Kamala Harris se ha convertido en la favorita para reemplazar al presidente Joe Biden como candidata demócrata para las elecciones del 5 de noviembre en Estados Unidos.
A la espera de saber quién será la persona elegida finalmente por el partido, cada vez más líderes demócratas han respaldado a la ahora vicepresidenta.
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Pero Harris no siempre ha contado con el mismo apoyo dentro de la formación.
De hecho, ha pasado los últimos tres años y medio intentando acallar a sus críticos después de un comienzo de mandato accidentado.
Desempeñar el cargo que ocupa, admiten tanto sus defensores como sus detractores, no es fácil.
Se trata de un papel secundario con respecto al del presidente, ya que el puesto está concebido para ser de apoyo. Hay mucho trabajo de bambalinas y sus victorias acaban siendo las de la presidencia, mientras debe asumir los errores y fracasos del ocupante de la Casa Blanca.
Nada más estrenar la vicepresidencia, Harris tuvo que hacerse cargo de algunas de las tareas más complicadas de la administración Biden, como el reto migratorio, el derecho al aborto o la reforma electoral.
“Creo que ha desempeñado un papel decisivo a la hora de abordar cuestiones clave como el derecho al voto y la reforma de la inmigración”, le dijo a la BBC Nadia Brown, directora del Programa de Estudios sobre Mujer y Género de la Universidad de Georgetown, en EE.UU.
“También ha sido la compañera más poderosa de Biden en cuestiones como el acceso al aborto y el acercamiento a las comunidades negras”, añade.
Harris ha sido pionera en muchos aspectos: se convirtió en la primera mujer en ocupar el cargo de vicepresidenta de Estados Unidos, y también la primera persona afroestadounidense y de ascendencia asiática en ocupar ese puesto.
Si finalmente consigue la nominación, la que fuera fiscal general de California deberá enfrentarse al candidato republicano, un Donald Trump que se encuentra en un momento fuerte y que, sin duda, pondrá a prueba sus fortalezas.
Te contamos aquí algunos de los desafíos a los que ha tenido que hacer frente Harris durante su vicepresidencia.
La crisis migratoria fue su primer gran reto y, también, el asunto que mayor factura le ha pasado a su popularidad.
En 2021, el presidente Biden puso sus manos una misión de alto perfil: debía abordar las causas profundas de la migración indocumentada a Estados Unidos desde países centroamericanos.
Se trataba de un momento complicado, con un número récord de migrantes que se acumulaban en la frontera entre México y EE.UU., muchos de ellos procedentes de El Salvador, Guatemala y Honduras, el llamado el Triángulo Norte.
El gobierno buscaba detener ese flujo mientras revertía algunas de las políticas más draconianas de la administración Trump.
La tarea se consideraba desalentadora aunque manejable, analizó el corresponsal de la BBC en EE.UU. Anthony Zurcher cuando Harris cumplió un año en el cargo. Biden había desempeñado un papel similar como vicepresidente en el gobierno de Obama.
Sin embargo, algunos asumieron todo lo concerniente a la inmigración y la seguridad fronteriza quedó bajo la responsabilidad de Harris, grandes desafíos para el gobierno estadounidense desde hace décadas y que, con toda probabilidad, llevará años resolver.
Harris tardó seis meses en visitar la frontera con México, una demora que le granjeó críticas de los republicanos pero también de algunos demócratas.
El viaje que realizó entonces al país vecino y a Guatemala quedó eclipsado por una entrevista que concedió al periodista Lester Holt, de la cadena NBC, en la que tuvo problemas para articular cuál era la estrategia del gobierno con respecto a la crisis migratoria y en la que restó importancia al hecho de no haber visitado antes la zona fronteriza.
La intervención fue tachada por gran parte de la prensa estadounidense de “desastrosa” y Harris, según admitieron funcionarios de la Casa Blanca y de la propia oficina de la vicepresidenta, “prácticamente se encerró en un búnker durante un año, evitando muchas entrevistas por lo que sus asistentes interpretaron como miedo a cometer errores y decepcionar a Biden”, el New York Times.
Desde entonces, Harris se ha llevado la peor parte de las críticas republicanas en todo lo referido a la frontera.
El gobernador de Texas, Greg Abbott, incluso fletó hasta su residencia varios autobuses de solicitantes de asilo, y el sindicato de la guardia fronteriza criticó su gestión a lo largo de estos años y pidió en 2023 su dimisión.
Pero su misión de abordar las causas de la crisis no ha ido tan desencaminada.
Harris ha logrado recaudar US$ 5.200 millones para la iniciativa “Centroamérica adelante”, compromisos del sector privado para invertir en la región y ofrecer oportunidades económicas a sus habitantes para que no se vean en la necesidad de emigrar, según la Casa Blanca.
