Enclaustrados en sus casas, con cierto miedo y muy poca información, miles de ciudadanos del estado de Maine esperan que acabe la huida de un hombre llamado Robert Card, quien desde anoche, a base de disparos de rifle de asalto, escribió el nombre de Lewiston en la crónica negra de Estados Unidos.
Centenares de policías buscan este jueves al sospechoso de haber matado ayer a al menos 18 personas en esta localidad de poco más de 36.000 habitantes. Poco se sabe de él y sus motivos. Era un militar en la reserva, de 40 años, que recientemente estuvo dos semanas ingresado en un psiquiátrico.
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Salvo por los periodistas que han llegado en las últimas horas y por algunas personas de aspecto desaliñado que caminan errantes, las calles de Lewiston están vacías. Todo está cerrado. Resiste una tienda, Dave’s Place, una especie de ultramarinos junto a una gasolinera en la que se agolpan los vecinos, con la excusa de comprar cosas imprescindibles como un paquete enorme de cervezas.
Todos parecen conocerse y comparten durante los minutos de fila en la caja lo extraño que es el día en este “lugar fantasma”.
“Es como un pueblo fantasma. Tengo mucho miedo y es muy triste lo que ha pasado”, cuenta a EFE Debbie Cornish, una mujer de 55 años que ha ido a la tienda acompañada de su nieto. “El hermano de su madre recibió un disparo y está en cuidados intensivos”, dice señalando al niño.
Estaba en el restaurante Schemengees Bar and Grille, uno de los dos lugares en los que Card puso a prueba la capacidad letal de su AR-15, el popular rifle de asalto que copa cada dos por tres los titulares en Estados Unidos, cuando hay una matanza.
Según la organización Gun Violence Archive, en lo que va de año ha habido 566 tiroteos masivos, aquellos en los que en un solo incidente hay al menos cuatro personas heridas o muertas, sin incluir al perpetrador.
Eran las 19.08 (23.08 GMT) cuando la policía comenzó a recibir numerosas alertas de este tiroteo. Doce minutos antes, las alertas llegaban desde una bolera ubicada a pocos kilómetros, el Spare Time Recreation.
Dan Holmes, un hombre de 42 años con tres hijos menores que vive a pocos metros del centro recreativo, está convencido de que su esposa y su hija pudieron cruzarse con Card.
“Mi hija es animadora y su gimnasio está justo después de la bolera. Pasaron por ahí a las siete en punto, cuando el tirador estaba saliendo de la bolera y se dirigía a otra parte, por lo que estuvieron muy cerca de cruzarse. Es un pensamiento aterrador”, cuenta a Efe en el jardín delantero de su casa.
Desde anoche, explica, han estado encerrados, aguantando la tensión y la falta de información. Card sigue huido y la policía suelta la información con cuentagotas.
“Es desconcertante que no lo hayan capturado. Todavía estoy un poco asustado porque podría dañar a alguien en cualquier lugar al azar. Así que sigue dando miedo, hasta que lo atrapen”, cuenta.
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Su barrio, una zona de casas con jardín, hechas de láminas de madera, siempre ha sido “tranquilo”, residencia de “parejas mayores y familias con niños”. “Nunca hubo mucho crimen ni nada de qué hablar. Es algo que nadie en Maine hubiera esperado, especialmente en este pequeño y tranquilo vecindario”, narra.
Pese a que el estado de Maine tiende a votar mayoritariamente al Partido Demócrata desde hace unas décadas (apoyaron a Joe Biden en las últimas elecciones y su gobernadora, Janet Mills, es de esa misma formación), las leyes sobre armas son bastante laxas.
Maine no tiene ni comprobaciones de seguridad universales para quien quiere comprar un arma ni obliga a contar con licencia para tenerla; tampoco hay normas de “red flag” (bandera roja), que impiden que personas que hayan pasado por crisis mentales -como según han publicado varios medios es el caso de Card- posean un arma de fuego.
Como cada vez que hay una matanza similar, Biden volvió a insistir hoy en la necesidad de que se prohíban las armas de asalto.
“Por supuesto, ahora habrá discusión nuevamente sobre las armas y su función”, cuenta a EFE Victoria Wysocki, vecina de Lewiston, quien vive junto al hospital al que han sido trasladados varios de los 13 heridos.
Acompañada de sus hijos, narra que tres amigos de su abuela que estaban en el restaurante han fallecido. “Era un lugar de encuentro en el que iban a jugar al cornhole (un juego de mesa) y pasar el rato, a escuchar música”, explica a los medios, tras hacer un peculiar e inesperado discurso sobre educación y armas.
Y es que ella, cuenta, ha llevado a uno de sus hijos a disparar “desde que tenía cinco o seis años”. “Empezó a disparar porque quería que entendiera sobre seguridad y sobre la forma correcta de usarlas, antes de que cualquier persona se acerque a él y le muestre los caminos equivocados”.
“No dejaré que eso suceda”, continúa, y necesita saber que está “haciendo lo mejor” por sus hijos “para que sean mejores en este mundo, porque ellos tienen que saber la mierda de mundo en el que vivimos”.
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