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El Cairo, Egipto. En los confines de Siria e Iraq el temible Estado Islámico (EI) ha tejido una sólida estructura liderada por Abu Bakr al Bagdadi y descentralizada en una veintena de gobiernos provinciales y múltiples departamentos.
Un organigrama que garantiza la continuidad del grupo en caso de que los ataques aéreos contra su cúpula –como el que acaeció el pasado sábado en un pueblo iraquí fronterizo con Siria y en el que el autoproclamado califa habría resultado herido– causen bajas en su núcleo duro. El esquema del EI es la precisa anatomía de un gobierno forjado en la sombra durante años y curtido de los errores cometidos por Al Qaeda (la matriz de la que se escindió), capaz de gobernar a unos 11 millones de personas y resistir en una coyuntura hostil, luchando contra no pocos enemigos.
“La manera en la que han podido mantener bajo control a ciudades como Mosul (Iraq) mientras siguen cosechando avances es una prueba de que su sistema de gobierno tiene que estar funcionando”, apunta a El Comercio Veryan Khan, directora editorial de TRAC (Consorcio de Análisis e Investigación en Terrorismo, por sus siglas en inglés), el instituto que ha estudiado el complejo entramado que ha convertido hoy al EI en la organización yihadista más poderosa del mundo.
Al Bagdadi encabeza un sólido armazón que se asienta sobre dos estrechos colaboradores encargados de velar por la integridad del EI en Siria e Iraq. La división tendría únicamente una utilidad logística porque el califato presume de haber diluido las fronteras entre ambos países, trazadas a base de escuadra y cartabón por el acuerdo Sykes-Picot.
LOS SEGUNDOS DEL CALIFALos números dos de Al Bagdadi son Abu Alí al Anbari, en Siria, y Abu Muslim al Turkmani, en Iraq. Ambos proceden de las filas del partido Baaz, la formación del extinto dictador iraquí Saddam Hussein.
“Dependiendo de la fuente que se consulte, Al Turkmani [el nombre de guerra de Fadel Ahmed Abdalá] era un general responsable de la inteligencia militar y la guardia republicana o un teniente coronel de la inteligencia en tiempos de Saddam”, detalla Khan. Como otros tantos dirigentes del EI, Al Turkmani conoció a su jefe en el campo de Bucca, el penal del sur de Iraq donde las tropas estadounidenses confinaron al ahora líder yihadista entre el 2005 y el 2009.
Al Anbari, el delegado del califa en tierras sirias, era un destacado general en el ejército de Saddam que creció en Mosul, la segunda ciudad iraquí en manos yihadistas desde junio. “Se rumorea que Al Anbari carece del conocimiento de jurisprudencia islámica que se debería esperar en un dirigente de su nivel”, destaca la experta. Al Bagdadi, sus dos adláteres y un gabinete compuesto por siete asesores forman Al Imara (el emirato, en árabe), el órgano que centraliza las decisiones claves del grupo terrorista.
De Al Turkmani y Al Anbari dependen, a su vez, los gobernadores de la docena de ‘wilayas’ (provincias) que vertebran los dos territorios y que en el caso iraquí se fueron creando meses antes de que el EI lanzara su ofensiva. A ellos rinden cuentas los distintos departamentos del EI: liderazgo, militar, legal –que se ocupa del reclutamiento–, seguridad, inteligencia, financiero, mediático y el consejo dedicado a asistir a los miles de combatientes extranjeros que engrosan sus tropas.
La entidad que completa los entresijos del EI es el consejo de la Shura, el órgano donde se dirimen los asuntos militares y religiosos. Su principal función es garantizar que los consejos locales y las diferentes alas de la organización cumplan la fundamentalista interpretación de la sharia (ley islámica) que propugna la organización.
¿ESTRUCTURA SIN FISURAS?“Quien realmente da las órdenes es Al Bagdadi. La Shura es un escaparate para dar la impresión de que el líder cuenta con una supervisión ideológica”, opina Khan. Su papel, sin embargo, no debe ser subestimado: “Se sabe que todas las decapitaciones de rehenes occidentales no se llevaron a cabo hasta contar con la aprobación de la Shura”.
La pulida jerarquía del EI no se halla a salvo de futuros conflictos.
“Podrían darse desavenencias. La coyuntura actual de éxitos deja a los gobernadores y los consejos sin razones para la lucha interna. Además, en caso de surgir diferencias de opinión, Al Bagdadi escogería a quién apoyar y la disputa se acabaría”, apunta la directora editorial de TRAC.
“Pero –agrega– si hay cambios en el campo de batalla o el cabecilla muere, es previsible que estallen conflictos. De momento, todos comparten la misma página que escribe en solitario Al Bagdadi”.