La España del general Francisco Franco quiso dotarse de la bomba atómica.
Y estuvo cerca de lograrlo.
En plena Guerra Fría, cuando el mundo vivía la carrera armamentística entre Estados Unidos y la Unión Soviética, y las principales potencias habían desarrollado armamento nuclear, el régimen franquista desarrolló en secreto un plan para producir el arma definitiva.
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Se llamó el Proyecto Islero y se prolongó durante varias décadas de investigación científica que no se abandonó definitivamente hasta la década de 1980.
En 2016, un libro publicado por el principal responsable del proyecto confirmó lo que hasta entonces solo habían sido rumores y arrojó luz sobre un episodio hasta entonces desconocido.
Esta es la historia de cómo España intentó tener la bomba atómica.
Y de por qué finalmente no lo hizo.
Al concluir la Segunda Guerra Mundial (1945), España vivía un severo aislamiento internacional.
El régimen del general Franco era repudiado por las democracias europeas por su carácter autoritario y por la cercanía que mostró durante la contienda con la Alemania de Hitler y la Italia fascista, lo que lo dejó fuera de Naciones Unidas y la mayoría de organismos internacionales.
Pero con la Guerra Fría cambió radicalmente el panorama.
El rechazo total de Franco al comunismo y la ubicación estratégica de la Península Ibérica llevaron a Estados Unidos a buscar su amistad.
Washington quería asegurarse la lealtad de los países de la Europa occidental para contrarrestar el predominio soviético en la oriental.
En 1959, el entonces presidente de EE.UU. Dwight D. Eisenhower realizó una histórica visita a Madrid en la que, a cambio de ayuda económica y de su rehabilitación internacional, Franco accedió a la instalación de bases militares estadounidenses en suelo español, unas instalaciones que adquirirían gran importancia estratégica en el marco de la rivalidad con la Unión Soviética.
En ese contexto, el gobierno aprobó el proyecto para dotar al país de un arsenal atómico disuasorio.
El 8 de diciembre de 1953, seis años antes de abrazarse con Franco en Madrid, Eisenhower pronunció ante la Asamblea General de Naciones Unidas su discurso “Átomos para la paz”, en el que abogaba por el uso pacífico y para el bien de la humanidad de la energía atómica.
El gobierno de Estados Unidos puso entonces en marcha un programa que posibilitó que científicos extranjeros acudieran a formarse en universidades y centros de investigación en ese país.
Después de haber desarrollado el Proyecto Manhattan y haber lanzado sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki las dos bombas atómicas que pusieron fin a la guerra, EE.UU. se había convertido en el referente mundial en física e ingeniería nuclear y muchos países, empezando por la URSS, trataban de seguir su estela.
España fue uno de los países que quiso beneficiarse del programa “Átomos para la paz” .
El gobierno español había creado en 1951 la Junta de Energía Nuclear (JEN), encargada de la investigación y desarrollo de la energía atómica, y el organismo decidió enviar a algunos de sus investigadores más prometedores a estudiar en prestigiosos centros estadounidenses.
Entre ellos destacaba Guillermo Velarde, un brillante ingeniero del ejército español que completó su formación en la Universidad del Estado de Pensilvania y el Laboratorio Nacional de Argonne.
De ahí pasó a trabajar en la empresa Atomics International, en California, donde colaboró en el desarrollo de un pequeño reactor nuclear que sirviera de prototipo para los que se planeaba construir en España para producir energía eléctrica.
Velarde sería el padre de la bomba atómica española, la bomba que no fue.
“Los países que tienen armamento nuclear son el conjunto de países a los que se respeta internacionalmente”, declaró en una entrevista años después, cuando se decidió a contar la historia del Proyecto Islero.
Esa convicción impulsó su empeño por que España se sumara a ese reducido club.
En 1961, durante una visita a Madrid, le planteó a José María Otero Navascués, también militar y presidente de la Junta de Energía Nuclear, la posibilidad de que España fabricara armas nucleares aprovechando los conocimientos y capacidad adquiridos por sus investigadores.
