El 3 de septiembre de 1939 a las 6 de la tarde, el rey Jorge VI de Inglaterra tuvo que enfrentar sus temores.
Estaba por primera vez frente a los micrófonos de la BBC, a punto de dirigirse en vivo a todos sus “súbditos, tanto en la patria como en ultramar” -como diría-, algo que, para alguien famosamente tímido y tartamudo era, de por sí, un reto.
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Sin embargo, lo más grave era que ese día, a esa hora “quizás la más fatídica de nuestra historia”, el mensaje que debía enviar a todos los rincones del Imperio británico era nefasto.
“Por segunda vez en la vida de la mayoría de nosotros estamos en guerra”, expresó.
“Nos han forzado a un conflicto, junto a nuestros aliados tenemos que hacer frente a un principio que, si prevaleciera, sería fatal para cualquier orden civilizado en el mundo”, declaró.
Y advirtió: “La tarea será dura. Puede haber días oscuros por delante y la guerra ya no se limita al campo de batalla”.
Efectivamente. Mientras que la Primera Guerra Mundial se había combatido principalmente en Europa continental, una nueva era de guerra aérea implicaba que los pueblos y ciudades británicos se habían convertido objetivos de los alemanes.
La mera posibilidad de que los nazis pudieran matar a la familia real con las bombas que lanzaban desde el aire era escalofriante, por lo que asesores, políticos y amigos les recomendaron huir a otro país o buscar refugio, como lo habían hecho otros monarcas europeos.
El rey se negó rotundamente a irse del país; no quiso siquiera dejar Londres.
Si él insistía en quedarse, entonces, al menos, su familia debía estar a salvo.
La reina dejó muy clara su opinión: “Las niñas no se irán a menos que yo lo haga. Yo no me iré a menos que lo haga su padre, y el rey no dejará el país bajo ninguna circunstancia”.
Las niñas eran, por supuesto, las princesas Isabel (después reina, nacida en 1926) y Margarita (1930).
En la mañana del 13 de septiembre de 1940, una semana después del inicio del Blitz (como se conoce a los bombardeos sostenidos de la Alemania nazi sobre Reino Unido), un bombardero alemán, escondiéndose en las nubes, voló deliberadamente bajo sobre la capital y arrojó cinco bombas de alto explosivo sobre el Palacio de Buckingham.
Jorge VI y su esposa, Isabel, estaban tomando el té.
Cuando escucharon el “inconfundible zumbido” del avión, salieron corriendo para esquivar la explosión.
Dos bombas cayeron a pocos metros de donde la pareja había estado sentada, una tercera destruyó la capilla y el resto abrió profundos cráteres en el frente del edificio.
No fue la primera ni la última vez que el palacio fue atacado durante la Segunda Guerra Mundial: hubo otros dos ataques esa semana, y en total nueve impactos directos en cinco años. Pero ese fue el momento en que corrieron más peligro.
Y quizás también en el que fue más evidente que compartían algunas de las tribulaciones de sus subditos bombardeados.
Si el alto mando nazi pensaba que el ataque al palacio sembraría el derrotismo y la desesperación en Reino Unido, estaba seriamente equivocado.
Políticos, comentaristas y los medios enfatizaron la cobardía del ataque a “nuestro amado soberano”.
La reina reaccionó diciendo: “Me alegro de que nos hayan bombardeado. Ahora puedo mirar al East End a los ojos” (el East End de Londres era el principal blanco de los bombarderos alemanes).
Reginald Simpson, editor de The Sunday Graphic, escribió: “Cuando termine esta guerra, el que el rey Jorge y la reina Isabel hayan compartido el riesgo con su pueblo será un recuerdo preciado y una inspiración por años”.
Ese concepto de compartir, de estar y luchar todos juntos, fue lo que mantuvo la moral alta, algo invaluable en esos años difíciles. Tanto que Adolfo Hitler describió a la reina como “la mujer más peligrosa de Europa”.
Y esa fue la principal contribución de la familia real al esfuerzo bélico.
Encarnaban ese mítico “espíritu del Blitz”, aquel que suena a coraje, resiliencia y solidaridad, ese de afiches diciendo “mantén la calma y continúa” y letreros en vitrinas que aseguraban “Londres puede soportarlo” o “bombardeado pero no derrotado”.
Que la realeza estuviera presente, en los noticeros o visitando damnificados, tenía un enorme valor simbólico.
E Isabel y Margarita eran protagonistas en esas apariciones públicas.
Como muchos de sus súbditos, ese período de la Segunda Guerra Mundial marcó una pauta para la reina Isabel II.
La lección de que un monarca debe quedarse y experimentar las dificultades del país inspiraría a la futura reina a desempeñar su papel en los años venideros.
Ver lo que sus padres estaban haciendo para levantar la moral de la gente le enseñó la importancia del sentido del deber en tiempos de crisis, que suelen ser muchos.
Aunque las princesas no habían sido expatriadas como los más de 2.600 niños enviados a Australia, Canadá, Nueva Zelanda, Sudáfrica y Estados Unidos, sí fueron dos de los más de tres millones de personas, la mayoría niños, evacuadas de las ciudades grandes por los bombardeos.
Pasaron la mayor parte de la guerra en el castillo de Windsor.
