Uno tras otro, distintos países de América Latina han elegido gobiernos de izquierda y una nueva ola política parece recorrer la región.
Desde 2018, líderes ubicados a la izquierda del espectro político llegaron a la presidencia de México, Argentina, Bolivia, Perú, Honduras, Chile y Colombia.
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El fenómeno podría completarse en las elecciones de octubre en Brasil, donde el expresidente izquierdista Luiz Inácio Lula da Silva tiene amplia ventaja en las encuestas de intención de voto.
Si bien otros países de la región han escogido gobiernos de distinto signo político en los últimos años, un triunfo de Lula dejaría a las siete naciones más pobladas de Latinoamérica y sus seis mayores economías en manos de la izquierda.
Todo esto evoca para algunos lo que ocurría en el subcontinente durante la primera década de este siglo, cuando tres de cada cuatro sudamericanos pasaron a ser gobernados por presidentes de izquierda.
Pero hay enormes diferencias entre aquella “marea rosa” que cubría América Latina y la ola progresista actual, que según expertos corre el riesgo de ser más limitada.
En un contexto de rabia con los políticos, desigualdad y estancamiento económico, el voto de los latinoamericanos en los últimos tiempos ha sido pendular: de izquierda a derecha y ahora nuevamente hacia la izquierda.
La regla en las elecciones libres de la región es el triunfo de la oposición.
“Lo importante es cambiar de lado para ver si las cosas mejoran, porque el grado de descontento en América Latina nunca había sido más alto que ahora”, dice Marta Lagos, directora de la encuesta de opinión regional Latinobarómetro, a BBC Mundo.
“La ideología cada día es menos relevante en las elecciones”, agrega. “La gente se ha ido aglomerando en el centro político (y) para el lado que se inclinan los votantes de centro le dan la victoria a los gobernantes”.
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Algo que tienen en común los candidatos de izquierda en la región —y parece ayudarlos a atraer esos votos cruciales de centro— es su mayor énfasis en la acción del Estado para disminuir la desigualdad económica.
Antes, los presidentes de izquierda se distinguían entre sí por ser más radicales, como el venezolano Hugo Chávez, o moderados, como Lula o la chilena Michelle Bachelet.
Los gobernantes de la nueva ola son mucho más heterogéneos.
Lagos los divide en cuatro tipos diferentes de izquierda: nueva (donde ubica a los presidentes electos en Chile y Colombia), populista (México), tradicional (Argentina, Bolivia, Honduras) o dictatorial (a su juicio Venezuela, Nicaragua y Cuba, donde llevan años en el poder).
Y hoy algunos líderes de izquierda parecen más dispuestos que en el pasado a desmarcarse de otros en la región.
Antes de ser electo presidente de Chile, Boric criticó la represión de disidentes en Cuba y Nicaragua y, tras su triunfo electoral, dijo a BBC Mundo en enero que “Venezuela es una experiencia que más bien ha fracasado”.
El mandatario venezolano, Nicolás Maduro, habló en febrero de “una izquierda cobarde”, algo que muchos interpretaron como una respuesta a Boric.
Mientras tanto, el presidente electo de Colombia, Gustavo Petro, ha llamado de “dictador” a Maduro, aunque se apresta a restablecer relaciones con su gobierno.
Heinz Dieterich, un sociólogo alemán que acuñó el concepto de “socialismo del siglo XXI” al que luego se refirió Chávez en 2005, descarta que esa expresión pueda aplicarse hoy a lo que ocurre en países de la región como Chile, Argentina o Bolivia.
“Ninguno de estos gobiernos quiere el socialismo del siglo XX, que es el socialismo de Cuba”, dice Dieterich a BBC Mundo. “Pero tampoco quieren un socialismo del siglo XXI porque eso significa superar la economía de mercado y tener un Estado fuerte que puede controlar a las corporaciones”.
Tal vez la mayor diferencia entre la ola izquierdista de antaño y la de ahora en Latinoamérica es el escenario en que surgen.
Entre 2000 y 2014, el boom internacional de las materias primas dio a los presidentes de la región una billetera gorda para invertir en programas sociales y proyectos estatistas de todo tipo.
Eso a su vez consolidó un amplio respaldo político-electoral con mayorías legislativas para los gobiernos, que lograban reformas y reelecciones por doquier.
Expresidentes como el ecuatoriano Rafael Correa, el boliviano Evo Morales y el propio Chávez llegaron a modificar las constituciones de sus países y ejercieron distintos mandatos consecutivos.
Ahora, con una guerra en Europa, una inflación en alza y un encarecimiento tanto del crédito como de los insumos, las economías de la región tienen más dificultades para aprovechar el alza en los precios de materias primas.
Y los gobiernos pueden gastar mucho menos de lo que sus ciudadanos quieren en tiempos de pandemia de covid y malestar social.
“Implementar políticas a la izquierda con bastante dinero es una cosa; ahora no tendrán esos recursos”, compara Marcelo Coutinho, un profesor de política internacional en la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ) experto en América Latina.
Y señala que a esto se suman “límites políticos y una oposición mucho más aguerrida y organizada a la derecha, con la que es difícil establecer un diálogo a veces”.
En Perú, el presidente izquierdista Pedro Castillo mantiene un pulso con el Congreso, que investiga un presunto caso de corrupción en su gobierno.
Y en países como Chile o Colombia, los estallidos sociales de 2019 que contribuyeron al ascenso de la izquierda reflejaron una volatilidad política que ahora puede volverse en contra de los nuevos presidentes, advierten analistas.
“Hay procesos de inestabilidad crecientes que pueden estallar en los próximos años”, dice Coutinho a BBC Mundo. “Eso también va a ser una complicación que hará bien distinta la vida de estos gobernantes”.
Por otro lado, tanto Boric como Petro alzan con más fuerza banderas como el cuidado del medio ambiente o la igualdad de género y raza.
El joven mandatario chileno anunció este mes el cierre de la fundición cuprífera estatal Ventanas para detener “recurrentes casos de intoxicación”, lo que marca un cambio importante de política ambiental en el país.
Y Petro ha prometido algo aún más ambicioso: acelerar la transición energética desde la industria extractiva a una economía “descarbonizada”, pese a que el petróleo es una fuente clave de ingresos del Estado colombiano.
Esto contrasta con la agenda de líderes de la vieja “marea rosa”, desde Chávez hasta Lula, que hicieron de la explotación petrolera una prioridad.
De hecho, las diferencias persisten: Lula dijo recientemente que la idea de Petro de crear un bloque antipetróleo con líderes progresistas regionales “no es real” en este mundo.
Otros presidentes izquierdistas como el mexicano Andrés Manuel López Obrador y el boliviano Luis Arce también le apuestan a industrias extractivas.
Sin embargo, quizás en esto la nueva política que hoy proponen Boric y Petro sintonice mejor con la sociedad que la vieja política, sugiere Lagos.
“Hay una conciencia medioambiental en América Latina”, dice la directora de Latinobarómetro. “Entonces toda política que sea medioambientalmente correcta va a tener grandes apoyos de la población”.
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