Esta historia comienza con un correo electrónico que nunca olvidaré.
En una mañana de primavera, a mediados de mayo, el príncipe Michael de Sealand, líder de una micronación llamada Principado de Sealand, me envió un mensaje con tres palabras claras: “Puedes hablar conmigo”.
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Fue un prólogo peculiarmente corto de una historia increíble que me llevaría a un viaje histórico a través de reinos autoproclamados, disputas territoriales, anomalías históricas y el Reino Unido en la Guerra Mundial.
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Y, por improbable que parezca, la historia incluye estaciones de radio piratas y pesca de berberechos.
Otro hecho sobre este correo electrónico: me emocionó mucho.
Nunca antes había recibido un email de un príncipe, y era poco probable que volviera a pasar.
Lo que estaba ante mí era la historia de Sealand, un pequeño principado frente a la costa inglesa que afirma ser el país más pequeño del mundo.
La micronación, de hecho, es una plataforma antiaérea de la Segunda Guerra Mundial.
Fue erigida por primera vez en 1942 y bautizada como HM Fort Roughs.
Este fuerte marítimo de la armada se sitúa fuera del límite territorial de Reino Unido en el Mar del Norte.
Llegó a estar ocupado por hasta 300 miembros del personal de la Royal Navy en el apogeo de la guerra.
Pero cuando en 1956 fue evacuada, la estación pronto se abandonó a su suerte y se fue deteriorando con el tiempo.
Eso fue hasta que en 1966, un ex militar del ejército británico lo ocupó, dando lugar a una nueva y diminuta micronación.
Hoy en día, permanece a 12 kilómetros de la costa, visible de cerca solo en barco.
A la vista, no es nada especial: una plataforma casi en ruinas, con un puñado de edificios en forma de contenedor en la parte superior.
Desembarcar requiere desafiar el azote del viento y el rugir de las olas mientras una grúa eleva a las personas.
Pero había mucho más que no sabía.
Una “Cuba frente a la costa este de Inglaterra”
Para empezar una historia sobre incursiones de helicópteros al amanecer, gángsters y un intento de golpe de Estado por parte de turbios empresarios europeos.
Incluso una revelación de un documento desclasificado del gobierno de Reino Unido que describe la plataforma como una “Cuba frente a la costa este de Inglaterra”.
Todo sonaba como la trama de una película B, nacida de la imaginación de un guionista de Hollywood, no solo por la determinación de una familia de clase trabajadora de Essex que convirtió este puesto fronterizo en una micronación.
Aquí, en este lugar solitario del Mar del Norte, nacieron sueños, consiguieron liberarse de la autoridad y gobernó la excentricidad británica en toda su pompa.
Cuatro días después del mail, el príncipe Michael de Sealand respondió a mi llamada.
El líder de la micronación empezó a contarme fascinantes historias, muchas de las cuales aparecen en sus memorias, el libro “Holding The Fort”.
Y estaba listo para divulgar la historia de Sealand, que en gran medida sigue siendo desconocida por el resto del mundo.
“Tenía solo 14 años cuando viajé allí por primera vez durante mis vacaciones escolares de verano para ayudar a mi padre, y pensé que solo sería una aventura de seis semanas”, cuenta desde su casa principal, un bungaló en la costa de Essex.
“Ciertamente no pensé que sería una historia que se alargaría 50 años”, dice.
“A veces nos quedábamos durante meses, esperando que el bote traiga suministros del continente. Miraba hacia el horizonte y todo lo que podía ver desde la mañana hasta la noche era el Mar del Norte”, añade.
Tal nostalgia de un lugar no debería diluir las complejidades de las circunstancias geopolíticas de Sealand.
Ningún país reconoce formalmente a Sealand, pero el príncipe Michael dice que la micronación nunca ha pedido ese reconocimiento.
“Tampoco esperamos ninguno”, agrega sin rodeos.
Época de guerra
“Recuerde, la plataforma se construyó ilegalmente fuera de las aguas territoriales británicas durante una época de guerra, pero entonces todo el mundo estaba demasiado ocupado con otras cosas. Los británicos deberían haberla destruido cuando tuvieron la oportunidad, pero nunca lo hicieron. Ahora, décadas después, Sealand todavía está en pie”, afirma el príncipe Michael.
Por su tamaño, que en el caso de Sealand es solo 0,004 km2, las micronaciones requieren que repensemos nuestro sentido de escala.
Pero, ¿qué atrae a las personas a crear las suyas?
Para George Dunford, coautor del libro Micronations: The Lonely Planet Guide to Home-Made Nations, hay dos factores: por un lado, la insatisfacción con su gobierno actual y, por otro, el “querer hacer las cosas de otra manera”.
“Sealand es un caso especial porque se ha salido con la suya durante tanto tiempo y ha conseguido eludir las leyes”, dice Dunford.
“En Estados Unidos, la familia hubiera sido vista como una panda de disidentes, pero el Reino Unido de la década de los 60 era un lugar más tolerante, y los burócratas probablemente pensaron que costaba menos dejar las cosas así que abordar el problema”, añade.
Legislación
“Hubo algunos intentos de poner las cosas en orden y también de comprarla, pero Sealand sobrevivió. Es un verdadero sobreviviente de la comunidad de micronaciones”.
Como regla general, la mayoría de las micronaciones se acogen a la Convención de Montevideo sobre los Derechos y Deberes de los Estados, que en 1933 fue firmada por líderes internacionales, incluido el entonces presidente de Estados Unidos, Franklin D Roosevelt.
En ella, la legislación establece cuatro criterios principales para formar un Estado.
