“¡La verdad está de nuestro lado y la verdad es fuerza!”.
La voz de Vladimir Putin retumbó en la Plaza Roja de Moscú la semana pasada, después de una gran ceremonia en la que proclamó que cuatro grandes porciones de territorio ucraniano ahora serían parte de Rusia.
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“¡La victoria será nuestra!”.
Pero en el mundo real, las cosas se ven muy distintas.
Incluso mientras el presidente de Rusia firmaba sus tratados de anexión ilegal en el Kremlin, las fuerzas ucranianas estaban avanzando en las áreas que Putin acababa de apoderarse.
Cientos de miles de hombres han preferido huir de Rusia en lugar de ser reclutados para luchar en una guerra que continúa expandiéndose.
Y las cosas van tan mal en el campo de batalla que Putin y sus seguidores ahora están reformulando lo que alguna vez afirmaron era la “desnazificación” de Ucrania y la protección de los hablantes de ruso, presentándolo ahora como una lucha existencial contra todo el “colectivo” de Occidente.
Esa es la verdad y no está del lado de Rusia.
“Está en una zona ciega. Parece que no está viendo lo que está pasando realmente”, dice Anton Barbashin, editor de Riddle Russia, sobre el presidente ruso.
Como muchos, el analista político cree que a Putin le tomó por sorpresa el fuerte apoyo que Occidente ha brindado a Kyiv, al igual que por la feroz resistencia de Ucrania a la ocupación.
Al cumplir 70 años el viernes 7 de octubre, y con más de 20 en el poder, pareciera que el líder ruso se ha convertido en víctima de su propio sistema. Su estilo autocrático le impide acceder a una inteligencia sólida.
“No se pueden cuestionar sus ideas”, explica Tatyana Stanovaya, directora de la firma de análisis R.Politik.
“Todos los que trabajan con el señor Putin saben la idea que él tiene del mundo y de Ucrania, conocen sus expectativas. No pueden entregarle información que contradiga su visión. Así es como funciona”.
El último discurso del presidente, el cual pronunció bajo los candelabros dorados del Kremlin, reafirmó su visión de un nuevo orden mundial.
Consiste en una Rusia poderosa, un mundo occidental acobardado que se ha visto obligado a aprender a respetar y un Kyiv subyugado una vez más a Moscú.
Para lograr eso, Putin escogió Ucrania como campo de batalla.
Incluso ahora, cuando sus ambiciones tienen visos de ser una ilusión, no pareciera tener intenciones de retroceder.
“Muchos de los cálculos importantes con los que el Kremlin estaba trabajando no dieron resultado y no pareciera que Putin tenga un plan B, más allá de seguir empujando a la gente a la línea de frente y esperar que los números impidan que Ucrania avance más”, dice Anton Barbashin.
“Empujar a la gente al frente” es un cambio significativo en sí mismo.
Vladimir Putin sigue calificando su invasión como una “operación militar especial”, de alcance limitado y de corta duración.
Muchos rusos pudieron aceptar eso, incluso apoyarlo, mientras no los afectara directamente. Pero la movilización de militares reservistas ha convertido algo lejano y abstracto en un riesgo muy cercano y personal.
En una carrera al estilo soviético, los políticos regionales están desesperados por sobrepasar sus cuotas, convocando a tantos hombres como sea posible.
“Este es un momento decisivo. Para la mayoría de los rusos, la guerra comenzó hace un par de semanas”, dice Anton Barbashin.
“Durante los primeros meses, las personas que murieron fueron en su mayoría de las periferias y los centros más pequeños. Pero la movilización cambiará eso finalmente, debido a que los ataúdes van a empezar a llegar a Moscú y San Petersburgo”.
La convocatoria ha generado una algarabía por parte de las esposas y madres de los nuevos reclutas, aquellos que no salieron corriendo hacia las fronteras cuando se anunció la movilización.
Algunas de sus publicaciones -y videos difundidos por los mismos hombres- revelan condiciones sombrías: mala alimentación, armas viejas y falta de suministros médicos básicos.
Las mujeres discuten si enviar toallas sanitarias para acolchar las botas de los hombres y tampones para cubrir sus heridas.
El gobernador regional de Kursk ha descrito las condiciones en varias unidades militares como “simplemente horribles”, incluso reportando una escasez de uniformes.
Margarita Simonyan, editora del canal de televisión RT, citó la práctica de Stalin de ejecutar a generales “cobardes” e “incompetentes”.
Pero no hay un cuestionamiento público de la invasión en sí, y mucho menos de Vladimir Putin.
Simonyan se refiere a él como “El jefe” y muestra un brillo en los ojos cuando se refiere a la anexión del territorio ucraniano como un logro histórico.
“No existe un movimiento político contra la guerra”, señala Tatyana Stanovaya, especialmente en un clima políticamente represivo.
“Incluso los que están en contra de la movilización están optando por escapar. Algunos intentan salir del país, otros se esconden. Pero no vemos intentos de crear una resistencia política”.
Esto podría cambiar, dice, si Rusia continúa perdiendo y absorbiendo cada vez más tropas.
“Putin tiene que lograr algunas victorias”.
Hasta el presidente mismo se refirió a problemas esta semana y describió la situación en las regiones anexadas como “inquietante”.
Pero hay un gran impulso para culpar de los reveses rusos al “colectivo” de Occidente que respalda a Ucrania.
Los presentadores en los medios estatales ahora están describiendo la apropiación de tierras en Ucrania como algo mucho más grandioso, aparentemente preparando a la nación para una pelea más grande.
“Es nuestra guerra contra el satanismo total”, dijo Vladimir Solovyov a los espectadores esta semana.
“Esto no se trata de Ucrania. El objetivo de Occidente es claro. Cambio de régimen y desmembramiento de Rusia, para que Rusia ya no exista”, bramó.
Esa es la “verdad” en la que cree Vladimir Putin y es por eso que este momento de debilidad objetiva para Rusia es también un momento de riesgo.
“Esta guerra es existencial para Rusia y, por lo tanto, para Putin, la victoria tiene que ser posible”, argumenta Tatyana Stanovaya.
Y “tiene armas nucleares”, dice sin rodeos.
“Creo que espera que en algún punto de escalada nuclear, Occidente se aleje de Ucrania”.
Ella no es la única en notar el tono más radical y casi mesiánico de Putin.
“Parece que esto es lo que realmente piensa: que esta es la última batalla del Imperio Ruso, una guerra total con Occidente”, dice Anton Barbashin.
“Que estamos en la línea de meta, más allá de que Rusia lo logre o no”.
Por supuesto, esa es también la “verdad” que Vladimir Putin ahora necesita que Occidente crea, más que nunca.
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