Autora del indispensable Historia del Tawantinsuyo, María Rostworowski, vio interrumpido su conocimiento del Perú a los cinco años, cuando viajó con su familia a Europa, donde permaneció 14 años. A su regreso, a los 19 años, empezó todo para ella. El reconocimiento, el redescubrimiento de un país que se llevó en sus primeros recuerdos de niña: el tranvía, Ancón, el intento de huir de su casa por la primera injusticia. Ella cree que Estructuras andinas del poder es su trabajo más significativo, pero en ella hay tanto de significativo. Su desmesurado amor por el Perú, por ejemplo.
—Usted se fue de pequeña del Perú a vivir muchos años en Europa, María ¿qué se llevó del Perú, que recuerdos, qué imágenes, qué aromas?
Yo me fui de niña, a los cinco años. Tenía recuerdos, pero recuerdos de niña.
—¿Qué recuerdos?
Me acuerdo del tranvía, de la primera vez que viajé de Miraflores a Lima con mi mamá y vi Lima de lejos en el tranvía. Sí: el tranvía cruzando chacras y chacras y Lima a lo lejos, y dije: “madre, ¿puede haber algo más grande, más bello que esto?”. Esa fue mi sensación, de eso no me olvido, el tranvía crujiendo, las chacras interminables y Lima a lo lejos. Eso ha quedado en mí.
—¿Se fue a Europa?
Catorce años viví en varios países europeos con mi familia y me llevé mis primeras sensaciones de niña de cuatro, cinco años ... eso me llevé.
—¿Y qué más recuerda de esa primera etapa suya en el Perú?
Recuerdo que me dolió muchísimo la primera injusticia. Vivíamos en Ancón y mis padres se habían ido a Lima. Yo me había quedado con mi hermana que ya murió, y por un descuido de la ama, mi hermana se fue a la cocina y seguro agarró una olla, y el agua hervida le cayó encima y le quemó el pie, y eso, pues, eso fue terrible, y cuando llegaron mis padres me echaron la culpa a mí, que yo la había empujado y yo que no tenía nada que ver, y que estaba dolida, preocupadísima porque la quería muchísimo, me dio tal indignación que me fui de la casa.
—¿Se fue de la casa?
Sí, me fui de la casa a los cinco años.
—¿Y dónde se fue?
Me fui a caminar por las calles de Ancón, llorando me fui a caminar por Ancón y no quería regresar a mi casa. No quería saber nada de mi casa, ni del mundo.
—¿Y cómo podía sentir eso una chiquita?
Ah, no sé, pero yo sentía así. Me había indignado esa injusticia de mis padres, que me hubieran echado la culpa de que mi hermana se hubiera quemado con agua hervida. Y sufría horriblemente porque mi hermana lloraba, pues, se quejaba, y por eso me fui, huyendo, sin querer saber nada más de nadie.
—¿Y recuerdas qué más pasó?
Yo estaba caminando por las calles de Ancón que eran de arena y de unas maderitas en el suelo y en eso, no se quién sería, y la mano de una persona, sé que era una mujer, sí; que seguramente me diría: chiquita, niñita, qué haces llorando así, qué te ha pasado, por qué lloras mamita, y entonces había una mano y en la mano había un caramelo de violeta.
—En medio de sus lágrimas, de su desesperación de cinco años, aparece una mano con un caramelo de violeta ...
Sí, era una mano que me dio un caramelo de florcita de violeta. Y ese hecho de que hubiera alguien que me ofreciera un caramelo, me amistó con el mundo.
—A los cinco años, usted vive el dolor y la indignación de la injusticia, y vive, también, y la reconcilia con el mundo, eso que ha desaparecido ahora, la compasión.
Son imágenes que tengo tan frescas. Ancón, las calles de arena, mis lágrimas, y esa mano que me dio esa florcita de violeta. Y no recuerdo más, ni cómo regresé a mi casa, si me encontraron, si me buscaron, no sé. Solo recuerdo lo que le he contado.
—¿Cómo era su padre?
Era agrónomo. Era poeta, un ser muy sensible, y yo me sentía muy unida a él, mucho más que a mi madre.
—¿Y por qué?
Porque mi padre y yo teníamos los caracteres más afines.
—Es evidente. Bien: usted me dijo que aceptaba conversar conmigo, siempre y cuando no le hiciera las preguntas que todos le hacen. ¿Qué preguntas le hacen siempre?
