Poco o nada sabe la mayoría sobre los Kennedy. Puede que estén al tanto sobre la supuesta maldición que pesa sobre ellos, pero es más que probable que su conocimiento sobre el matrimonio entre el diplomático estadounidense Joseph P. y la socialité Rose, y de su prole, sea limitado.
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Joseph, el primogénito, murió siendo piloto en la Segunda Guerra Mundial. Kathleen, a los 28 años, se unió a la Cruz Roja luego de enviudar, hasta que falleció en un accidente de aviación. O Rose Marie, quien fue sometida a una lobotomía para evitar que sus discapacidades mentales la convirtieran en promiscua.
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Es más que seguro que sí hayan escuchado sobre John Fitzgerald, el presidente número 35 de Estados Unidos. Y aquí, una paradoja: el politólogo Thomas Cronin -autor del libro “On the Presidency” e investigador sobre la vida y obra de JFK- afirma que “la mayor parte de sus alumnos” universitarios “no sabrían hablar más de dos o tres minutos seguidos” sobre él. Es decir, seguramente sepan que a las 12:30 p.m. del 22 de noviembre de 1963, mientras iba en un Lincoln negro descapotado aprovechando el sol de Dallas, le dispararon.
Ese día, Jacqueline, la primera dama, gritó: “¡Mi marido está muerto. ¡Tengo su cerebro en mis manos!”.
Muchas cosas se dijeron sobre el asesinato, y también aparecieron numerosas teorías conspirativas. Que fue “un dispositivo de gas activado por extraterrestres”, que fue Charles Harrelson (el papá de Woody). También acusaron a Lee Harvey Oswald, muchacho marxista de 24 años quien, según el FBI, “actúo solo”. Oswald jamás llegó a juicio. A los dos días del magnicidio, en medio de un traslado, le dispararon en el abdomen.
Después de eso, JFK se convirtió en el emblema del buen ciudadano, en el presidente ideal, casi a la misma altura que los padres fundadores. Antes de morir a los 46 años, había evitado una guerra nuclear y le había dado esperanza al país.
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LA FAMILIA ES MÁS GRANDE
La maldición sobre los Kennedy no amainó luego de arrebatar la vida de John Fitzgerald, el mito, el veterano de guerra y brillante político demócrata sobre el que se erige el ideal del buen servidor, joven, carismático y querendón. Sobre el resto de la historia, sin embargo, hay menos luces.
Pero es verdad que el sétimo hijo de Joseph P. y Rose también hace sonar algunas campanas en la memoria de las personas. Robert Kennedy pasó por Harvard, fue fiscal general y senador del Estado de Nueva York. Quería llegar a la Casa Blanca, así que postuló a las primarias demócratas en 1968.
Bobby ganó. Después de un discurso en el hotel Ambassador de Los Ángeles, partió hacia su habitación, pero en el camino se detuvo. Juan Romero, un ayudante de cocina de 17 años, lo quería saludar. Le estrechó la mano y ahí nomás le dispararon. Falleció aquel 6 de junio de 1968, recién consagrado vencedor de las primarias de su partido, lo cual le daba serias opciones en la elección presidencial de dicho año, que a la postre ganaría el republicano Richard Nixon. Robert Kennedy solo tenía 42 años.
Sin importar que dieran con el asesino, la familia Kennedy jamás volvió a estar tranquila. El palestino Sirhan Bishara Sirhan -nació en Jerusalén cuando el territorio se encontraba bajo mandato británico- tenía 24 años cuando confesó que lo había matado porque apoyaba a Israel. En las investigaciones se supo que no estaba cuerdo.
Y ahora, 53 años después del crimen, Sirhan podría salir de prisión. La Junta de Libertad Condicional ha puesto las cartas sobre la mesa: el hombre de 77 años que paga prisión de por vida, y cuyo pedido de libertad condicional ya ha sido denegado 15 veces, ya ha cumplido más de cinco décadas de condena, por lo cual podría ser puesto en libertad. La idea no es descabellada: si Joseph Ligon –el reo estadounidense que más tiempo pasó en prisión- esperó 68 años para pisar la calle, la indulgencia con el palestino sería plausible.
Pero nada está dicho. Gavin Newsom, gobernador de California, deberá decidir al respecto. Por el momento, varios hijos de ‘Bobby’ ya han puesto el grito en el cielo.
Rory es nieta de Joseph P. y Rose, y la menor de los 11 hijos de Robert. Sobre ella se sabe menos aún que de su padre y su tío: cumplía tres meses en el vientre de su madre cuando se quedó huérfana. Ella recuerda que, en virtud del pensamiento de su padre, su tío se opuso a la decisión de la corte de castigar a Sirhan a la cámara de gas. También que les negaron la petición, y que no fue hasta que la Corte Suprema prohibió la medida, que el asesino estuvo esperando la muerte.
La posibilidad de que liberen al asesino de su padre es un escándalo para Rory. Lo es porque Sirhan no está arrepentido. Según ella, cuando cuestionan las motivaciones de su crimen, Sirhan responde: “Estaba allí, y supuestamente disparé un arma”.
“Es verdad que el señor Sirhan lleva encarcelado muchos años -escribió Rory en “The New York Times”-. 53, para ser exactos. Después de todo, para mí esa es una cifra fácil de recordar. Es la misma cantidad de años que mi papá está muerto. Es la edad que voy a cumplir este año”.
Rory señala que su madre, Ethel Skakel, y la mayoría de sus hermanos (con excepción de dos) apoyan su postura. Añade que Sirhan no puede ser excarcelado porque “para EE.UU. el precio de la vida y las ambiciones truncadas de mi padre ha sido incalculable”
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