“Defenderemos nuestra isla, cueste lo que cueste, lucharemos en las playas, lucharemos en los aeródromos, lucharemos en los campos y en las calles, lucharemos en los cerros, ¡nunca nos rendiremos!”.
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En uno de sus discursos más famosos, Winston Churchill prometió en 1940 ante la Cámara de los Comunes que defendería las Islas Británicas de la invasión alemana, y que los nazis jamás pondrían pie en suelo británico.
¿Jamás?
La promesa no pudo cumplirse del todo.
Los aliados consiguieron mantener a los nazis al otro lado del Canal de la Mancha, pero los soldados del Tercer Reich sí que acabaron poniendo sus botas en suelo británico.
En el pequeño archipiélago de las Islas del Canal, a una veintena de kilómetros de la costa francesa, ni se luchó en las playas, ni se luchó en los aeródromos.
Jersey, Guernsey y el resto de pequeñas islas de esta Dependencia de la Corona Británica fueron el único territorio británico que Adolf Hitler logró ocupar durante la Segunda Guerra Mundial. Allí construyeron varios campos para albergar a miles de trabajadores esclavos que construirían el Muro atlántico, con el que Alemania quería evitar que los aliados retomaran el continente.
Y en Alderney, la más alejada de estas islas, se alzaría Lager-Sylt, que las SS convertirían en un campo de concentración y donde unos 400 prisioneros, en su mayoría presos políticos procedentes de Europa del este, fallecerían como consecuencia de la brutalidad del trato que recibieron.
Los restos de este campo de la infamia, ocultos bajo los matorrales en la esquina suroccidental de la isla, languidecen hoy a pocos metros del aeródromo de Alderney. Solo una pequeña placa en uno de los pilares de la entrada al campo, instalada en 2008 a petición de algunos supervivientes y sus familias, recuerda la memoria de estas víctimas.
En 1940, las tropas alemanas lograron avanzar a gran velocidad por Europa occidental. En apenas unos meses, ocuparon Dinamarca, Noruega, Holanda, Bélgica y Francia y obligaron al ejército británico a evacuar a cerca de 200.000 soldados aliados in extremis de las playas de Dunkerque, dejando allí gran cantidad de material bélico.
El siguiente objetivo de Hitler parecía estar claro: la invasión de Reino Unido.
Debilitadas y sin capacidad de defender las Islas del Canal, las tropas británicas tuvieron que retirarse de este enclave y resignarse a que fuera ocupado por los nazis.
Para Hitler, además de ser un enclave estratégico, era el golpe de propaganda perfecto.
“Reino Unido era el único país no neutral de Europa que no había sido ocupado, y lograr la foto de un policía británico abriéndole la puerta del auto a un soldado nazi, o de británicos haciendo lo que los alemanes querían, tenía un gran valor propagandístico”, explica a BBC Mundo Gilly Carr, profesora de Arqueología en la Universidad de Cambridge, que ha estudiado en profundidad la invasión nazi de las Islas del Canal.
Antes de la llegada de los alemanes, las autoridades de las islas emprendieron la evacuación de su población. Unas 17.500 personas en Guernsey, en su mayoría mujeres y niños, y más de 6.000 de Jersey se marcharon a Inglaterra. Los que quedaron, vivieron hasta 1945 bajo el dominio alemán.
En la pequeña isla de Alderney solo quedó una familia. Su testimonio tras la liberación, junto con el de algunos presos que sobrevivieron, fue fundamental para conocer las atrocidades que cometieron los nazis.
Alderney, de apenas 4,8 kilómetros de largo por 2,4 de ancho, “se convirtió en una especie de acorazado flotante de hormigón por la gran cantidad de fortificaciones y emplazamientos de armas que se construyeron en la isla, la mayor de toda la Segunda Guerra Mundial por metro cuadrado”, explica a BBC Mundo Kevin Colls, profesor de la universidad de Staffordshire y uno de los autores del principal estudio arqueológico sobre el campo de concentración de Lager-Sylt.
Estas construcciones fueron levantadas por mano de obra esclava que trajeron las tropas alemanas a las Islas del Canal.
“Hemos documentado que hubo trabajadores esclavos de al menos 27 nacionalidades en Alderney, en su mayoría opositores políticos y enemigos del Tercer Reich, a los que veían como infrahumanos. También hubo judíos”, relata el arqueólogo forense, profesor de la Universidad de Staffordshire.
