Galina Chorna solloza al recordar un bombardeo ruso que asoló el apartamento que está justo por encima del suyo, dejando un reguero de destrucción que borró además el magro atisbo de seguridad al cual se aferraba esta mujer de 75 años en Ucrania.
Esta mujer es la única residente que queda en el edificio de 9 plantas ubicado en Saltivka, una zona residencial de Járkov, que desde el inicio de la invasión rusa contra Ucrania sufre constantes bombardeos.
“Tengo tanto miedo porque estoy sola acá, estoy muy sola”, dice temblando la mujer, que perdió a su hija el año pasado por problemas de alcoholismo.
Sentada en un barreño cuenta que cuando cae un misil se tira al piso. “Quizás por eso sigo con vida”, afirma.
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Saltivka era una ciudad dormitorio construida en la década de 1960 para los trabajadores industriales y llegó a albergar a medio millón de personas.
Tras el inicio de la guerra el 24 de febrero, ya en los primeros días misiles Iskander y cohetes comenzaron a golpear al azar estos bloques de apartamentos, destruyendo algunos y dejando otros intactos.
Pero a medida que la guerra se alarga, el barrio está cada vez más dañado y gran parte de las construcciones ahora están en ruinas.
En los primeros días de la primavera boreal, a Galina se le entumecieron las manos y sus dedos llegaron hasta tal punto de congelación, que se le ennegrecieron. Durante los seis primeras semanas de la guerra no tuvo electricidad. El gas volvió a fluir esta semana.
Retorno de la naturaleza
En cada calle hay edificios chamuscados, con las ventanas reventadas y con agujeros en la mampostería como testimonio del intenso asedio.
Muchas construcciones tienen fisuras tan profundas que parece que estuvieran al borde del colapso.
Los bloques que han sobrevivido a los bombardeos son más comunes al interior de los condominios, pero en realidad no hay ningún lugar que esté realmente a salvo, debido a la naturaleza aleatoria de los bombardeos.
Muchos de los ataques han sido efectuados con bombas de racimo que están prohibidas, según acusaciones de organizaciones como Amnistía Internacional y Human Rights Watch, que el Kremlin rechaza.
En algunas partes de este barrio la naturaleza gana terreno y algunos pastos llegan a la cintura. Dado que la mayoría de los niños se fueron, los cerezos están intactos, con las frutas esperando a ser cosechadas o estrellándose en un suelo perforado de cráteres.
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Algunos de los vecinos de Galina se trasladaron a un refugio cavernoso y lúgubre debajo de la escuela.
Antonina Mikolaieva, de 71 años, dejó su hogar junto a su esposo y cerca de 40 personas más cuando estalló la guerra. Pero su marido murió de un infarto un mes después.
“70 bombas al día”
Su hijo, un soldado del extinto Ejército Soviético, murió hace décadas. La mujer no pudo enterrar a su marido junto a su hijo, ya que el cementerio quedó pulverizado por los bombardeos.
“Siempre me da miedo, cuando escucho los estallidos, porque me preocupa que el edificio se caiga sobre nosotros”, cuenta.
Oleg Sinegubov, el gobernador de la región de Járkov, le dijo a la AFP que Saltivka está casi “totalmente destruida”.
La tarea más apremiante es asegurar que la calefacción quede restaurada antes de que vuelva el invierno y que las temperaturas bajen a -7 Cº.
La tarea de proteger a los residentes recae en parte en Volodimir Manzhosov, un fontanero de 57 años, que forma parte de una brigada del ayuntamiento.
Vive solo en Saltivka, tras haber enviado a su mujer y sus dos hijos a un lugar relativamente seguro en el oeste de Ucrania, la ciudad de Leópolis.
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“El tiempo más difícil fue en torno a marzo, porque había frío y caían cerca de 70 bombas en esta área”, dice.
Pese a todo, tiene esperanzas de que el futuro sea mejor, con el retorno del transporte público y algunos negocios que comienzan a volver a abrir.
“Yo vivo en la planta baja así que si golpean mi edificio, voy a estar bien”, afirma.
“Si algo me ocurriera y me encontrara bajo los escombros, tengo una botella de agua y una linterna junto a la cama”, concluye.
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