A simple vista cuesta creer que estamos en 2020: en Cuba varias personas toman el sol sobre la arena, otros ríen coctel en mano y una pareja camina abrazada cerca del agua. Todos con el rostro descubierto, olvidando por unos días que fuera todavía azota una pandemia del coronavirus (COVID-19).
La única pista de que la COVID-19 es todavía una realidad son las mascarillas de uso obligatorio para el personal de los hoteles cubanos, regidos por un protocolo que incluye tomas de temperatura y desinfección de manos y pies a la entrada, que los empleados hacen cumplir amablemente, pero sin excepciones.
Sol radiante en pleno invierno, playas paradisíacas y seguridad sanitaria son las bondades con las que Cuba quiere atraer a un turismo extranjero cada vez más necesario para reflotar su maltrecha economía, ahora aún más golpeada por la pandemia.
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“Quisimos venir para escapar del frío y Cuba nos pareció la mejor opción. No podemos estar más contentas”, aseguró Lisa, una turista de 30 años, que viajó miles de kilómetros desde Yakutia, en Siberia, para “calentarse al ritmo de la salsa”.
Viajar a la isla siempre estuvo en los planes del moscovita Serguéi Saliavin. “Cuando vi los anuncios no me lo pensé dos veces y reservé. Han sido unos días en el paraíso y va a ser duro regresar a la realidad”, lamentó.
Burbuja segura
El archipiélago Jardines del Rey, conjunto de islotes en el norte del país con unos 25 hoteles, estuvo entre los primeros en recibir extranjeros tras el cierre de fronteras por el coronavirus y es el único que todavía se mantiene casi “desconectado” de la isla grande.
Así seguirá hasta que Ciego de Ávila, la provincia a la que pertenecen los cayos Coco y Guillermo, cumpla los indicadores sanitarios que le permitan entrar en la “nueva normalidad” activa en la gran mayoría del país desde el pasado 12 de octubre y que incluye la puesta en marcha completa de actividades y servicios.
De los islotes solo pueden entrar y salir los trabajadores cubanos de hoteles y marinas que funcionan en el polo, uno de los destinos más populares de sol y playa en Cuba.
El personal hace turnos de siete días para minimizar el riesgo de contagio, una estrategia lógica aunque extenuante. No existen de momento datos oficiales sobre empleados de estos complejos que hayan contraído la enfermedad mientras desempeñaban su trabajo.
Unos seis vuelos llegan cada semana desde Rusia y Canadá al aeropuerto de Cayo Coco, solo una fracción de los setenta semanales de antes de la pandemia, desde Norteamérica y Europa principalmente.
Más de 7.000 turistas han arribado a estos cayos desde septiembre, una cifra baja con relación a años anteriores, pero prometedora para las autoridades isleñas.
“Teniendo en cuenta la situación del mundo y el país, es un paso importante”, enfatizó el director del aeropuerto, Mario Hernández, quien adelantó que pronto se sumarán dos nuevos vuelos desde Canadá, el principal mercado emisor hacia la isla.
Dentro del protocolo impuesto en todos los aeropuertos internacionales del país, reabiertos en octubre tras ocho meses de cierre, se realizan pruebas PCR a todos los pasajeros, que luego se mantienen bajo vigilancia médica en los hoteles hasta la llegada de los resultados unas 24 horas después.
Esos resultados a veces traen sorpresa. Desde la reapertura de los cayos, las pruebas han arrojado varias decenas de positivos entre turistas rusos que han sido aislados en instalaciones distintas a las contratadas, lo que ha motivado quejas en las redes sociales.
“Es importante la garantía de seguridad en el flujo de pasajeros desde el aeropuerto hacia los hoteles. Desde el inicio ese fue el principal mensaje que dimos al mundo: que el turismo en Cuba era seguro. De ahí el incremento de viajeros que hemos tenido no solo aquí, sino en el resto del país”, insistió Hernández.
Motor de la economía cubana
El turismo es la segunda fuente oficial de ingresos de Cuba, por detrás de la venta de servicios profesionales al exterior. Antes de la pandemia contribuía en un 10% al producto interior bruto (PIB) del país y generaba aproximadamente medio millón de empleos.
Durante las mieles del “deshielo” con Estados Unidos, la isla batió récords en 2016 y 2017, cuando arribaron 4,5 y más de 4,6 millones de turistas, respectivamente.
La curva aumentó en 2018 con más de 4,7 millones de viajeros pero cayó en 2019 (4,2 millones), cuando el recrudecimiento del embargo estadounidense frustró las aspiraciones de llegar a los 5 millones.
Las sanciones a los viajes desde EE.UU., la eliminación de las rutas de cruceros y la prohibición de vuelos estadounidenses a todos los aeropuertos cubanos, excepto a La Habana, han sido un duro golpe al sector, que recurrió a mercados tradicionales como Canadá y emergentes como Rusia para tratar de salvar la crisis.
Para este 2020, Cuba aspiraba a recibir 4,5 millones de turistas y revertir la baja del año pasado, pero ocho meses de cierre de fronteras y las operaciones reducidas a la mitad hacen imposible esa meta.
En los cayos cubanos se habla ruso
Las banderas rusas no faltan en la decena de hoteles que ya prestan servicio en los cayos Coco y Guillermo. Los servicios de comida -modificados según las nuevas guías sanitarias y un oasis dentro de la desabastecida isla- sirven pan negro y salmón, exóticos para los cubanos, pero habituales en las mesas eslavas.
En las noches los altavoces alternan salsa y reguetón con éxitos que se escuchaban hace algunos años en las discos de Moscú, y gran parte del personal habla con soltura la lengua de Pushkin, aprendida en sus años de estudiantes en universidades soviéticas.
Rusia es uno de los emisores que más rápido ha crecido en los últimos años, al punto de que a inicios de 2020 tuvo un aumento de más del 45% y había desplazado ya a EE.UU. como tercera fuente de turistas al país caribeño.
En el Memories Flamenco Beach Resort, hotel cinco estrellas de la cadena canadiense Blue Diamond, los rusos son mayoría.
“Vemos gran positividad en las opiniones de los clientes. Tratamos de ofrecer una estancia agradable respetando las normas de seguridad e higiene, que ahora es lo más importante”, aseguró su director general, Alejandro Jaime.
Para Valentina, una peterburguesa de 42 años, la atención y las condiciones han sido “lo que esperaba”. Habitual de los cayos, reconoce que extraña poder salir a tierra firme y visitar ciudades como la colonial Trinidad o la cercana Camagüey, pero “no se está tan mal en la piscina”, bromea.
A falta de excursiones, agencias como Ecotur han diseñado circuitos dentro de la “burbuja”, como paseos en lancha rápida o catamarán y recorridos por reservas naturales.
El reclamo “es la tranquilidad, las playas, la oportunidad de hacer buceo y la pesca”, explica a Efe, Julio Antonio Laborit, uno de los guías de turismo de la compañía. “Ahora tratamos de variar las ofertas porque por seguridad no podemos salir y hemos tenido gran aceptación”, señala.
“Tenemos la responsabilidad de cuidarnos. Temor siempre hay. Andamos con turistas y no sabes quién lo puede tener. Por eso extremamos la precaución”, insiste Laborit, “contento de regresar” tras meses de pausa en los que, como miles de sus colegas, apoyó las pesquisas de casa en casa en busca de casos de coronavirus.
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