El 13 de octubre de 1940, en respuesta a ese movimiento masivo de personas, en un intento de levantar la moral pública,la princesa Isabel pronuncióel primer discurso de su vida en el programa Children's Hour (“La hora de los niños”) de la BBC.
Les habló directamente a los niños que habían sido separados de sus familias como parte del plan de evacuación.
Sus evocadoras palabras fueron sentimentales, pero efectivas como ejemplo del estoicismo británico.
“Miles de ustedes en este país han tenido que abandonar sus hogares y ser separados de sus padres y madres. Mi hermana Margarita Rosa y yo lo sentimos mucho, pues sabemos por experiencia lo que significa estar lejos de los que más amas”, sostuvo.
“A ustedes que viven en un nuevo entorno, les enviamos un mensaje de verdadera solidaridad y al mismo tiempo nos gustaría agradecerles a las amables personas que los han acogido en sus hogares.
“Sabemos que al final todo saldrá bien; porque Dios cuidará de nosotros y nos dará la victoria y la paz. Y cuando llegue la paz, recuerden que dependerá de nosotros, los niños de hoy, hacer del mundo de mañana un lugar mejor y más feliz.”Mi hermana está a mi lado y los dos te vamos a dar las buenas noches“.
Los británicos siguieron viendo a quien después sería su reina a menudo en esos tiempos de guerra, ya fuera interpretando obras teatrales en Navidad o tejiendo para recaudar dinero para los soldados.
En la mañana de su decimosexto cumpleaños, en 1942, la princesa Isabel realizó su primera inspección de un regimiento militar durante un desfile en el castillo de Windsor.
Le habían dado el papel de coronel honoraria de la Guardia de Granaderos, lo que simbolizaba su participación militar en el esfuerzo bélico.
En 1943, fue fotografiada cuidando sus parcelas como parte de la campaña del gobierno Dig for Victory, que animaba a la gente a usar los jardines o terreno libre para cultivar sus propias verduras, con el objetivo de aliviar parte de la escasez de alimentos que afectaba al país.
En 1944, botó el HMS Vanguard, el acorazado más grande jamás construido en Reino Unido.
Al año siguiente, la princesa ya tenía 18 años y había convencido a sus padres, a pesar de los recelos del rey, para que le permitieran incorporarse al Servicio Territorial Auxiliar, el ATS, la rama femenina del ejército británico.
Las mujeres jóvenes habían sido reclutadas en 1941 y podían trabajar en la industria o unirse a uno de los servicios auxiliares, con el objetivo de liberar a los hombres de estos servicios para tareas de primera línea.
Aunque, a diferencia de sus compañeras, la princesa dormía en el castillo de Windsor y comía en el comedor de oficiales, tuvo la oportunidad de pasar tiempo con chicas de su edad menos privilegiadas por primera vez en su vida.
Comenzó su formación como mecánica en marzo de 1945. Realizó un curso de conducción y mantenimiento de vehículos en Aldershot.
El rey, la reina y la princesa Margarita la visitaron y la vieron aprender sobre mantenimiento de motores.
Al describir la visita en entrevista con la revista LIFE, la princesa comentó: “Nunca supe que había tanta preparación previa [para una visita real]... Lo tendré en cuenta”.
Por supuesto, los medios se llenaron de imágenes de ella arreglando motores y conduciendo camiones. Los periódicos de la época la apodaron “Princesa Auto-Mecánica”.
La princesa completó su curso en el Centro de Capacitación Mecánica de la ATS y se convirtió en una conductora totalmente calificada el 14 de abril.
El 8 de mayo de 1945 terminó la guerra en Europa.
En Londres, miles de personas salieron a las calles para celebrar el fin del conflicto e inundaron Trafalgar Square y el Mall que conduce al palacio de Buckingham, donde esa familia real que se había quedado con ellas en los tiempos difíciles saludaba desde el balcón.
En 1985, la ya reina le contó a la BBC que ella y su hermana se unieron a la multitud.
“Recuerdo que estábamos aterradas de que nos reconocieran, así que me bajé la gorra del uniforme de ATS hasta los ojos”, evocó.
“A todos nos arrastraron mareas de felicidad y alivio.
“Fue una de las noches más memorables de mi vida”.
Isabel II fue la primera mujer de la familia real en ser miembro en servicio activo de las Fuerzas Armadas Británicas.
Y hasta el 8 de septiembre de 2022 era además el último jefe de Estado sobreviviente que sirvió durante la Segunda Guerra Mundial.
Nunca perdió el gusto de conducir, a veces a velocidades altas, y dicen que en ocasiones reparaba motores defectuosos tal como aprendió en la guerra.
Pero hubo algo que se forjó en esa amarga época y perduró: un profundo vínculo con sus súbditos. Porque ella, y su familia, estuvieron ahí, durante y después.
Cuando la calamidad de la pandemia de coronavirus azotó su reino, cerró su mensaje de apoyo a la nación con ecos de ese espiritú de esperanza y estoicismo de la guerra, citando la emblemática canción de la Segunda Guerra Mundial interpretada por “la novia de las fuerzas armadas”, la británica Vera Lynn: “We'll meet again”...
“Nos volveremos a ver”.
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