Es difícil saber cuántas personas pasaron por Lager-Sylt y los otros tres campos que hubo en la isla. Las cuatro prisiones fueron construidas en un principio como campos de trabajos forzados y gestionados por las Organisation Todt (OT), el contingente responsable de facilitar mano de obra al Tercer Reich, que también levantó este tipo de enclaves en Guernsey y Jersey.
En 1943, sin embargo, el campo de Lager-Sylt pasó a manos de las SS Totenkopfverbande, las “unidades de la calavera”, la organización paramilitar nazi encargada de administrar los campos de concentración y los de exterminio, conocida por su brutalidad.
De los apenas cinco barracones rodeados de alambre de espino con los que contaba el campamento en 1942 se pasó a más de 25 construcciones cuando este pasó a manos de las SS, que reforzaron sus muros exteriores. Parte de los edificios que albergaban los lavabos y habitaciones de las SS se encuentran hoy en el terreno del aeródromo de Alderney.
Los presos, que vestían el pijama de rayas negras y blancas, vivían hacinados en cabañas donde contaban con menos de 1,5 metros cuadrados por persona. Un brote de tifus, propagado por los piojos y las penosas condiciones sanitarias de los barracones, mató a entre 30 y 200 personas, según el estudio arqueológico de la universidad de Staffordshire.
Mientras que las letrinas y la enfermería de los presos eran meras cabañas, los establos de las SS tenían sólidos cimientos, que aún permanecen. Las cocinas tampoco eran adecuadas para el número de presos, y las fuentes históricas demuestran que las SS utilizaron la comida como forma de dominación y control. Un preso superviviente, Wilhelm Wernegau, relató tras la liberación del campo cómo el cocinero fue estrangulado por un oficial de las SS porque no le gustaba su comida.
Colls y los otros autores del estudio han llegado a la conclusión de que es posible que otro de los campos de la isla, Norderney, estuviera en algún momento también gestionado por las SS, aunque existe menos documentación al respecto.
Cerca de un millar de prisioneros fueron enviados a Alderney procedentes de los campos de concentración de Sachsenhausen y Neuengamme. Lager-Sylt fue designado como subcampo de este último.
Entre ellos había unos 500 rusos y ucranianos, 180 alemanes, 130 polacos, 60 holandeses, entre 20 y 30 checos y unos 20 franceses. Estudiando la documentación y las tumbas que han podido encontrarse, Colls y los coautores del estudio “Alderney atormentada: investigaciones arqueológicas del campo de trabajo y concentración de Sylt”, publicado en 2019, han desvelado que también hubo judíos en este campo, aunque “nadie sabe realmente cuántos miembros de la comunidad judía fueron enviados allí”.
En total, Colls cree que entre 6.000 y 7.000 prisioneros pasaron por Alderney a lo largo de la ocupación nazi.
Las condiciones de vida eran atroces.
En invierno, la isla está constantemente azotada por un viento gélido. Las fortificaciones se construyeron en los acantilados donde el trabajo era muy peligroso. “Los alemanes, sin embargo, sabían que tenían un suministro inacabable de trabajadores esclavos del este de Europa. Así que, si morían por falta de alimento o por los malos tratos, los veían como productos que podían ser reemplazados”, señala Kevin Colls.
Muchos de los prisioneros que sobrevivieron relataron tras la liberación que Alderney había sido uno de los peores sitios en los que habían estado durante su cautiverio, “y eso que algunos procedían de los campos de concentración más infames de Europa, conocidos por su brutalidad, lo que da una idea de las condiciones que se vivieron en Alderney”, detalla el arqueólogo.
Si resulta difícil contrastar cuántos prisioneros pasaron por la isla, más aún es saber cuántos murieron allí.
Cuando un prisionero moría, las SS entregaban al médico de Lager-Sylt un documento en el que ya figuraba como causa de la muerte “fallo cardíaco” o “circulación deficiente” para que lo firmaran. A menudo, ni siquiera podían ver el cadáver. Según el registro oficial del campo de Neuengamme, del que dependía Lager-Sylt, el número oficial de fallecidos en esta prisión fue de 103 individuos, una cifra que Colls y los otros autores del estudio consideran por debajo de la real.
La placa que recuerda a las víctimas instalada en 2008 en lo que queda de las puertas del campamento cifra en 400 los fallecidos.
Tras la liberación, los testigos detallaron las palizas, ataques de perros y fusilamientos a los que fueron sometidos los presos. Un superviviente de Norderney relató cómo vio a un prisionero ruso de Lager Sylt colgado de las puertas de entrada del campo. “En el pecho tenía un cartel en el que decía: 'por robar pan'”, según puede leerse en los archivos de la época.
