“En este período difícil para nuestra patria, que el Señor nos ayude a cada uno de nosotros a apoyarnos mutuamente, incluso en torno al gobierno, y que ayude al poder a ser responsables ante el pueblo y a servirlo con humildad y buena voluntad, incluso hasta dar su propia vida”, decía a inicios de abril, durante una misa celebrada en Moscú, Kirill, patriarca de la Iglesia ortodoxa rusa. Ahora, el aliado religioso más poderoso de Vladimir Putin podría ser incluido en la amplia lista de sancionados por la Unión Europea en respuesta a la invasión de Ucrania.
Vladimir Mikhailovich Gundyayev es el máximo líder de una religión que agruparía a 150 millones de fieles distribuidos principalmente entre Rusia, Bielorrusia y Ucrania. Se estima que el 71% de la población rusa se identifica como ortodoxa; mientras que el 78% de ucranianos seguiría esta misma religión.
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Pero el patriarca es, además, un fiel aliado de Putin. Su cercanía, que va desde compartir la misma ciudad de nacimiento, pasando por sus lazos con la KGB y su actual apoyo incondicional cuando el Kremlin parece más aislado que nunca de Occidente, ha llevado a que la Comisión Europea proponga incluirlo en su sexto paquete de sanciones a empresarios, políticos y otras figuras rusas por la ofensiva militar emprendida desde el 24 de febrero.
“Si de algo hay que desconfiar siempre es de las estadísticas religiosas, pero la Iglesia Ortodoxa Rusa reclama cifras como las que mencionas. Otros estudios plantean que son muchos menos. Lo que sí es cierto es que durante los últimos 20 años ha habido una especie de resurgimiento religioso en Rusia frente a lo que pasó durante la Unión Soviética, donde la religión fue relegada e incluso perseguida. Putin entendió que separar a la religión ortodoxa del alma nacional rusa era contraproducente y mas bien se afincó en esta fuerza religiosa para fortalecer su forma de ver al país y al mundo. La ortodoxia rusa tiene un rol muy potente y más aún en este contexto de crisis”, explica a El Comercio el historiador experto en temas religiosos Juan Fonseca.
CUNA RELIGIOSA
Vladimir Mikhailovich Gundyayev nació hace 75 años en la otrora Leningrado, ahora San Petersburgo. Su padre, Mikhail Vasilievich Gundyayev, era sacerdote y su madre, Raisa Vladimirovna Gundyayeva, profesora de alemán. Pero sus raíces religiosas se remontan incluso hasta su abuelo, Vasili Stepanovich Gundyayev, diácono opositor al movimiento modernista, apresado en el campo de trabajo de Solovki y exiliado por su actividad eclesiástica.
Tras concluir la escuela, Vladimir ingresó al Seminario Conciliar de Leningrado para luego asistir a la Academia Espiritual de la misma ciudad. Fue ordenado en 1969 y, en paralelo, se desempeñó como profesor de teología en la Academia Conciliar de Leningrado luego de obtener su doctorado en esa materia.
En 1976 fue consagrado obispo de la ciudad portuaria de Víborg y un año después arzobispo de la misma. En los años siguientes fue arzobispo de Smolensk, Viazma y Kaliningrado, antes de llegar a ser Patriarca Metropolitano en 1991 por decreto de Alexis II, decimoquinto Patriarca de Moscú y de todas las Rusias.
Precisamente tras la muerte de Alexis II, en el 2008, Vladimir Mikhailovich Gundyayev fue designado Guardián del Trono Patriarcal, que entre otras funciones le delegaba organizar el funeral del líder religioso. El 27 de enero del 2009 lo eligieron como sucesor del fenecido patriarca y cuatro días más tarde era entronizado en la Catedral de Cristo Salvador de Moscú bajo el nombre de Kirill (traducido al español como Cirilo I).
El marcado ascenso de Kirill dentro de la estructura eclesiástica, sin embargo, está rodeado de sospechas, principalmente porque se dio durante la época soviética, cuando la religión era considerada una reliquia opresora por los comunistas. “Para convertirte en un líder de la iglesia en la URSS y hacer algo en ese momento, tenías que estar afiliado al KGB”, explicó al diario “Los Angeles Times” el profesor de la Universidad de California Riverside especializado en la historia de Rusia y Ucrania, Georg Michels.
Según un artículo de La Nación, además, existirían documentos de la KGB emitidos el 15 de abril de 1989 que demostrarían los vínculos entre el entonces joven arzobispo de Smolensk y los servicios de seguridad soviéticos.
“Las primeras referencias datan de febrero de 1972, cuando era un joven sacerdote de 25 años (...) Su primera mención en los archivos del KGB surgen a partir de un viaje realizado a Oceanía”, señalaba el entonces presidente de la KGB, Vladimir Kryuchkov, según los documentos. El religioso era conocido como “agente Mikhailov” y su principal tarea era “participar en organizaciones religiosas internacionales, incluyendo el Consejo Mundial de Iglesias, y en la Conferencia de Iglesias Europeas, y proveer información a la Unión Soviética”.
