El 3 de agosto de 1936, un atleta afroamericano haría historia durante los Juegos Olímpicos tras vencer a la delegación de la Alemania controlada por Adolf Hitler.
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Tres años antes, con un discurso que defendía la superioridad de la raza aria sobre las demás, Hitler había conseguido llegar al poder en Alemania de la mano del partido nazi. Ese mismo año, la oficina deportiva del gobierno había ordenado implementar una política exclusiva para arios.
Esto quería decir que solo representarían al país aquellos deportistas de cabello rubio y ojos azules, dejando de lados a todos los que no sean blancos y sobre todo a quienes sean judíos, por considerarlos “inferiores y degenerados”.
En 1931, Berlín había sido elegido por el Comité Olímpico Internacional para acoger las olimpiadas del 36 y, si bien la mentada política racista había levantado polémica, preservaron la organización tras una polémica inspección del Comité Olímpico Estadounidense en la que determinaron que los atletas judíos no eran discriminados.
Estados Unidos aseguró su participación tras dicha inspección y el resto de comités le siguieron.
UNA DELEGACIÓN AFRODESCENDIENTE
El 1 de agosto, los Juegos Olímpicos de Berlín fueron inaugurados y una de las mayores sorpresas se encontró dentro de la delegación estadounidense.
El equipo de las barras y las estrellas incluía a 18 atletas afroamericanos. Uno de ellos era Jesse Owens.
Una curiosidad, su verdadero nombre era James Cleveland, pero a los 9 años una maestra del Bolton Elementary School entendió mal su apodo “JC” y lo llamó “Jesse”. El niño era tan tímido que prefirió no corregir a la profesora y fue llamado Jesse por el resto de su vida.
Owens, nieto de esclavos e hijo de agricultores, había mostrado su talento innato para el atletismo desde muy joven. Al salir del colegio, ingresó a la Universidad Estatal de Ohio y se enlistó en el equipo de atletismo.
Rápidamente, Jesse comenzó a batir cada récord existente en los ‘Buckeyes’, como era apodado el equipo de la universidad. Eventualmente, se convirtió en el primer capitán afroamericano de dicho equipo.
Su velocidad, además, le valió el sobrenombre de La Bala de los Buckeyes.
Pese a ello, Owens estaba prohibido de vivir en el campus de la universidad. ¿La razón? Su color de piel.
HITLER, ¿DERROTADO?
Owens llegó a los Juegos Olímpicos de 1936 con una serie de récords batidos bajo el brazo.
Un año antes había igualado el récord mundial en 100 metros, batido el de salto largo por 15 centímetros de diferencia, además de establecer una nueva marca en las carreras de 200 metros y de obstáculos.
En total, fueron seis los récords mundiales que superó en 1935.
Para el tercer día de competencias olímpicas, un afroamericano ya había ganado una medalla de oro. Se trataba de Cornelius Johnson, quien se colgó al cuello la presea dorada por salto alto.
Sin embargo, a diferencia de los ganadores alemanes y finlandeses que obtuvieron el oro durante la primera jornada, Hitler no se acercó a saludar a Johnson.
De hecho, no se acercó a saludar a ningún otro atleta después de la primera fecha de competiciones.
El 3 de agosto fue el momento de Owens. Ganó la medalla dorada en los 100 metros planos. A esta le siguió la de salto largo, carrera de 200 metros y carreras por relevos de 4x100 metros.
De esa forma se convirtió en el primer atleta negro en ganar cuatro oros olímpicos, un récord que no fue igualado hasta los Juegos Olímpicos de Los Angeles 1984 cuando Carl Lewis consiguió la proeza.
MITOS ALREDEDOR
Con el tiempo, se instauró como historia popular que la victoria de Owens hirió tanto a Hitler que el líder nazi, furioso, abandonó el estadio para no saludarlo.
Sin embargo, tal como mencionamos líneas atrás, Hitler decidió no saludar a más ganadores desde el 2 de agosto. En todo caso, el verdadero desplante lo sufrió Cornelius Johnson.
