Raquel ha estado a punto de morir dos veces; la primera con una dosis de 30 mililitros que le metieron por la nariz y la segunda, con otra que ella misma se inyectó en una vena del cuello.
“No sientes nada, nomás te vas, te dejas ir en un sueño profundo”, cuenta la joven chihuahuense de 24 años, radicada en Tijuana, Baja California, que hace apenas seis meses comenzó a inyectarse una mezcla de fentanilo en polvo con metanfetamina disuelta en solución salina.
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Sabe que consume fentanilo, una droga 50 veces más fuerte que la heroína, asociada a la mayoría de las muertes por sobredosis en Estados Unidos. Lo hace porque es una droga barata y potente. El nombre de Raquel fue cambiado por su seguridad.
En Estados Unidos se creó un mercado óptimo para el fentanilo por el exceso de opiáceos que se recetaron de manera legal, como el oxycontin. Con el tiempo esos consumidores buscaron vías legales o ilegales para obtenerlos.
En Tijuana, el fentanilo ha enganchado a consumidores de heroína que utilizan la droga mezclada con otras sustancias como metanfetaminas. Un número importante de estas personas son deportadas de Estados Unidos, donde viven en condición de calle y enfrentan enfermedades por el uso de drogas inyectables, como VIH o hepatitis C.
Activistas entrevistados acusan que México carece de cifras precisas en materia de defunciones por sobredosis; sin embargo, la Cruz Roja y el Servicio Médico Forense de Baja California (Semefo) coinciden en un aumento de los fallecimientos.
Los registros de datos de la Cruz Roja en Tijuana dejan claro el incremento.
En los primeros cuatrimestres de los últimos cuatro años crecieron las muertes por sobredosis. En 2019 hubo nueve; en 2020, siete; en 2021, 13 y en 2022, 24.
César González Vaca, director del Semefo estatal, explica que a partir de 2017 han detectado un incremento sostenido en muertes que, según el cuadro clínico, son por sobredosis. Sin embargo, ellos no hacen los exámenes y no lo pueden catalogar ni registrar de esta manera.
“En 2017 fue donde se elevó en Tijuana. De 2017 para atrás, en promedio eran 400 a 500 (muertes por sobredosis), por ahí oscilaba. A partir de 2017 fue el doble. Casi 900 y de ahí para adelante 900, mil, mil 200 y ya no ha bajado”, detalla González Vaca.
Jaime Arredondo, académico y activista de la organización civil Verter, afirma que en materia de sobredosis en Baja California “tenemos una crisis de salud que no quiere ser reconocida”.
Activistas, académicos y autoridades coinciden en que en este estado es donde hay más consumo de fentanilo mezclado con otras drogas. Según la Comisión Nacional Contra las Adicciones, (Conadic), esto sucede por su vecindad con Estados Unidos.
Aunque la Federación no tiene un registro actualizado al que se pueda tener acceso, una revisión de notas periodísticas muestra que entre 2020 y 2022 han muerto al menos 70 personas por sobredosis vinculadas al consumo de fentanilo en Monterrey y García, Nuevo León; San Luis Río Colorado y Nogales, Sonora; Tijuana y Mexicali, Baja California; Piedras Negras, Coahuila, y Culiacán, Sinaloa.
El Observatorio Mexicano de Salud Mental y Consumo de Drogas, que depende de la Conadic, maneja un registro de defunciones derivadas del uso de opiáceos, pero su conteo es de sólo 105 muertes en el país, ocurridas de 2011 a 2020.
‘Es gente que no le importa al gobierno’
En Baja California las organizaciones civiles se sienten solas en el combate a las sobredosis y sus enfermedades asociadas. Operan sin recursos públicos, con donativos internacionales y en un contexto adverso donde el Ejército y la Guardia Nacional encabezan un constante acoso a los consumidores de drogas.
Prevencasa A.C., e Integración Social Verter, dos asociaciones civiles que trabajan en Tijuana y Mexicali desde 2004, llevan a cabo estrategias como el intercambio de jeringas para reducir contagios de enfermedades, programas médicos, acceso gratuito a regaderas y agua potable, así como el testeo de sustancias para detectar fentanilo y advertir al consumidor de sus efectos.
Han insistido en el desabasto de naloxona, el medicamento que puede revertir una sobredosis por fentanilo, y que en México está legalmente restringido.
“[El fentanilo] se está consumiendo por los mexicanos, pero esta comunidad no les interesa porque está en condición de calle. No es un votante, es gente que no le importa al gobierno”, critica Alfonso Chávez, coordinador de programas de Prevencasa.
“Lo que hace el fentanilo es que tiene un subidón muy fuerte, pero dura muy poco, por lo que se tienen que volver a inyectar más, crea mayor dependencia y más daño en su cuerpo”, continúa.
Los usuarios de drogas dicen estar conscientes de que consumen fentanilo. Lo utilizan porque es barato y más potente. Es 50 veces más fuerte que la heroína.