Según el propio relato de Velarde, a Otero le pareció buena idea, pero no quiso dar ese paso sin contar con el visto bueno del gobierno.
Un año después, Velarde recibió una carta de Otero en la que le informaba de que su idea había sido aprobada y se requería su presencia en Madrid para hacerse cargo de la dirección técnica del proyecto.
Otero había consultado con el capitán general Agustín Muñoz Grandes, jefe del Alto Estado Mayor de las Fuerzas Armadas y vicepresidente del gobierno, y este había dado luz verde al proyecto.
Menos de tres meses después, en febrero de 1963, Velarde estaba en Madrid, listo para liderar el intento de fabricar la bomba atómica española.
Natividad Carpintero, del Instituto de Fusión Nuclear que lleva hoy el nombre de Velarde y que lo ayudó en la tarea de documentación que apoya su libro, le dijo a BBC Mundo: “Muñoz Grandes se da cuenta desde el primer momento de la importancia que tiene que España pueda tener un arsenal disuasorio como lo tienen las principales potencias”.
Muñoz Grandes era uno de los militares con mayor peso dentro del régimen franquista.
Considerado un “héroe” por su papel en la Guerra Civil española (1936-1939), estuvo al mando de la División Azul, la fuerza que Franco envió a luchar al lado de las tropas alemanas en el frente ruso durante la Segunda Guerra Mundial.
Según el experto en Historia Militar Roberto Muñoz Bolaños (sin parentesco), “Muñoz Grandes representa a una generación de mandos profundamente nacionalistas que tenían como ejemplo a Carlos I y Felipe II, los reyes de la época del Imperio español”.
El apoyo del general sería clave para que el Proyecto Islero arrancara.
En aquellos años, además, la dirigencia franquista veía peligrar los territorios españoles en el norte de África por el recién creado Reino de Marruecos independiente, en particular la provincia de Ifni, donde las tropas españolas se habían visto ya envueltas en enfrentamientos con fuerzas locales y la tensión iba en aumento.
“Dotarse de armamento nuclear era la forma de evitar incidentes contra cualquier enemigo, pero siempre pensaron en Marruecos”, concluye Muñoz Bolaños.
Ya en Madrid, Velarde comienza a trabajar.
Bautiza el plan como Proyecto Islero, en recuerdo del toro bravo que en 1947 acabó con la vida del mítico matador Manolete.
Si Islero mató de una cornada a Manolete, Velarde presiente que su proyecto lo “matará a él a disgustos”.
El científico trabaja en la sombra en las instalaciones de la JEN.
Para no levantar sospechas, recibe órdenes de no identificarse nunca como militar y dirige la investigación de manera que sus colegas no sepan nunca en qué trabajan los demás participantes en el proyecto ni su verdadera finalidad.
El asunto es tan delicado que Muñoz Grandes quiere que todos los documentos sean calificados como “máximo secreto”. Pero Velarde rechaza la idea.
“Si ponemos máximo secreto en los papeles, se entera todo el mundo”, le dijo años después a Radio Nacional de España.
Velarde y Otero pronto llegan a la conclusión de que la única posibilidad viable es la fabricación de una bomba de plutonio.
Según explica la profesora Carpintero, “el enriquecimiento del uranio requería entonces de unas instalaciones muy complejas y costosas, solo al alcance de las principales potencias nucleares”.
Por otra parte, trabajar con uranio hubiera hecho mucho más difícil mantener el proyecto alejado del escrutinio del Organismo Internacional de la Energía Atómica.
El proyecto se plantea en nueve etapas, desde el desarrollo de los códigos de cálculo para determinar la configuración y la masa crítica de las bombas, los explosivos convencionales necesarios para detonarlas, y la elección de un reactor nuclear capaz de producir el plutonio, entre otras.
Según los describió Velarde, fueron “años de trabajo febril”.
Cuando ya se había completado la parte teórica del proyecto para la fabricación de bombas de plutonio, un accidente inesperado iba a llevar más lejos las investigaciones de Velarde.
