Desde este viernes, en Rusia se llevarán a cabo unas elecciones legislativas marcadas por la particularidad de los candidatos.
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Se destacan el médico Denis Protsenko -al que Vladimir Putin habría ordenado participar-, la espía María Bútina -arrestada en Estados Unidos en el 2018-, y el disidente Andrei Pivovarov -arrestado por coludirse con una organización proscrita por el gobierno.
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Pero también se han enlistado varios “apparátchik”, término que hace referencia a los funcionarios del Partido Comunista.
Entre ellos están el ministro de Relaciones Exteriores, Serguéi Lavrov, y el ministro de Defensa, Serguéi Shoigú. Ambos son candidatos a diputados por Rusia Unida.
Si están allí, anota la agencia AFP, es porque son respetados en Rusia y servirían como imán para atraer el voto de los ciudadanos, quienes están descontentos con el oficialismo por el “estancamiento económico” y “los escándalos de corrupción”.
¿Quiénes son realmente Lavrov y Shoigú? ¿Por son gravitantes en el gobierno del presidente Putin? En este artículo tratamos de resolver esas interrogantes.
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LA DEFENSA DE PUTIN
Serguéi Shoigú tiene 65 años y es pieza fundamental en el gobierno de Putin, donde se erige como ministro de Defensa.
“El País” recuerda que, según un estudio del centro sociológico VZIOM, es el segundo más popular en Rusia (con 14,4%), solo detrás de Putin (33,9%)
A él se le conoce por ser uno de los pocos que acompaña al mandatario en sus paseos por Siberia: y así como Putin va sin polo, Shoigú también.
Nacido en Tuvá, estudió en el Instituto Politécnico de Krasnoyarsk, para luego irse a trabajar cerca de diez años a Siberia. Allí, se convirtió en el segundo secretario municipal del Partido Comunista, puesto que le valió ser destacado en Moscú.
Ya en la capital, trabajó con el expresidente ruso, Boris Yeltsin.
En 1992, Shoigú se convirtió en jefe del Comité de Defensa Civil y Situaciones de Emergencia, y se encargó de desterrar todos los vicios burocráticos heredados de la Unión Soviética, y convertir el organismo en un ministerio.
Su éxito fue evidente: “en 20 años, Shoigú formó una gigantesca estructura de salvadores para la que trabajaban 350.000 personas”.
El siguiente reto lo asumió en el 2012: ese año se convirtió en gobernador de la región de Moscú, y a los seis meses, reemplazó al ministro de Defensa Anatoli Serdiukov.
A diferencia de su antecesor, cuenta “El País”, Shoigú se preocupó por “el bienestar social de sus subordinados”.
Pero no es monedita de oro.
En el 2015, las investigaciones del disidente Alexei Navalny sostuvieron que tenía una “lujosa mansión de inspiración oriental con cúpulas como pagodas en las afueras de la capital”.
El escándalo, sin embargo, no lo afectó tanto.
De hecho, su imagen sigue fuerte por sus logros. La anexión de Crimea -una operación sin víctimas- le habría dado el crédito suficiente para mantenerse en su posición de poder.
Luego le seguirían intervenciones en Ucrania y Siria.
El periódico español escribe: “El ministro sabe estar junto a Putin sin eclipsarlo, pero no está exento de cierta vanidad y le gusta cultivar la imagen de persona culta con estilo”.
Y agrega: “Se interesa por el arte (él mismo pinta acuarelas y óleos) y también por los murales de batallas, impulsa la construcción de un gran templo ortodoxo militar. En privado colecciona objetos pertenecientes a la época de Stalin o relacionados con aquel caudillo”.
EL REPRESENTANTE DE PUTIN
El portal ABC ha calificado a Serguéi Lavrov como “el diplomático de hierro”, el “ariete de Putin”. ¿Por qué? Desde su llegada a la cancillería, Rusia debía volver a ser un referente mundial. Y lo ha logrado.
Y ejemplos sobran.
A inicios de año, por ejemplo, el alto representante de Asuntos Exteriores y Seguridad de la Unión Europea, Josep Borrell, lanzó un dardo hacia el Kremlin.
Entonces, Borrell exigió la liberación de Alexei Navalny, pero no se esperó la respuesta de Lavrov:
“Los líderes independentistas catalanes están en prisión por organizar un referéndum [...] es un ejemplo de decisiones judiciales motivadas políticamente”.
En buen romance: ¿por qué ellos sí y nosotros no?
Y así como se enfrentó a Borrell, la política exterior rusa no teme las represalias de Estados Unidos, Reino Unido, Francia y Alemania. Al contrario, los mira a los ojos y los desafía.
¿Cómo llegó a ser canciller?
Lavrov nació en 1950, en Moscú. Allí estudió en el Instituto Estatal de Relaciones Exteriores de Moscú, y se recuerda que manejaba tres idiomas: inglés, francés y cingalés.
De hecho, por manejar la lengua de Sri Lanka, fue enviado como diplomático a la embajada de ese país.
Más tarde, en 1976, regresaría a Moscú para trabajar en la Dirección de Organizaciones Económicas del Ministerio de Exteriores de la Unión Soviética; y, cinco años después, sería destacado en Nueva York.
En 1988 pegó la vuelta y trabajó en “varios departamentos del ministerio”. En el 92, se convirtió en el viceministro y, dos años más tarde, en el embajador de Rusia ante las Naciones Unidas.
ABC explica que, al regresar a Nueva York, es que forja su carácter “de diplomático pétreo e inmisericorde con Occidente”.
“Fueron años difíciles, cuando Rusia tuvo que reaccionar al bombardeo de la OTAN contra Yugoslavia, a los ataques de EE.UU. y Europa por la guerra en Chechenia, y ya en la época de Vladímir Putin, a las discrepancias en relación con Sadam Husein y la guerra en Irak, desencadenada por EE.UU. en 2003”, anota el portal.
Lavrov no pestañeó. ABC continúa:
“Occidente también reprochó a Putin en su primer mandato (2000-2004) el acoso a la prensa, el desmantelamiento de la democracia que heredó de Borís Yeltsin, la mala gestión del hundimiento del submarino nuclear Kursk y el encarcelamiento del patrón de la petrolera Yukos, Mijaíl Jodorkovski”.
Después de todas esas crisis, se hizo evidente que Lavrov era el elegido para “pilotar la nueva estrategia mundial” rusa.
En el 2004, reemplazó a Ígor Ivanov como ministro de Relaciones Exteriores. Su objetivo era simple, pero difícil: “recuperar sin complejos la influencia perdida a nivel mundial y el papel de gran potencia”.
Desde entonces ha formado un tándem con Putin, al punto de sostener que Navalny jamás fue envenenado.
Entre las frases más recordadas de Lavrov destaca:
“Los estados de Occidente intentan conservar a cualquier precio las posiciones de liderazgo a las que se habituaron durante muchos siglos y hoy les cuesta reconocer que el mundo cambia y que hay un proceso objetivo de formación de un orden mundial multipolar”.
Esa imagen le ha valido ubicarse en el tercer puesto de popularidad en Rusia (con un 12,8%), detrás de Putin y Shoigú.
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