Pero si Harris ha sido objetivo de las críticas por la crisis de la migración y le ha llevado a mantener un perfil más discreto, otra de las tareas que le encomendó el presidente Biden le ha dado un papel más prominente.
Tras la decisión del Tribunal Supremo de Estados Unidos en 2022 de revocar la protección constitucional al derecho al aborto –cuando anuló la histórica sentencia de 1973 conocida como Roe contra Wade, un precedente legal que lo garantizaba-, Kamala Harris enarboló el derecho al aborto y los derechos de la mujer en general.
El aborto se ha convertido en uno de los temas centrales para los demócratas desde entonces, y la vicepresidenta se ha sentido en su elemento, convirtiéndose en una voz de referencia.
En el año desde la anulación de Roe vs. Wade, Harris se reunió con líderes de 38 estados y apeló a los votantes durante las elecciones de medio mandato que se celebraron el 8 de noviembre de 2022 con la promesa de priorizar los derechos reproductivos y el libre acceso al aborto.
A los demócratas les fue inesperadamente bien en esos comicios, en los que el aborto se convirtió en el asunto más importante para el 27% de los estadounidenses, solo por detrás de la inflación.
Además, el 59% de los votantes aseguró que el aborto debía seguir siendo legal, una gran victoria para la agenda demócrata y para la vicepresidenta.
En enero, Harris inició la gira “Lucha por las libertades reproductivas”, que la ha llevado por todo Estados Unidos y la ha convertido en la primera vicepresidenta en visitar una clínica abortiva.
Otras de las misiones importantes que Biden comisionó a Harris fue la de liderar la iniciativa del gobierno para sacar adelante una ley federal sobre el derecho al voto.
Tras las acusaciones de fraude sin fundamento de Donald Trump en las elecciones presidenciales de 2020, algunos estados controlados por los republicanos aprobaron leyes que dificultan las iniciativas para facilitar la votación, como el voto por correo. “Un asalto a nuestra democracia”, lo calificó el presidente.
Harris asumió la tarea de liderar las reformas que, a través del Congreso, se adelantaran a estas acciones de los estados para impedirlas.
Sin embargo, con la oposición republicana unificada y la acción de algunos demócratas, los esfuerzos de la vicepresidenta se vieron condenados al fracaso.
La “Ley de libertad de voto: John R. Lewis”, en honor al activista de los derechos civiles, fue finalmente bloqueada en el Senado.
Su negociación, no obstante, permitió a la vicepresidenta construir coaliciones políticas con líderes de derechos civiles, recoge Político.
Gran parte de este trabajo en la sombra es quizás el que ha llevado a muchos preguntarse, incluso dentro de su mismo partido, dónde estaba o qué es lo que hacía la vicepresidenta.
Además, durante gran parte de su mandato, el Senado estuvo dividido a partes iguales, haciendo que el voto de la vicepresidenta fuera especialmente valioso, ya que le permitía romper los empates que pudieran producirse en la cámara.
Esto ha atado a Harris a Washington, ya que ha tenido que asegurarse de estar disponible y cerca para poder votar durante los empates, algo que le ha tocado hacer más que a ningún otro vicepresidente estadounidense.
En concreto, ha emitido 33 de esos votos de desempate, más o menos el 10% de todos los que se han emitido en la historia del país desde 1789.
Desde las elecciones de medio mandato, en los que los republicanos perdieron un senador, el voto de la vicepresidenta no ha sido requerido en tantas ocasiones y ha estado más libre para moverse por el país.
“Muchos demócratas no saben qué está haciendo, y tampoco ayuda que no sea muy buena comunicadora”, reconocía no obstante una representante local del partido a The Washington Post en 2023.
Los tropiezos en el primer año de su vicepresidencia, que llevaron al desplome de su popularidad y a que concediera menos entrevistas, la sacaron del ojo público.
“El mandato de Harris ha sido decepcionante, marcado por problemas como comunicadora y a veces casi invisible, dejando a muchos demócratas de base poco convencidos de que tenga la fuerza, el carisma y la habilidad para montar una campaña presidencial ganadora”, dijeron fuentes demócratas en distintos puntos del país al diario.
Pero eso era 2023.
En el último año, Kamala Harris ha ganado prominencia.
Ha realizado 60 viajes, se le ha visto más, y sus aliados aseguran que ha adquirido un papel más predominante, incluso antes de que la campaña de Biden empezara a hacer aguas tras su pésimo desempeño en el debate de junio contra Trump.
Ahora, la renuncia del presidente a presentarse a la reelección ha dado un volantazo a la campaña y el partido demócrata parece, por el momento, que aprieta filas en torno a Kamala Harris.
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