El 17 de enero de 1966, un bombardero B-52 de la Fuerza Aérea de EE.UU. cargado con cuatro bombas termonucleares choca con el avión cisterna KC-130 que le suministra combustible en vuelo sobre la pequeña localidad de Palomares, en el sureste de España.
Siete militares estadounidenses mueren y las cuatro bombas que transporta el B-52 caen al vacío. Dos de ellas chocan contra el suelo, lo que causa una fuga de plutonio, y el ejército estadounidense despliega a sus tropas en bases españolas en un inmenso operativo.
Otero Navascués y Muñoz Grandes envían a Velarde y otros técnicos de la JEN a la zona afectada a examinar los restos de las dos bombas y recabar muestras para su análisis.
En su recorrido por la zona contaminada, Velarde se percata de que algunas de las piedras en el terreno muestran una superficie ennegrecida y gran radiactividad.
Cuando le pregunta a un oficial estadounidense a qué se debe, este le indica que las bombas viajan en los aviones rodeadas de una esponja de poliestireno para evitar que choquen entre ellas, lo que hizo que el plutonio se incrustara en las rocas.
La explicación no convence a Velarde, que sospecha que el poliestireno juega en realidad un papel clave en una bomba termonuclear y empieza sus propias investigaciones para averiguar cuál es.
Hasta que llega a la conclusión de que las bombas de Palomares se componen de una bomba de plutonio, una vasija con deuterio-tritio y entre estos dos elementos el poliestireno, que posibilita que el deuterio-tritio alcance la densidad y temperatura necesarias para que se produzca su explosión.
Velarde acaba de descubrir uno de los secretos mejor guardados por el ejército de Estados Unidos, el llamado método Ulam-Teller, fundamental para el desarrollo de la bomba termonuclear o bomba H.
Las investigaciones de Stanislaw Ulam y Edward Teller permitieron a Estados Unidos dotarse de esta arma, aún más devastadora que las bombas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki. Desde entonces, solo la URSS, Francia y China habían logrado replicar esa tecnología.
Gracias al hallazgo de Velarde en Palomares, España se convirtió en el otro país con el conocimiento suficiente para desarrollar bombas termonucleares.
Pero nunca lo haría.
Desde 1963, España estaba en negociaciones con Francia para importar un reactor nuclear que se ubicaría en Vandellós, en la provincia catalana de Tarragona.
El Proyecto Islero preveía que el futuro reactor de Vandellos-I produjera el plutonio necesario para la fabricación de las bombas atómicas, por lo que su puesta en funcionamiento era un paso imprescindible.
“Francia era la única potencia europea que miraba a la España de Franco con relativa simpatía y su presidente Charles De Gaulle quería que hubiera otro actor nuclear en el continente para que la defensa de Europa no dependiera totalmente de Estados Unidos”, indica Muñoz Bolaños.
Pero diferencias internas dentro del gobierno español torpedean el plan.
El ministro español de Industria Gregorio López Bravo propone que empresas privadas participen en la instalación del reactor, alterando el plan inicial de que fuera un organismo estatal, el Instituto Nacional de Industria, el que lleve a cabo el proceso.
Muñoz Grandes, Otero Navascués y el propio Velarde son conscientes de que será difícil mantener en secreto el Proyecto Islero si compañías privadas toman parte.
Según cuenta Velarde en sus memorias, López Bravo trata de disuadir a Franco de seguir adelante con el Proyecto Islero exagerando su coste, 60.000 millones de pesetas según el ministro, cuando en los informes elaborados por Velarde se estima en 20.000.
En 1966, el general Muñoz Grandes lleva a Velarde a una reunión con el mismo Franco en su residencia oficial, en un intento de convencer al Generalísimo de que siga apostando por el Proyecto.
Para frustración de Velarde, Franco le comunica que ha decidido suspenderlo porque cree que tarde o temprano Estados Unidos terminará sabiendo que España intenta desarrollar su propia bomba atómica y le impondrá sanciones.