“La Convención de Montevideo se usa principalmente para definir qué es una micronación, que población requiere, qué territorio, qué gobierno y las relaciones con otros Estados”, explicó Dunford.
“Hace que las micronaciones intenten que otros Estados las reconozcan. Sealand evita esto diciendo que es un Estado soberano con su propio gobernante”, añade.
Estación de radio pirata
Cada nación tiene una historia sobre su origen, pero la de Sealand es kafkiana.
Comienza en 1965 cuando el padre del príncipe Michael, Paddy Roy Bates, un exmayor del ejército británico convertido en pescador, lanzó Radio Essex.
Esta estación de radio pirata se encontraba en alta mar en Knock John, otro fuerte naval en desuso cerca del de HM Fort Roughs.
Tal era la popularidad de las estaciones marinas ilegales en ese momento que el gobierno de Reino Unido llegó a implementar la Ley de Delitos de Radiodifusión Marina de 1967.
Tenía un propósito: cerrarlas todas.
Al ver una oportunidad, Bates trasladó sus operaciones al fuerte HM Fort Roughs, que estaba situado en aguas internacionales.
Al igual que Knock John, no tenía inquilinos y estaba en mal estado, y, legalmente o no, Bates asumió el control del puesto en la víspera de Navidad de 1966.
Nueve meses después, el 2 de septiembre de 1967, lo declaró el Principado de Sealand.
Lo hizo en un gesto romántico.
Era la fecha del cumpleaños de su esposa Joan.
Poco después, toda la familia se mudó allí.
En su apogeo, a principios de la década de 1970, Sealand tenía 50 personas viviendo en la plataforma, incluidos familiares y amigos y personal de mantenimiento.
Al mismo tiempo, se convirtió en un símbolo de las protestas contra la autoridad en Reino Unido.
Pero en la vida diaria, este bohemio estilo de vida se llevó a cabo a un nivel mucho más básico.
“No funcionaba nada”, me cuenta el príncipe Michael.
“Comenzamos con velas y luego pasamos a lámparas contra huracanes y generadores de bombeo. Lo bueno es que está tan seco como un bote. Si no supieras que estás en el mar, nunca podrías decirlo. Pasé años y años allá afuera, pero, ya sabes, me sentía en casa”.
Desde entonces, el insolente Estado ha abrazado los emblemas de una nacionalidad.
Introdujo su propio escudo de armas y su constitución.
Hay una bandera, un equipo de fútbol y un himno, mientras que la moneda lleva el retrato de la “princesa Joan” y se han emitido alrededor de 500 pasaportes.
El lema de la micronación, sobre el cual el príncipe Michael y sus tres hijos (James, Liam y Charlotte) y su segunda esposa (Mei Shi) continúan la dinastía Sealand, refleja un amor por la independencia sin cadenas.
“E Mare, Libertas”, se lee.
O “Del mar, libertad”.
“Mi padre nunca se propuso comenzar su propio país”, explica el príncipe Michael, quien también es dueño de un negocio de pesca de berberechos que exporta productos a España.
“El gobierno del Reino Unido fue el primero en atacarlo porque quería cerrar su estación de radio pirata. Y desde entonces, hemos luchado hasta el final contra el gobierno británico, y hemos ganado. Sealand aún mantiene su independencia”.
Asalto nocturno
El episodio más controvertido en la historia de Sealand tuvo lugar en 1978.
Animado por la posibilidad de tener una base internacional, un grupo de mercenarios alemanes y holandeses irrumpió en Sealand una noche de agosto.
Sus miembros fueron capturados a punta de pistola por la familia Bates y retenidos como rehenes.
“Esto hizo que el embajador alemán y a una delegación oficial llegada de Londres en helicóptero mantuviera con nosotros negociaciones para la liberación”, dice el príncipe Michael con indiferencia, minimizando el drama del incidente.
“Al negociar con nosotros, nos dieron un reconocimiento de facto”.
Lo que no se debate es que la independencia no es barata.
Para financiar los costos operativos de Sealand, incluido el personal de seguridad a tiempo completo que vive en la micronación durante todo el año, la tienda online de Sealand vende camisetas, sellos y títulos reales.
Un título de señor, señora, barón o baronesa cuesta unos US$38.
Las normas habituales de aduanas e inmigración tampoco se aplican, por supuesto.
Solo es posible visitar la plataforma con una invitación oficial del príncipe, y más allá de unas pocas personas de mantenimiento, actualmente nadie vive aquí.
El príncipe solo visita el lugar dos o tres veces al año.
“Sealand siempre tuvo una posición muy precaria, pero el príncipe actual dirige el lugar con más calma estos días”, dijo Dunford.
“Eso es lo que me encanta de las micronaciones. La forma en que parodian la pompa del nacionalismo real es fabulosa”.
Petición de ciudadanía
Sealand recibe más de 100 correos electrónicos al día, con solicitudes de ciudadanos aspirantes que van de Delhi a Tokio y que están dispuestos a jurar lealtad a la bandera.
“Nuestra historia todavía apasiona a la gente”, concluye el príncipe Michael.
“Vivimos en una sociedad en la que a la gente no le gusta que le digan lo que tiene que hacer, y a todos les encanta la idea de libertad”.
El mundo necesita territorios inspiradores como el nuestro y no existen muchos lugares como este”.
En la vida de Bates, una cosa se ha mantenido tranquilizadoramente constante: Sealand sigue en pie, observando en silencio el Mar del Norte.
Para el resto de nosotros, es un lugar curioso cerca del Reino Unido y, sin embargo, está tan lejos.
Es un lugar tan extraordinario y diferente que casi parece imposible.
Este artículo forma parte de una serie de BBC Travel que tiene como objetivo profundizar en el lado lúdico de la geografía.
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