Según el mismo artículo de La Nación, en paralelo Vladimir Putin cursaba los últimos años de la carrera de Derecho en Leningrado para luego ingresar a la KGB.
LOS PECADOS DE KIRILL
La figura de Kirill, como la de muchas otras personalidades cercanas al poder en Rusia, está rodeada de una larga lista de cuestionamientos. El patriarca, más allá de su confeso rechazo hacia el feminismo, los derechos LGBT y su deseo de ver a una gran Rusia restituida pese a que esto involucre la anexión de otras naciones ahora independientes, tiene un increíble patrimonio dividido entre propiedades y negocios.
El diario de investigación Proekt estimó en el 2020 que Kirill y su familia contaban con propiedades en Moscú valorizadas en 225 millones de rublos (3,2 millones de euros), entre los que destaca un departamento de 145 metros cuadrados. Un año antes, el medio independiente Novaya Gazeta cifró entre 4 mil y 8 mil millones de dólares su riqueza distribuida en negocios de joyería, automóviles, petróleo y pesca.
Según el diario ABC de España, sería precisamente este patrimonio sobre el que la Comisión Europea centraría sus sanciones.
CERCANO A PUTIN
Desde sus cargos, uno como el máximo líder político ruso y el otro como su equivalente en el plano religioso, Kirill y Putin han intercambiado innumerables elogios y un apoyo constante en sus decisiones.
“Kirill está en la línea de los patriarcas rusos previos, en el sentido de que la Iglesia Ortodoxa Rusa usualmente ha servido, tanto antes como después de la época soviética, como uno de los fundamentos del régimen”, señala Fonseca.
Por el 2012, Kirill consideró la llegada de Putin al poder doce años antes como “un milagro de Dios”. Posteriormente aseguraría que el jefe del Kremlin es “el único defensor del cristianismo en el mundo”.
“De manera particular, el patriarca Kirill ha fortalecido esta alianza histórica entre el patriarcado y el gobierno ruso alrededor de los puntales que Putin ha construido, que es una especie de continuidad de lo que fue el zarismo. Esta idea de asociar tres elementos: el nacionalismo, el autoritarismo y el rol de la Iglesia Ortodoxa en el esquema político-social ruso. Es una continuidad, pero bien es cierto de una manera mucho más cercana que otros patriarcas previos”, comenta el historiador.
En el 2014, el actual patriarca se alineó al jefe del Kremlin en la anexión de Crimea argumentando que “el conflicto en Ucrania tiene un fundamento religioso inequívoco”. Un año después, cuando Rusia se sumó a la guerra civil siria en apoyo del dictador Bashar al Asad, Kirill envió una carta a las tropas afirmando que se trataba de una guerra “de naturaleza defensiva” y “justa”.
Durante la actual invasión a Ucrania, Kirill no solo ha definido la ofensiva militar como una “operación especial para el mantenimiento de la paz rusa” sino que no ha tenido reparos en señalar que “en tiempos de guerra el servicio en las Fuerzas Armadas es una verdadera hazaña, y este es exactamente el momento que estamos viviendo ahora”, incluso luego de conocerse masacres como las registradas en Bucha o Mariúpol.
Para Kirill nada conseguirá que deje de ver a Rusia como “un país amante de la paz”, como él mismo la definió desde la Catedral Principal de las Fuerzas Armadas en Moscú.
“Hay una utilidad básicamente a nivel interno. Lo que hace Kirill y otros líderes ortodoxos es darle un sentido moral a una intervención militar. Es decir, crear una narrativa que intenta convencer a los rusos de que están en una especie de cruzada no solo política sino moral. Está asociado al discurso conservador que Kirill ha planteado hace tiempo, en el sentido de que Putin sería la encarnación de un líder político que defiende los valores tradicionales frente a un Occidente en decadencia moral. Hacia afuera se ve como una peligrosa instrumentalización de lo religioso que ha valido la condena de líderes como el papa Francisco, entre otros, pero al interior de la nación rusa es bastante útil”, asegura el experto.
Fonseca señala además que si bien estas defensas pueden sorprender en la actualidad proviniendo de un líder religioso, han sido una constante a lo largo de la historia.
“En la actualidad quizás se asocia poco, pero en épocas anteriores era lo usual asociar el discurso religioso con uno nacionalista. En particular en el mundo cristiano oriental, las iglesias ortodoxas han servido como una de las fuentes del propio nacionalismo de algunos pueblos. En la guerra de independencia de Grecia frente a Turquía en el siglo XIX, la ortodoxia griega fue uno de los elementos que fortaleció esa lucha. Lo mismo podemos decir de la resistencia del catolicismo polaco frente a la hegemonía soviética. Con la ortodoxia en Georgia o Moldavia sucedieron fenómenos similares. Lo que hace Kirill es seguir esa línea, pero la diferencia es que en otros países el vínculo entre iglesia, poder y nación se está evitando”, explica.
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