El domingo, Elpidia Cruz, de 77 años, y su esposo Tereso Medina, de 80, se formarán en uno de los puntos de vacunación de la alcaldía de Iztapalapa, en la Ciudad de México, para recibir su primera dosis de la vacuna contra el Covid-19, pero hoy disfrutan de la playa, del calor, de la brisa del mar en Caletilla.
Elpidia y Tereso rompieron su confinamiento de casi un año este jueves para echarse un acapulcazo. “Esto es como para estirarnos de tanto encierro”, dice Elpidia con su cubrebocas puesto y su sombrero de palma, sentada en una mesa a la orilla del mar en la famosa playa de Caletilla.
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“¿No sintió miedo de venir sin estar vacunada?”, se le pregunta. “No, yo siempre he estado tranquila, no tengo miedo, me cuido mucho; lo que me está afectando más es el estrés por estar encerrada”, contesta.
Con la pandemia por Covid-19, la vida de Elpidia y Tereso tomó un vuelco radical: “Nosotros somos muy activos, siempre en la calle y, de repente, nos encierran”, cuenta Elpidia.
Son comerciantes ambulantes en la Ciudad de México. Andan de tianguis en tianguis vendiendo trastos, pero con la pandemia, sus hijos decidieron no dejarlos trabajar para evitar contagios.
Rocío Medina, la hija de ambos, explica que ya era necesario un respiro para sus padres y su hija, una niña de cinco años que no para de jugar en la arena. “Vinimos porque se dio la oportunidad, pero lo estamos haciendo con todos los cuidados”, dice.
En efecto, los cuatro portan cubrebocas. Se ven relajados, Tereso está sin playera y Elpidia descalza. Cuando termina la plática, Tereso decide echarse un chapuzón y Elpidia se acerca a una de las rocas para mojarse los pies con lo último de la ola.
Como Elpidia y Tereso, este Viernes Santo en Caletilla y Caleta hay muchos adultos mayores que disfrutan la playa a casi un año de pandemia.
Este periodo vacacional, otra vez, se convierte en un respiro en la crisis sanitaria. Para los turistas significa más libertad. En Caleta y Caletilla muy pocos usan el cubrebocas, muy pocos.
Las medidas sanitarias son muy laxas: en los accesos hay módulos de desinfección que utiliza el que quiere, y en la playa, militares y funcionarios encabezan una tímida operación, donde reparten un cubrebocas por palapa y a través de un altavoz lanzan un mensaje a los turistas para que cumplan con las medidas sanitarias que sólo unos pocos entienden por la mala calidad del sonido.
Y para los acapulqueños es la oportunidad de obtener un poco de dinero tras uno de los peores años para el turismo en el país.
Este es el segundo periodo vacacional durante la pandemia que Acapulco se abre para los turistas. En diciembre, el gobierno de Guerrero declaró color amarillo en el semáforo sanitario.
Económicamente hubo una recuperación, pero en la enfermedad hubo un retroceso: en enero se vivió la peor etapa de la pandemia, superaron todas las cifras de contagios, hospitalización y fallecimientos. Esta vez, se espera que ocurra algo similar, lo que los expertos han llamado la tercera ola Covid-19.
Sin embargo, el pronóstico de los prestadores de servicios en lo económico no es alentador. José Luis Aguilar Salmerón es mesero en Caleta. Se tomó el tiempo de platicar por más de media hora mientras esperaba clientes. Caleta lució este viernes a 50% o 60% de su capacidad, pero afirma José Luis que no todos los visitantes están consumiendo.
“Hay gente, pero están gastando con mucho cuidado”, lamenta el trabajador.
En estos días, a su casa no ha llevado más de 600 pesos, cuando antes en días como estos juntaba, entre comisiones por los platillos que vende y propinas, hasta 2 mil 500 pesos. Otros prestadores turísticos coinciden con José Luis: hay gente, pero está limitando su gasto.
Acapulco este viernes amaneció con una ocupación hotelera de 45.3%, de acuerdo con la Secretaría de Turismo en Guerrero; 15 puntos por debajo del aforo permitido.
En estas vacaciones, Acapulco no ha logrado llegar a 60% permitido, tal vez porque en los lugares de donde provienen la mayoría de sus visitantes —el Estado de México y la Ciudad de México— están en pleno proceso de vacunación.
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