Quince años vivió Roberto Antonio Martínez Lozano en una alcantarilla, en el separador de la carrera 60, al frente del parque Simón Bolívar (Colombia). Con un palo, que había adecuado como palanca para levantar la pesada tapa de hierro, abría la puerta de una caja de cemento de dos pisos.
En uno tenía adecuada una cocina, con algunas ollas, loza y cubiertos que le servían para preparar el desayuno y la cena; el almuerzo lo recibía en un comedor comunitario. En el otro ‘piso’, al fondo, había embutido un colchón en el que pasaba los días (en especial los de confinamiento por la pandemia) escuchando un viejo radio, que era su única compañía.
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Llegó a Bogotá hace 30 años, de Magangué, Bolívar. Dejó dos hijas, dos hermanos, él era el menor. Empezó a trabajar como reciclador y el tiempo se le escapó, la vejez se le trepó y pronto se vio débil, con muy poco dinero: o comía, o pagaba la habitación.
Un día, caminando por el barrio La Esmeralda, se acercó a la alcantarilla y pensó que sería una buena oportunidad para pasar la noche, y así lo hizo.
”Llevo más de 15 años, la fuerza que tengo que hacer para levantar la puerta de hierro es mucha, y estoy incómodo, me están molestando los ladrones, se me meten”, les dijo hace algunas semanas a los patrulleros Eleazar Mancipe y Víctor Santamaría, de la estación de policía de Teusaquillo, que en uno de sus recorridos vieron cuando Roberto salía de su ‘hogar’.
La escena los impactó. De inmediato parquearon su moto, se acercaron, se presentaron. Preocupados por lo que veían, lo entrevistaron. Vieron las condiciones en las que vivía, y no pudieron seguir como si nada.
Volvían, casi a diario, a darle comida, implementos de aseo, a hacerle compañía. “Nosotros como Policía Nacional queremos tener un detalle hoy con usted, de hacerle ameno un rato, que sepa que la Policía Nacional es su amiga, y queremos compartir este ratico con usted, nos vamos a sentar a almorzar con usted”, le dijeron con una caja de icopor que traía una mojarra que se devoró con evidente felicidad.
Ese momento quedó grabado en un video que realizó el equipo de prensa de la Policía de Bogotá, y que también se unió a los dos uniformados para tratar de sacar de ese sitio a don Roberto, a quien definen como un hombre noble, “que se deja querer, que parece un niño”, según las palabras del intendente Héber Yesid Rojas Fonseca.
”Para nosotros, el impacto como policías al llegar a este sitio y ver esta persona, se nos hizo un nudo en la garganta y decidimos entre los compañeros luchar por sacar a este señor, en varios medios de comunicación se contó esta historia, la gestión y lo que se hizo en la policía fue importante para que lográramos tenerlo en un hogar de paso”, contó, conmovido, el intendente Héber Rojas, de prensa de la Mebog.
Fue así como lograron, a través de la alcaldía local de Teusaquillo, encontrarle un lugar transitorio, lejos de la incomodidad y la inseguridad a la que estaba expuesto. Días antes de salir de la alcantarilla, mientras fue a recibir su almuerzo al comedor comunitario, Roberto fue víctima de la inseguridad. Desadaptados ingresaron a la fuerza a su caja de cemento y se le llevaron todo lo que tenía. Loza, dos cubetas de huevos y otro mercado que había conseguido con esmero reciclando.
Ese día no pudo comer. Sin embargo, lo que más lo afectó fue que se le llevaron el radio, su compañía en los días largos y fríos. De nuevo, los policías que lo encontraron le dieron una alegría que fue mayor a la que se imaginaron: le regalaron un radio nuevo, y las lágrimas de Roberto fueron la prueba de su emoción.
Hoy se encuentra en mejores condiciones, en un hogar del Distrito, pero su sueño, más en esta época de fin de año, es reencontrarse con su familia. “Como tengo más de 71 años, estoy pidiendo un hogar, donde pueda pasar el resto de mi vida, porque la he pasado en la calle. Salí de Magangué, somos tres hermanos: la mayor, Rosalba; luego, Ramón y yo. Si de pronto ellos están vivos, o se enteran de que estoy acá, que vengan y me ayuden, yo deseo verlos, quizá ellos también quieran verme”, añora Roberto.
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