Tras este impase, el Comité Olímpico habría recriminado a Hitler indicándole que saludara a todos los ganadores o a ninguno. Hitler habría elegido no saludar a ninguno desde entonces.
Según el mismo Owens, el líder nazi le hizo un saludo desde su palco cuando obtuvo la medalla. La afición berlinesa, por su parte, le ofreció la mayor ovación de su carrera.
Owens contó posteriormente que en un momento incluso se cruzó con Hitler y estrecharon las manos.
“Hitler tenía controlado su tiempo tanto para llegar al estadio como para marcharse. Sucedió que debía irse antes de la entrega de medallas de los 100 m. Pero antes de que se fuera yo me dirigí a una transmisión televisiva y pasé cerca de él. Él me saludó y yo le correspondí. Creo que es de mal gusto criticarle si no estás enterado de lo que realmente pasó”, dijo el propio atleta a The Pittsburgh Press el 24 de agosto.
Entonces, ¿de dónde sale la historia sobre la ira de Hitler a causa de Owens? En resumen, de rumores.
La prensa de la época comenzó a asegurar que Owens había sido despreciado por un derrotado Hitler. Y, pese a las negativas iniciales del atleta, dicho rumor perduró.
Es innegable el espíritu racista de Hitler y el resto de la cúpula nazi. Andrew Marannis, autor del libro Games of Deception, donde recoge la historia de los deportistas afroamericanos durante Berlín 1936, narra que el ministro de Propaganda, Joseph Goebbels, escribió en su diario que “la humanidad debería estar avergonzada” tras ver a la delegación estadounidense.
Marannis también narra que el mismo Hitler consideró repulsiva la idea de saludar a alguno de los atletas negros que habían ganado una medalla. “Los estadounidenses deberían avergonzarse de sí mismos por dejar que los negros ganaran sus medallas (...) Yo mismo nunca le daría la mano a uno de ellos”, habría dicho ante la sugerencia.
Sin embargo, el balance de los Juegos Olímpicos fue favorable para Alemania, tanto en el número de medallas como en la reafirmación de su idea. Los nazis no podían perder en su discurso, así que consideraron que los atletas negros que perdieron eran efectivamente inferiores a los de raza blanca, mientras que los que ganaron “probaba” que tenían ventajas injustas por su “origen subhumano”.
HÉROE OLVIDADO
La paradoja en esta historia llegaría con el regreso de Owens a Estados Unidos.
La máxima estrella deportiva del país llegó con cuatro medallas doradas colgadas en el pecho.
Y nadie lo recibió.
El presidente de entonces, Franklin D. Roosevelt, no le envió ni siquiera un telegrama y cuando invitó a los atletas olímpicos a la Casa Blanca se aseguró de que ni Owens ni ningún otro deportista negro fuese convocado.
“Hitler no me desairó, fue (Roosevelt) quien lo hizo. El presidente ni siquiera me mandó un telegrama”, diría Owens a la prensa un mes después de su regreso.
Las razones detrás de la decisión de Roosevelt son desconocidas, pero una de ellas se perfila como la más probable. El interés que tenía el presidente por captar los votos del sur, entonces aún marcada por el racismo y la esclavitud, lo llevaron a deslindarse de cualquier evento que le pudiese significar un costo político.
En el 2016 El Comercio conversó con Marlene Owens, hija del atleta, confirmó las situaciones que le tocaron vivir a su padre tras su regreso a Estados Unidos.
“Pero él era una persona muy justa, veía a las personas como tales. Entendía que el racismo estaba presente en el país porque lo había experimentado desde pequeño. Vivió hasta los 9 años en el sur, un lugar muy segregado”, explica.
Marlene también detalló que a su retorno su padre no tuvo ninguna fortuna ni patrocinio importante. “Hubo muchas promesas pero ninguna se cumplió, así que tuvo que encontrar la forma de mantener a su familia. Volvió junto a mi madre a Cleveland y consiguió un empleo en un patio de juegos. A partir de entonces, todo lo que hizo involucró ayudar a los más jóvenes”, narró.
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