Hubo dos cementerios principales en la isla, uno junto a la iglesia de Saint Anne, la principal localidad de la isla, y otro en el prado de Longy Common, donde se cree que puede haber fosas comunes. Colls explica que se han encontrado cruces reutilizadas, en las que hay escrito un nombre por un lado y otro diferente en el anverso. Las fechas de las tumbas tampoco tienen sentido, con personas enterradas al lado de otras que murieron muchos meses después, algo que no es común en ese tipo de cementerios.
Cuando la isla fue liberada en 1945, el gobierno británico envió a un equipo de expertos para que investigara los posibles crímenes de guerra que habían tenido lugar allí. Se entrevistó a más de 3.000 personas y se escribieron informes sobre las atrocidades e incluso se esbozó un plano de los campamentos de la isla.
Sin embargo, la investigación se abandonó, y muchas de sus conclusiones se diluyeron y simplificaron. “Se dijo, por ejemplo, que los muertos en Longly Common eran todos rusos, para pasar la responsabilidad a Moscú”, explica Colls.
Nada se hizo hasta los años 60, cuando la Comisión Alemana de Tumbas de Guerra exhumó las tumbas de los soldados alemanes de Alderney para llevarlos a Francia, donde hay un importante cementerio de guerra alemán. “También se llevaron los cuerpos de algunos de esos trabajadores forzosos para enterrarlos con los alemanes, algo bastante cuestionable en sí”, explica Gilly Carr.
Aunque existen pruebas arqueológicas, obtenidas mediante un estudio geofísico, de que hay al menos dos fosas comunes en la isla, “no puede saberse cuántas personas hay enterradas allí hasta que se excaven, y en Alderney, donde la existencia de estos campos genera una gran controversia, los propietarios de los terrenos no dan su permiso”, agrega la investigadora.
En Jersey, donde hubo una docena de campos de trabajos forzados, y en Guernesey, donde se levantaron cinco campamentos, también se produjeron víctimas, aunque no a la escala de Alderney. “En Jersey y Guernsey la población local seguía allí y podían presenciar lo que ocurría, el trato que se daba a los presos, podían registrarlo en sus diarios. Mientras que en Alderney apenas había testigos”, revela Carr, quien cree que este aislamiento dio cobertura a esas violaciones de los derechos humanos.
Los judíos oriundos de las islas fueron detenidos y llevados a campos de concentración en el continente, así como otros 2.300 británicos que no habían nacido en las Islas del Canal. Pero, para el resto de la población, los soldados tenían las órdenes de tratarlos con “tacto e indulgencia”, explica la arqueóloga.
Dentro de estos campos de trabajos forzados, donde hubo también republicanos españoles, los guardias de la OT daban un trato distinto a los europeos del este, que consideraban inferiores, que a los occidentales.
Gilly Carr cuenta que “algunos de estos republicanos españoles llegaron a establecer relaciones con mujeres de las islas, especialmente en Jersey, y cuando fueron liberados, se casaron y formaron familias”.
La liberación no supuso el fin del calvario para todos los prisioneros.
Varios miles fueron trasladados al continente por las tropas alemanas antes de que los aliados recuperaran las islas. Muchos de los que quedaron atrás, cuando emprendieron el camino de regreso a sus países dentro de la Unión Soviética, fueron enviados a gulags donde padecieron nuevas penalidades. “Los soldados rusos capturados por los alemanes que habían vivido en campos de trabajos forzados no eran bienvenidos de vuela a Rusia, se les veía como traidores”, explica Kevin Colls.
Hasta que los investigadores han desenterrado los secretos de lo que ocurrió en aquellos terribles años, la memoria de Lager-Sylt, Norderney y de los otros campamentos de Alderney había caído prácticamente en el olvido.
Pero no todos en Alderney quieren recordar lo que pasó. Parte de la población de la isla, que cuenta con apenas 2.400 habitantes, preferiría que el pasado quedara atrás, lo que ha dificultado la tarea de Colls y los otros investigadores, que no han podido excavar sobre el terreno.
Sus estudios se han realizado a partir de archivos internacionales y de la información obtenida a partir de radares y de tecnología lídar, una técnica que permite detectar desde el aire las protuberancias del terreno, incluso si esta está cubierta de vegetación.
“Hubo gente que no quería que se llevara a cabo la investigación porque pensaban que iba a hacer resurgir ese tiempo tan difícil del pasado, algo comprensible”, cuenta Colls. “Pero mucha gente perdió la vida en esta isla que ya no puede hablar por sí misma. Nosotros estamos intentando contar sus historias”.
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