepresidente y sucesor de JFK, Lyndon B. Johnson. Luego de 10 meses, el panel de siete miembros comandado por el presidente de la Corte Suprema, Earl Warren, determinó que Oswald realizó los disparos.
La simplicidad de aquella conclusión, que no se preocupó en ahondar en el pasado de Oswald, ligado a Moscú y La Habana, además del Partido Comunista Estadounidense, generó críticas e incredulidad en el público.
La poca credibilidad en las conclusiones de las comisiones dio pie a que surjan infinidad de versiones. Estas son algunas.
- La CIA habría estado involucrada, ya sea como autora o ignorando reportes que lo advertían. El Congreso de EE.UU., sin embargo, solo pudo determinar que la agencia fue deficiente en su labor de investigación.
- Fue un acto ordenado por Fidel Castro, la URSS o la mafia. Pese a que no existen pruebas contundentes detrás de estos argumentos, se apoyan en la entonces vigente Guerra Fría o en una venganza al nombramiento de Robert Kennedy como fiscal general.
En 1976, el Congreso creó un comité selecto que determinó que JFK probablemente fue víctima de una conspiración, pero tampoco pudo identificar detalles sobre la misma. Pese a ello, el público ha mostrado mayor respaldo a la teoría de que se trató de un ataque organizado y no al impulso de un solo hombre.
Encuestas realizadas por Gallup desde 1963 hasta el 2023 reflejan que el porcentaje de estadounidenses que cree que más de una persona estuvo involucrada en el magnicidio se ha mantenido entre el 52% y el 81%.
El misterio en torno al caso resurgió tanto en el 2017 como en el 2022, cuando los presidentes Donald Trump y Joe Biden, respectivamente, desclasificaron más de 15.000 archivos sobre el caso. Cerca de 300 documentos más, sin embargo, permanecen clasificados por motivos de seguridad nacional y los investigadores sospechan que la respuesta definitiva al misterio de la muerte de JFK podría encontrarse ahí.
El magnicidio de Kennedy ocurrió apenas cuatro meses después de que Fernando Belaunde Terry asumiera la presidencia del Perú. Al llegar la noticia por estas latitudes, se mostró conmocionado.
Una multitud se congregó afuera de la sede de El Comercio para leer el pizarrón que anunciaba: "¡FLASH! El presidente Kennedy fue asesinado hoy".
El lunes 25, día del entierro de JFK, Belaunde decretó tres días de duelo nacional en su honor.
Aquel mismo día, además, mientras los restos del líder estadounidense eran enterrados en el Cementerio Nacional de Arlington, en Virginia, Belaunde llegaba a la iglesia María Reina, en San Isidro, para participar de una misa en honor a Kennedy que incluyó un ataúd vacío y tapado con la bandera de Estados Unidos al pie del altar.
John F. Kennedy es una de las figuras más cautivadoras en la historia política de los Estados Unidos. Pocos líderes han poseído su mezcla mágica de carisma, inteligencia, ingenio y elocuencia. Su asesinato siendo un hombre joven, y en la cúspide de su poder, fue un acontecimiento histórico en el siglo XX. Su trágica muerte a los 46 años amplificó su mística.
Kennedy fue hijo de privilegio, sirvió heroicamente en la Segunda Guerra Mundial y comenzó una carrera política que lo llevó a la Cámara de Representantes de EE. UU., al Senado y luego a la presidencia. Su héroe político era Winston Churchill, el político británico que fue tanto estadista como académico. JFK aspiraba a ser ambos.
Su presidencia fue breve y significativa, comenzando en la nevada Washington, DC, el 20 de enero de 1961 y terminando en la soleada Dallas el 22 de noviembre de 1963. Fue presidente de los Estados Unidos durante menos de tres años.
Después de cometer errores iniciales, incluido el apoyo al desastre de la Bahía de Cochinos, JFK se volvió estable y seguro. Su liderazgo calmado y medido durante la Crisis de los Misiles en Cuba en 1962 ayudó a evitar una posible guerra nuclear.
El asesinato de JFK conmocionó a Estados Unidos y al mundo. La cruda realidad de que el hombre más poderoso del mundo, un hombre joven, rico y glamoroso, pudiera ser eliminado en cuestión de segundos fue aterrador y desorientador. También dejó a los contemporáneos de JFK y a las generaciones futuras cuestionándose cómo habría sido el mundo si él hubiera vivido. ¿Habría Kennedy terminado la participación de Estados Unidos en la Guerra de Vietnam? ¿Cómo habría enfrentado las crecientes complejidades políticas, prácticas y morales relacionadas con los derechos civiles en EE. UU.? ¿Podría haber contribuido a llevar a Estados Unidos y a la Unión Soviética por un camino menos conflictivo durante la Guerra Fría? Nunca lo sabremos.
Una verdad esencial sobre el atractivo perdurable de JFK es que él permanece eternamente joven. Nunca lo vimos envejecer y luchar con las indignidades del declive de poderes y la vejez avanzada. Él está fijado en nuestras mentes como joven, seguro, poderoso y lleno de posibilidades.
Los líderes en Estados Unidos y alrededor del mundo todavía son influenciados por Kennedy. Intentan sin cesar, y generalmente sin éxito, evocar el tipo de encanto y carisma que JFK mostraba tan naturalmente.
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*John T. Shaw es director del Instituto de Políticas Públicas Paul Simon desde enero del 2018. Antes de eso, trabajó durante 25 años como reportero del Congreso y corresponsal diplomático en Washington D.C. Es autor de cinco libros, incluyendo "Rising Star, Setting Sun: Dwight D. Eisenhower, John F. Kennedy y la transición presidencial que cambió América" y "JFK en el Senado: camino hacia la presidencia".
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