Los activistas acusan que la Guardia Nacional ahora acosa a los consumidores, les quita y destruye las jeringas nuevas y confisca la naloxona, medicamento que las asociaciones reciben de otras organizaciones de Estados Unidos y Canadá, en donde se distribuye de manera gratuita.
“Es un retroceso de más de una década de políticas de drogas. El gobierno criminaliza más, estigmatiza más y apoya menos. Es un combo mortal”, señala Jaime Arredondo Sánchez, académico y fundador de Verter.
La Conadic admite que aún falta mucho por hacer para empatar la estrategia de salud con la estrategia de seguridad; sin embargo, afirma que impulsan cambios legislativos para que la naloxona deje de ser un medicamento restringido.
“Lo más probable es que antes de que termine este año se desclasifique y pase a ser medicamento de libre venta en farmacias”, asegura Hugo González, jefe de servicios de la Conadic.
El triángulo del fentanilo
En mayo de 2013 se registró el primer decomiso de fentanilo en México, en Baja California Sur. A partir de ahí, la presencia de la droga ha tenido un alza de 500% entre 2015 y 2022.
De acuerdo con cifras de la Secretaría de la Defensa Nacional obtenidas por transparencia y comunicados, de agosto de 2015 a julio de 2022 se han decomisado 2 mil 479 kilos de fentanilo, 10 millones 73 pastillas y 3 mil 817 ampolletas con fentanilo líquido.
Encabezan la lista Culiacán, Sinaloa; Tijuana y Ensenada, Baja California, y San Luis Río Colorado, Sonora, que forman un triángulo de producción y trasiego de fentanilo.
En estos estados donde operan principalmente los cárteles de Sinaloa, Jalisco Nueva Generación y Arellano Félix, se concentra 99% de los decomisos de fentanilo en kilos y pastillas.
Desde 2013 y hasta el 4 de julio pasado, Tijuana era el municipio donde más kilos de fentanilo se habían decomisado, pero hace un mes fue superado por el municipio de Culiacán.
“Hay un fenómeno creciente: mayor producción, más precursores, mayor capacidad logística de las organizaciones criminales en la producción de la sustancia”, explica el académico Josué González Torres.
El investigador que elaboró el documento Fentanilo en México, confiscación de cargamentos, para el Colectivo de Análisis de la Seguridad con Democracia A.C., comenta que esta droga es más fácil de producir y transportar, y genera enormes ganancias, por lo que ha revolucionado la producción de estupefacientes sintéticos.
“Se puede producir una pastilla a centavos de dólar y venderla entre 10 y 20 dólares”, destaca.
De acuerdo con informes del Departamento de Justicia de Estados Unidos, un kilo de fentanilo podría representar una ganancia para los cárteles de entre 1.2 y 1.9 millones de dólares.
De 2019 a julio de 2022, la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estaados Unidos confiscó 12 mil 348 kilos de fentanilo. De acuerdo con esta dependencia, 60% del fentanilo que es decomisado en ese país entra por San Diego, California, frontera con Tijuana, Baja California.
El mismo fenómeno ocurre en Sonora y su frontera con Arizona, por donde ingresa 25% de todo el fentanilo que se incauta en Estados Unidos.
El fentanilo en polvo se vende en pequeñas bolsas de color azul.
Volver a casa
Raquel y su novio Ramón viven en una cuartería de la zona norte de Tijuana.
El área está estigmatizada por el consumo de drogas, la violencia generada por el narcomenudeo, la prostitución y la presencia de cientos de personas que se hallan en condición de calle; duermen en las banquetas sobre cartones y cobijas viejas.
En esta zona, pegada al muro de la frontera, se escuchan historias de migrantes deportados que vuelven a México sin dinero ni hogar y se quedan ahí con la esperanza de volver a cruzar.
Así es la historia de Raquel, quien en los años recientes ha viajado de Chihuahua a Sinaloa, y de Sinaloa a Jalisco. En este último lugar estudiaba Psicopedagogía, pero ante la falta de recursos buscó cruzar la frontera. Después fue deportada a Tijuana y al llegar probó el fentanilo porque es lo que se vende en las calles.
La joven tiene una enorme marca en su brazo derecho que pareciera una quemadura de tercer grado. Es el recuerdo de la segunda sobredosis.
Para revertir la sobredosis, su novio Ramón, nombre que también fue modificado, le inyectó agua con sal en el brazo, un remedio que los consumidores acostumbran, pero que con el fentanilo se ha vuelto menos eficaz. La sal provoca una subida de adrenalina que puede revertir el efecto, pero genera heridas e infecciones en la piel que llegan a ser mortales.
Ahora Raquel planea volver a su tierra. Su padre le ha ofrecido ayudarle con los gastos del traslado e incluso apoyar a su novio para que encuentre un trabajo.
Mientras Raquel cuenta sus planes, Ramón prepara una dosis de fentanilo con metanfetamina y se la inyecta en una vena del cuello. Ella infla los cachetes para aguantar el dolor.
En cuanto la sustancia entra a su cuerpo sus palabras y movimientos se vuelven pausadas y después se tambalea al caminar por la acera.
“Es pura plenitud”, dice de su adicción que desea soltar.
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