Desde la Segunda Guerra Mundial, en Italia han pasado casi tantos gobiernos como años.
El que salga elegido este domingo en las urnas, a las que los italianos acuden tras la dimisión de Mario Draghi el pasado mes de julio, será el ejecutivo número 70 y, posiblemente, el primero encabezado por una mujer.
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Giorgia Meloni, líder de los Hermanos de Italia, abandera las encuestas para convertirse en la sucesora de Draghi, en una coalición de derechas en la que también está ultraderechista La Liga de Matteo Salvini y la conservadora Forza Italia de Silvio Berlusconi. Meloni también se convertiría en la primera presidenta del Consejo de Ministros que ha sido miembro de un partido postfascista.
Hasta ahora y desde el inicio de la Primera República, tras la Segunda Guerra Mundial, los gobiernos han durado una media de 401 días: un año, un mes y seis días, un récord entre los países occidentales.
En total, 31 políticos italianos han ocupado el cargo de primer ministro. En ese mismo período, Alemania apenas ha tenido diez cancilleres y 24 gobiernos.
El más largo fue el segundo gobierno de Silvio Berlusconi, quien permaneció en Palazzo Chigi, la histórica sede romana del Ejecutivo, entre 2001 y 2005 por un total de 3 años, 10 meses y 12 días.
Desde la formación del Estado italiano, en 1861, solo el líder fascista Benito Mussolini (1883-1945) permaneció en el cargo durante más tiempo.
Por otro lado, Amintore Fanfani tuvo el dudoso honor de ser el primer ministro más breve de la historia contemporánea de Italia, al ocupar el cargo durante apenas 21 días: entre el 18 de enero y el 8 de febrero de 1954.
Pero esa no fue una excepción.
De hecho, de los 69 gobiernos que ha tenido Italia hasta ahora, hasta doce duraron entre 3 y 6 meses y dos incluso menos de 3 meses.
Muchos de estos últimos se formaron en verano y los italianos los bautizaron con socarronería como “governi balneari”, literalmente “gobiernos de la temporada de baño”, para remarcar su efímera eficacia y su corta duración.
Primero, hay que aclarar que Italia, a diferencia de la gran mayoría de los países americanos, es una república parlamentaria: sus electores eligen cada 5 años a 630 diputados y 315 senadores.
El primer ministro, conocido formalmente como el presidente del Consejo de Ministros, necesita contar con una mayoría tanto en la Cámara de Diputados como en el Senado para poder gobernar.
Para ello, debe negociar el nombramiento de los miembros de su gabinete con los partidos que representen una mayoría en el Congreso, pues cada nuevo gobierno debe recibir un voto de confianza del Parlamento.
Precisamente, Mario Draghi presentó su dimisión después de que el populista Movimiento 5 Estrellas (M5E), su principal socio en la coalición gubernamental que el expresidente del Banco Central Europeo presidía desde febrero de 2021, decidiera no apoyar una moción de confianza en el Senado.
Draghi lideraba una coalición de unidad nacional en la que participaban casi todos los partidos del Parlamento menos los Hermanos de Italia de Giorgia Meloni.
El presidente italiano, Sergio Mattarella, no aceptó la dimisión y le instó a intentar reconstruir la coalición en el Parlamento.
Numerosos sindicatos, patronales, organizaciones de distinta índole e incluso la Iglesia católica le pidieron que continuara. Pero, una semana después, varios socios de la coalición -el M5E, Forza Italia y La Liga- retiraron a Draghi sus apoyos parlamentarios y abocaron a Italia a unas nuevas elecciones.
Pero la estructura institucional de Italia no explica por sí sola por qué los gobiernos duran tan poco.
Al contrario, Gianfranco Pasquino, profesor emérito de Ciencia Política de la Universidad de Bolonia, identifica tres causas principales que explican esta anomalía.
“En la primera fase de la república”, que va de 1946 a 1992, un período marcado a nivel internacional por la confrontación de la Guerra Fría, “no había alternancia entre partidos”, explica Pasquino a BBC Mundo.
“Ni el Partido Comunista italiano -el más grande por apoyos en Europa occidental- ni los neofascistas podían gobernar y, por lo tanto, la única oportunidad para cambiar dirigentes y políticas era cambiar los gobiernos”.
La mayoría de esos ejecutivos fueron liderados por el partido centrista de la Democracia Cristiana (DC), a veces con el apoyo de otros 4 o 5 partidos menores.
