El nacimiento de un primer bebé suele ser motivo de inmensa alegría para las parejas primerizas, aunque también haya cierta angustia por el riesgo real o imaginario de que se presente algún problema durante la gestación. En Venezuela, sin embargo, los temores pueden ser aún más agobiantes.
Ada Mendoza es una nueva mamá de 24 años que vivió su primer embarazo en medio de la peor crisis económica de la historia de su país y enfrentando una pandemia que ha trastocado la vida de millones de venezolanos a causa del nuevo coronavirus.
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Su pareja, Leo Camejo, no pudo acompañarla durante el parto debido a las restricciones sanitarias impuestas para enfrentar al virus y tampoco tuvo la posibilidad de acudir a una clínica privada, por lo que tuvo que ser atendida en una maternidad gratuita como otras miles de venezolanas que no pueden costar los más de mil dólares a los que asciende el proceso.
En este servicio de salud no abundan las camas y el personal médico a menudo es limitado. La prioridad la tienen aquellas mujeres que llegan en labor de parto muy avanzado.
“Esto es como un penal... el nerviosismo siempre está”, dijo Leo a The Associated Press mientras esperaba en la calle, frente a la maternidad, ansioso por tener noticias de Ada.
Ambos se conocieron hace tres años gracias al fútbol y porque son hinchas del Caracas FC, uno de los equipos más laureado del país. La vida les dio un vuelco cuando recibieron la noticia de que serían padres en un país en crisis y tuvieron que enfrentar desafíos que por momentos parecían imposibles de superar.
La mayor preocupación de ambos--además de estar preparados para identificar cuando su bebé tenga dolor, hambre y verificar que respire durante la noche -- era encarar dificultades derivadas de la crisis. Por ejemplo, vieron sus consultas prenatales suspendidas en hospitales públicos.
Los riesgos para una pareja como ésta son grandes en Venezuela dado que por falta de personal y recursos son numerosas las maternidades públicas —incluso antes de la pandemia— que suspenden los controles prenatales. Por ello, no es raro que algunas mujeres lleguen al día del parto sin contar con una evaluación previa, algo esencial para prevenir complicaciones.
Desde años las autoridades no publican cifras de mortalidad durante el parto, pero organizaciones como la Federación Venezolana de Médicos y ONG Médicos Unidos de Venezuela sostienen que el riesgo que corren las parturientas y los recién nacidos es alto.
Las maternidades también acusan “como casi todos los hospitales del país, la escasez de insumos, la falta de especialistas”, dijo a la AP Douglas León Natera, presidente de la Federación Médica Venezolana (FMV).
De acuerdo con cifras de la FMV, unos 30.000 médicos se cuentan entre los aproximadamente cinco millones de personas que dejaron el país como consecuencia de la larga crisis política y económica en esta otrora rica nación petrolera. Especialidades de ginecología y obstetricia como neonatología o perinatología, a cargo de controlar los embarazos de alto riesgo, figuran entre las más escasas.
Otras maternidades apenas cuentan en puñado de días a la semana con anestesiólogos, por lo que “si sus servicios son necesarios, (las parturientas) tienen que ser trasladadas a otro hospital”, acotó León Natera.
Durante el embarazo, Ada y Leo además tuvieron que viajar apiñados en autobuses, donde difícilmente podían mantener el distanciamiento para evitar contagios de COVID-19, dado que muchos de esos vehículos salen de circulación por los elevados precios de los repuestos.
La merma en las ofertas de trabajo también los afectó.
Leo, que vive junto a Ada y otros siete familiares en la populosa barriada de Catia, al oeste de Caracas, antes tenía muchas ofertas como diseñador, pero en los últimos meses dejó de tener un ingreso estable debido al declive de las actividades económicas en Venezuela, país que está en su sexto año en recesión.
Al principio no sabía cómo iba pagar la atención prenatal en un consultorio médico privado, donde el costo de la consulta promedia los 20 dólares. El sueldo mínimo que obtiene la mayoría de los trabajadores venezolanos es de 1,10 dólares al mes.
Sin embargo, siguieron adelante. Leo empezó a vender hamburguesas en su casa, lo que ayudó a generar ingresos para pagar las consultas prenatales necesarias, aunque justo unas horas antes del alumbramiento las fallas en el suministro de combustibles les generó una nueva mortificación.
“Ya no puedo más”, le decía Ada —adolorida— a su madre camino a la maternidad, ubicada a unos 16 kilómetros de su casa, acompañada de un primo que conducía su vehículo con poca gasolina debido a la escasez en Venezuela, un país con las mayores reservas de petróleo del mundo que sin embargo es incapaz de refinarlo luego de dos décadas de debacle de la estatal PDVSA por un ineficiente manejo y corrupción.
Por orden de los médicos, volvieron a su casa para esperar hasta que las contracciones fueran más seguidas.
“Me preocupaba que el primo de Ada tuviera suficiente gasolina en el carro para poder volver a la maternidad”, señaló Leo.
En el amanecer del 10 de septiembre, la pareja volvió al hospital donde fueron finalmente atendidos. Horas después, ya con su bebé en sus brazos, al amamantar a Peyton, la joven madre con renovados bríos confía en seguir esquivando los embates de la pandemia y la crisis venezolana, por el bien de su pequeña.
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