Nueva York. Hace aproximadamente un año, Karen Bermúdez Rodríguez se despidió de su familia y se fue a descubrir un mundo fuera de Colombia; dejó atrás una propuesta de matrimonio, un buen empleo y un círculo muy unido de amigos.
“Quería vivir nuevas experiencias, quería viajar”, dijo Yudi Lorena Padilla, de 26 años, quien estudió en la universidad con Bermúdez. “Ella quería saber qué se sentía ser una mujer independiente”.
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Así que Bermúdez, a los 26 años, se unió las muchas mujeres jóvenes que, como ella, viajan al área de Nueva York para buscar trabajo de niñeras. Es un rito relativamente seguro para las jóvenes que desean conocer más del mundo antes de establecerse. Encontró empleo en el suburbio arbolado de Maplewood, Nueva Jersey, para cuidar a las dos pequeñas hijas del dueño de un bar de comedia en vivo.
Sin embargo, su aventura en el extranjero dio un giro trágico cuando se inscribió en un curso de inglés y conoció a un joven llamado Joseph Porter.
Bermúdez no creía que su relación con Porter fuera algo serio, pero él sí y, según las amigas de la mujer, con el tiempo Porter se volvió cada vez más celoso y posesivo. Cuando ella finalmente intentó terminar con él, este se presentó antes del amanecer en la casa donde trabajaba Bermúdez. Porter tenía llave para entrar.
Primero descargó su ira contra el jefe de la niñera, David Kimowitz, de 40 años; lo apuñaló hasta matarlo, en el segundo piso, según el recuento policial. Luego mató a Bermúdez cuando ella intentó huir por la calle.
El terror por el doble asesinato retumbó en todo Maplewood, un pueblo pintoresco de 25.000 habitantes a 32 kilómetros de la ciudad de Nueva York en el que es común ver a grupos de niñeras jóvenes paseando a los niños por las calles.
“El mundo es escalofriante ahora”, les dijo la pastora Janice Lynn a unas doscientas personas que trabajan de niñeras cuando estaban reunidas en la iglesia Morrow Memorial United Methodist Church para el servicio funerario de Bermúdez. “Y sabemos que están lejos de casa, lejos de sus padres y su familia. Hay veces que no entendemos por qué suceden las cosas”.
Empezar de nuevo
Antes de mudarse a Maplewood en abril de 2018, Bermúdez tenía una vida prometedora en Bogotá. Estudiaba negocios internacionales en la Universidad Santo Tomás, en la capital colombiana, y trabajaba en temas de mercadotecnia. Estaba considerando una propuesta de matrimonio de su novio de casi toda la vida, Juan Guillermo Rivera.
Pero sus amigas dijeron que ella sentía que su vida hasta entonces había sido acomodada y protegida, y que no se sentía preparada para formar una familia. Incluso Rivera, a quien había conocido desde que eran adolescentes, estaba de acuerdo con la idea de que ella viajara y pasara un tiempo alejada de él; que saliera con otras personas antes de asumir el compromiso definitivo de formar un hogar juntos.
“Como dice la canción, ‘Si la amas, déjala ser, si la quieres, déjala volar’”, dijo Rivera, un gerente de proyectos de 29 años que trabaja en una agencia de publicidad. “Ella decidió que quería hacer este viaje y yo siempre la apoyé”.
Poco tiempo después de llegar a Estados Unidos, Bermúdez comenzó a trabajar en Au Pair Care, una empresa que la puso en contacto con los Kimowitz. Al igual que la mayoría de los clientes de la compañía de au pairs, la familia Kimowitz le pidió a Bermúdez que viviera con ellos para atender a sus dos pequeñas hijas. Según las amigas de la joven, tenía planeado quedarse en Maplewood al menos un año, mejorar su inglés y tener tiempo para viajar.
“Era la primera vez que estaba sola”, contó Natalia García Barroso, amiga de Bermúdez.
Relaciones problemáticas
Porter, hijo de una mujer brasileña y de un marine estadounidense, se fijó por primera vez en Bermúdez en una clase de inglés que ambos tomaban. Pese a que ella no buscaba una relación seria, empezó a salir con él.
De acuerdo con sus amigas, Bermúdez notó desde un principio señales de alerta que indicaban que Porter, de 27 años, era manipulador y controlador. Padilla, la amiga de la universidad de la joven colombiana, señaló que ellos solo habían salido dos meses cuando Porter le pidió a Bermúdez que se casara con él, a pesar de que Porter aún vivía en el departamento de su madre en Elizabeth, Nueva Jersey.
Porter también revisaba el teléfono celular de Bermúdez y le exigía que se alejara de las amigas a las que les gustara bailar y beber, en especial si eran colombianas, comentó Padilla. Contó que Porter le dijo una vez a Bermúdez que “las amigas no existen”.
En febrero de este año, durante un viaje que hicieron a Boston, Bermúdez y Porter tuvieron una fuerte pelea y ella le llamó a la policía, dijo Rivera, el amigo y exnovio de la joven.