Y allí reside la segunda razón esgrimida por Pasquino para explicar la brevedad de los ejecutivos italianos.
“A lo largo de esos años la Democracia Cristiana tuvo en su interior hasta nueve facciones contrapuestas. Por lo tanto, los gobiernos cambiaban en función de los equilibrios de poder entre estas facciones”.
Esto explica también por qué algunos dirigentes históricos de esa formación política presidieron varios gobiernos, acumulando varios años en el cargo.
Es el caso, por ejemplo, de Giulio Andreotti, quien, a lo largo de casi 70 años de carrera política, fue siete veces presidente del gobierno, ocho veces ministro de Defensa y cinco veces canciller, además de otras decenas de cargos institucionales.
Sin embargo, solo dos mandatarios lograron permanecer más de cinco años consecutivos en el poder: Alcide De Gasperi, quien estuvo entre 1946 y 1953; y Aldo Moro, en el período 1963-1968.
Finalmente, el tercer motivo remite a la naturaleza fragmentada y diversificada de la actual sociedad italiana.
“Esto genera un sistema político formado por muchos partidos”, añade Pasquino, “algo que dificulta la formación de coaliciones estables”.
En el fondo, explica Lorenzo Pregliasco, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Bolonia, “el sistema político italiano desde los años 50 hasta principios de los 90 fue inestable en cuanto a gobiernos, pero en realidad podemos decir que fue incluso demasiado estable, porque estuvieron gobernando los mismos -los cristianodemócratas- durante 48 años”.
A partir de los años 90, esos partidos tradicionales que habían sostenido el sistema político se derrumbaron y disolvieron por diversos escándalos.
Surgieron entonces “partidos más débiles, más personalistas, sin una organización fuerte o un vínculo ideológico, que son el germen de la inestabilidad política de los últimos 30 años”, argumenta Pregliasco, quien también dirige la revista digital de periodismo de datos “YouTrend”.
Esa inestabilidad ha dado paso, según el académico, al “caos político” que ha caracterizado esta legislatura, en la que se han sucedido tres gobierno liderados por dos primeros ministros diferentes (Giuseppe Conte del M5E y el independiente Draghi), con tres coaliciones completamente distintas.
Su origen se encuentra, en gran medida, en el resultado de las elecciones de 2018. El populista M5E ganó más de 300 escaños, pero la gran mayoría de sus diputados no tenían experiencia porque jamás antes se habían dedicado a la política. “Esto ha llevado a una legislatura impredecible”, opina Pregliasco.
El transfuguismo es otra de las razones de la endémica inestabilidad política italiana.
De los 945 diputados y senadores elegidos en 2018, casi 400 habían cambiado de partido a finales de la legislatura.
“Como los partidos son más débiles, no pueden controlar demasiado a sus diputados”, aclara Pregliasco. La constitución italiana, además, les ampara: no tienen mandato imperativo, por lo que tienen autonomía de voto y libertad para cambiar de afiliación política.
Consecuencia de esta debilidad es la velocidad con la que cambia la opinión pública, y que lleva al derrumbe de unos partidos y a la emergencia de otros nuevos.
“El debate político se ha vuelto más líquido”, argumenta Pregliasco, “la gente tiende a tener vínculos más débiles con partidos e ideologías, suele crearse una opinión en cuestiones individuales más que en visiones globales, y tienen menos tiempo para la política porque son bombardeados por muchos contenidos diferentes en redes sociales”.
Y todo eso lleva a una contradicción, según el director de “YouTrend”: “aunque la gente está cansada de la inestabilidad política, también está cansada de casi cualquiera que gobierne”. Una pescadilla infernal que se muerde la cola.
Según Pasquino, hay profundas consecuencias políticas y económicas en esta peculiaridad y la más evidente es la imposibilidad de programar a medio o a largo plazo.
“Nadie ha conseguido gobernar durante los cinco años que dura una legislatura”, lamenta el decano de los politólogos italianos. “Esto tiene consecuencias en el ámbito económico, porque si un gobierno es incapaz de programar, las empresas, tanto italianas como extranjeras, renuncian a invertir y se desperdician enormes recursos del país”.
El reloj del nuevo gobierno se pone en marcha mañana, y la estadística le otorga una duración de 13 meses.
Tic, tac.
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