La muerte no debería recrearse en su crueldad. Desayunar con la peor de las noticias, el hundimiento de un barco, y cenar con el conteo de cuántos han logrado salir airosos, la incertidumbre de quiénes serán los cuerpos hallados y el dilema de qué tripulantes seguirán desaparecidos, es el más duro de los peajes.
Naufragios como el del arrastrero congelador español Villa de Pitanxo en el Atlántico norte acaban con muchas vidas y también parten por la mitad otras tantas.
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Luzmar es la mujer de Edwin Córdoba. Proceden del norte del Perú y a la región española de Galicia (noroeste) llegaron ambos, como tantos otros, en busca de más y mejores oportunidades. Tienen cuatro hijos, la menor de la prole una bebé de apenas medio año. El mayor ha cumplido 8. Y la madre de todos ellos debe disimular, por ser todavía muy pequeños, la desesperación, el dolor, los retortijones y escalofríos que siente ante la ausencia de mensajes optimistas.
En un brete semejante, este miércoles no ha querido situarse bajo los focos. Normal. Sí lo ha hecho un pariente, Pablo, que ha comentado que Edwin estaba enrolado en ese barco con su tío Daniel y su primo Diego.
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En la armadora Nores, en la localidad española de Marín, donde está la base del malogrado Vila de Pitanxo, se hizo el silencio al escuchar a este hombre, que ha hecho de la gestión de la tragedia su misión más importante en este momento. No tiene pruebas concluyentes. Y no se pronuncia más allá. Pero está resignado. Como ella, que únicamente espera que las dudas cedan ante las certezas.
“HACÍA MAL TIEMPO, PERO ERA LO NORMAL”
Aura es la pareja de Martín, otro de los marineros peruanos, del cual no sabe nada. Como Luzmar, ha vuelto a interesarse, a tocar a la puerta, pero sin éxito. En la última llamada, él le dijo que hacía mal tiempo.
“Pero era lo normal”, razona ella al detenerse un momento, pese a la incesante lluvia, con la prensa congregada en la villa pesquera que ha vuelto a colocar a Galicia en las páginas de sucesos por el infortunio sufrido por una de sus embarcaciones dedicadas a la pesquería del fletán.
Martín tiene 54 años, Edwin 29, y una familia y la otra cuentan con residencia en la ciudad gallega de Vigo.
La última vez que Aura y Martín entablaron contacto fue el pasado lunes a las once de la mañana hora española, cuando en la conversación abordaron el duro clima y las gélidas aguas canadienses.
El pasaje del Villa de Pitanxo, que acabó engullido, empezó esta marea el 26 de enero. Su desenlace, para nada esperado, no pudo ser más abrupto.
Aura, aguarda, presa del nerviosismo: “Pienso que, como todos, estoy mal, esperando a que digan lo que sea”.
Lo mismo le ocurre a Carolina, mujer de Jonathan Calderón, de 39 años y también de Perú: “En este barco llevaba doce o trece años; él era el contramaestre”. ¿Qué les ha podido ocurrir y qué ha pasado con él? No lo sabe. “Gracias a dios hay tres personas que están con vida; cuando vengan ya darán las respectivas explicaciones”.
En efecto se sabe, por vías oficiales, que hay tres supervivientes, el patrón, Juan Padín Costas, de 55 años; su sobrino, Eduardo Rial Padín, de 42, y un tercer ciudadano, ghanés, Samuel Kwesi, de 30 años y padre de cinco hijos.
Por lo demás, se había hablado de 10 fallecidos, pero Salvamento Marítimo de España, en su cuenta oficial de Twitter, informó hoy de que, según trasladó Canadá, son nueve, y no una decena, los cuerpos rescatados; tres los supervivientes y doce los que permanecen en paradero desconocido.
Carolina quiere explicaciones que vayan más allá de las condiciones climáticas duras en una zona compleja de navegar. Ella asegura darse cuenta de cuando la meteorología anda mal. Y no creyó que fuese para tanto. “Yo conozco ese sonido y lo sabría”.
Un tío de Edemon Okutu, hermano del laureado atleta ghanés Jean Marie Okutu, y otro de los hombres que trabajaban en el Villa de Pintanxo, quiso este 16 de febrero, como los demás, averiguar. Un intento infructuoso.
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