López Bravo era uno de los llamados ministros tecnócratas, un grupo de políticos que a partir de mediados de 1950 empiezan a impulsar una modernización económica y ciertas reformas que alejan al régimen franquista de los postulados más nacionalistas y tradicionalistas de Muñoz Grandes y la vieja guardia que protagonizó el golpe de Estado que llevó a Franco al poder.
Muñoz Bolaños explica que “López Bravo y los tecnócratas aspiran a la integración definitiva de España en el bloque occidental y no comparten el punto de vista de Muñoz Grandes y los militares, que creen que España debe garantizar su defensa por sus propios medios y para ello apuestan por el programa nuclear”.
Al final, el criterio de López Bravo se impone, y el Proyecto Islero queda congelado.
Pero en la misma reunión, Franco le dice a Velarde que no piensa firmar el Tratado de No Proliferación Nuclear que por aquellos años impulsa la diplomacia estadounidense para evitar que más países se doten de armas atómicas.
También le dice que, si lo desea, puede seguir investigando sobre el tema en la JEN.
Frustrado y desencantado al principio, Velarde reanuda sus trabajos, pero ya no con la intensidad ni los recursos de antes.
En 1974, con Franco ya enfermo y España a punto de iniciar el convulso camino de su Transición a la democracia, el entonces presidente del gobierno, Carlos Arias Navarro, firma una directiva que reactiva el Proyecto Islero.
Arias y el entonces jefe del Alto Estado Mayor, el teniente general Manuel Díez-Alegría, quieren que España cuente con arsenal disuasorio antes de que termine la década de 1970.
Se elabora un plan que prevé la producción de 36 bombas de plutonio, de las que 8 servirán también para iniciar sendas bombas termonucleares.
Consciente de que la vida de Franco se acaba y de la incertidumbre sobre lo que ocurrirá en España a su muerte, Washington presta máxima atención a lo que sucede en el país.
En 1977 Jimmy Carter llega a la Casa Blanca y se fija como una de sus prioridades que firmen el Tratado de No Proliferación Nuclear los países que aún no lo han hecho, como España.
En 1980, el presidente del gobierno español Adolfo Suárez convoca a Velarde a una reunión en la que se interesa por el Proyecto Islero.
Suárez se muestra partidario de desarrollar el arsenal disuasorio y le dice al científico que tal vez pueda retomarse el proyecto cuando amaine la presión de EE.UU.
Pero Suárez dimite en enero de 1981 y su sucesor, Leopoldo Calvo-Sotelo, convencido de que la nueva España democrática debe buscar integrarse en el bloque occidental liderado por Estados Unidos, impulsa el ingreso en la OTAN y firma en abril la adhesión de España a las salvaguardias del Organismo Internacional de la Energía Atómica.
Sus inspectores podrán visitar las instalaciones nucleares españolas para verificar que no se usan con fines militares.
A partir de ese momento, el Proyecto Islero se vuelve imposible.
¿Cuán cerca estuvo España de fabricar su armamento nuclear?
Natividad Carpintero afirma que “España pudo haberlo hecho”.
Pero el catedrático de Derecho Internacional de la Universidad Autónoma de Madrid Antonio Remiro Brotóns señaló en un artículo publicado por aquellos años las limitaciones que tendría ese armamento.
“Nuestro país tal vez pudiera dotarse en un plazo previsible de un número limitado de primitivas armas atómicas de fisión, alimentadas con plutonio, de pequeña potencia explosiva, limitadas en sus modalidades de transporte y empleo, y protegidas por sistemas bastante vulnerables”.
El experto indicaba además que España no estaba en condiciones de experimentar con las hipotéticas armas atómicas que pudiera desarrollar.
Sea como fuere, ya en 1987, otro jefe del gobierno español, el socialista Felipe González, anunció la adhesión de España al Tratado de No Proliferación.
Solo en 2016, dos años antes de morir, Velarde reveló en un libro autobiográfico los entresijos del Proyecto Islero.
No logró que España tuviera nunca la bomba atómica; sí, al menos, que se conociera su historia.
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