Padilla comentó que le aconsejó que terminara con él. No obstante, las amigas de Bermúdez recalcaron que ella siempre veía lo mejor de las personas, siguió saliendo con Porter y se quedaba ocasionalmente con él en el departamento de su madre.
Las compañeras niñeras de Bermúdez también contaron de ocasiones en las que Porter se aparecía durante salidas de chicas sin haber sido invitado ni que Bermúdez le dijera dónde iba a estar. Hasta la familia de Porter consideraba que él era tóxico en la relación: “Siempre sospechaba de ella”, dijo Pablo Namor, hermano de Porter.
De fiesta a masacre
Los Kimowitz se encariñaron con Bermúdez. En octubre de 2018, dejaron que sus familiares de Colombia se hospedaran con ellos para la celebración del cumpleaños de la joven. También le permitían que invitara a sus compañeras niñeras para que se reunieran en su tiempo libre.
El 2 de agosto, la noche anterior a los asesinatos, cuando Laura Kimowitz y las niñas estaban fuera de la ciudad, Bermúdez organizó una pequeña fiesta. Ella y algunas otras niñeras comieron pizza de pepperoni, cantaron y escucharon canciones en español en la sala mientras David Kimowitz descansaba en el piso de arriba.
Andrea Agudelo, de 20 años, era una de las niñeras que estaba ahí. Dijo que Bermúdez estaba muy contenta y no le hacía mucho caso a su teléfono, excepto cuando publicó un video en Instagram. Agudelo comentó que la fiesta terminó como a la una de la mañana, cuando se fue la última de las amigas de Bermúdez.
Media hora después, la joven colombiana y Porter tuvieron una discusión vía mensajes de texto, de acuerdo con la declaración jurada del caso hecha por la policía. Ella le dijo que ya no lo quería en su vida y le pidió que le regresara la llave que tenía de la casa donde trabajaba. Él se molestó.
El documento decía que cuatro horas más tarde, Porter entró a la casa con su llave.
Los Kimowitz no sabían que Porter tenía llave de la casa, según un amigo de la familia. Mencionó que Porter había asistido a unos cuantos eventos sociales de la familia, pero cuando iba a recoger a Bermúdez casi siempre la esperaba en su coche, afuera de la casa.
Según un documento del juzgado donde enfrenta los cargos, Porter le dijo a la policía que el día de los asesinatos primero subió las escaleras, donde tomó un cuchillo y apuñaló a Kimowitz.
Posteriormente, Porter le amarró las muñecas a Bermúdez con cinta adhesiva. Ella logró soltarse, salió de la casa y corrió por la calle, de acuerdo con la declaración jurada policial. Según las autoridades, él la alcanzó en la avenida Woodland y la apuñaló con otro cuchillo hasta matarla.
Más tarde esa mañana, las autoridades arrestaron a Porter en el Aeropuerto Internacional Newark Liberty, cuando estaba a punto de abordar un avión con destino a Cancún, México.
Porter será procesado el 15 de agosto por cargos de asesinato; aún no ha sido presentado para declararse culpable o inocente.
Una tragedia con dos velorios
El 7 de agosto, tantas personas acudieron al velorio de Kimowitz en la capilla suburbana Bernheim-Apter-Kreitzman en Livingston, Nueva Jersey, que el gentío llegaba hasta la entrada.
Su hermano menor, Rich Kimowitz, dijo en su panegírico que, la noche anterior, cuando estaban sentados junto al ataúd en una funeraria vacía, dos de los hermanos y Laura Kimowitz, la viuda, habían soltado varias carcajadas al hablar de sus recuerdos con él. Eso estuvo bien, dijo Rich, ya que Kimowitz tenía muy buen sentido del humor.
“Es como él hubiera querido que fuera”, dijo el hermano. “Sé que nunca volverá a estar físicamente con nosotros. Pero las sonrisas, las risas y los recuerdos nunca desaparecerán”.
Horas más tarde, en Maplewood, cerca de doscientas mujeres jóvenes, la mayoría de las que trabajan como niñeras, se reunieron en la iglesia Morrow. Algunas de ellas lloraban junto a un compendio de fotografías de su querida amiga.
“Ella era como la mamá de las niñeras”, dijo Nikki Rodríguez, residente de Maplewood y representante de Au Pair Care. “Si estabas triste, te traía un pedazo de chocolate. Si era tu cumpleaños, lo celebraba contigo”.
Había una fotografía de Bermúdez, con una copa de champaña y una sonrisa. En otra, aparecía con una bandera de Colombia. También había una foto que su amiga, Valeria Rodríguez, de 27 años, le tomó hace un año en el puente de Brooklyn. Está sonriendo, mirando hacia la cámara, con un sombrero inclinado.
“Se puso ese sombrero y posó porque le encantaba que le tomaran fotos”, dijo Rodríguez. “Así es como voy a recordarla, llena de vida”.
© “The New York Times”