Ay, me hacen preguntas que me aburren, y si me aburro, cómo no voy a aburrir al público. Siempre es la misma cantaleta: ¿Cuándo empezó usted? ¿Por qué le gustaba el mundo andino? Y así. Ya me cansé de repetir lo mismo.
—Bien, se fue a Europa a los cinco años y regresó a los diecinueve. ¿Cuándo empezó a amar al Perú?
Cuando lo conocí. Yo regresé casada a los 19 años, y el Perú había permanecido en mí como un signo de interrogación abierto.
—Que ya cerró.
Ampliamente.
—¿Y qué es el Perú?
Un país maravilloso, y no es cierto que no tenga solución. Todo está en que los peruanos queramos solucionar esos problemas. Eso depende de uno, depende de todos. Es como la persona cuando tiene problemas, dice, no hay solución, y sí hay solución, hay que buscarla.
—Y llegando al Perú, ¿cómo empezó su interés por la historia?
Al principio, no. Al principio fue la aclimatación que fue muy dura, porque Lima es árida, y yo me había criado en el campo polaco, en el campo francés. Por eso me gusta lo verde, me gusta la naturaleza, he sido una campesina y Lima es árida. Yo supongo que a los serranos que bajan a Lima les ocurre lo mismo, una cosa de extrañar la vegetación, lo verde. Ahora me encanta el cielo gris, pero cuando regresé, fue muy duro.
—¿Y cómo vinieron las cosas?
Tuve una hija, me divorcié, me casé de nuevo. Mi marido que era muy peruano me ayudó mucho.
—¿Qué es ser peruano?
Amar a su país como mi segundo esposo lo amaba, como lo aman los que verdaderamente comprenden el Perú. No lo aman los que no lo comprenden y están en la nebulosa. No se puede amar lo que no se conoce. A eso se debe, creo yo, el éxito de mi libro Historia del Tawantinsuyo, porque instintivamente la gente quiere saber qué es lo que tiene que amar para formar un país más integrado.
—¿Admite entonces que a su segundo esposo le debe la revelación del Perú y su ingreso a la investigación histórica?
Sí, sí, me ayudó muchísimo. Mi segundo esposo me ayudó a conocer el Perú. Viajamos mucho, conocimos tanto.
—Viajaron mucho. Miraron juntos. ¿Qué fue lo primero que conoció?
Lo primero que conocí fue el Cusco. Fue algo deslumbrante para mí. Ahí comprendí al Perú. Ir al Cusco me demostró que había otro Perú, no el árido de la costa, sino un bellísimo país, donde la luz era extraordinaria.
—La luz del Cuzco, la maravillosa luz del cielo cusqueño, de ese universo que todavía permanece adherido a los dominios del mito y la leyenda. Fue un conocimiento y un re-conocimiento.
Sí, el Cusco me deslumbró.
—¿Qué elementos de nuestra historia le siguen asombrando?
La capacidad inventiva del pueblo andino. Las culturas andinas tuvieron un desarrollo propio, por hallarse alejadas de las corrientes y difusiones del Viejo Mundo. Por esos motivos los pueblos del Ande, y con este término geográfico involucro la Costa, Sierra y Selva, se vieron obligados a buscar solos las soluciones a sus múltiples problemas.
—Y está la geografía atormentada, como usted señala.
Si al aislamiento añadimos las dificultades originales por un territorio atormentado, compuesto por extensos desiertos costeños, quebradas serranas abruptas e infinitas, punas heladas y selvas inhóspitas, comprenderemos entonces la inmensa tarea que significó alcanzar tan importante desenvolvimiento cultural, como el alcanzado.
—Esa geografía estimuló la inventiva.
Obligó a la creación, sin embargo se opone a la unidad, porque es lo más difícil del mundo comunicarse en el Perú, y piense en lo que eran las comunicaciones antes.
—Lo que hay que entender, creo, es que somos un país con muchas diversidades.
Un país con muchas diversidades y con diversidades muy grandes. En varios documentos he notado siempre la oposición existente: costa-sierra.
—¿Una oposición solamente telúrica?
Es una oposición telúrica, porque es la necesidad de la costa de tener agua, y el agua la proporciona la sierra. Entonces habrá siempre esa complementariedad y esa oposición y eso tiene que reflejarse en el carácter de la gente, en su falta de unidad.
—Esa es una oposición, entonces, que nos marca.
Sí, nos marca. Y no vamos a tener unidad como la pueden tener otros países. Nosotros nos tenemos que complementar. Eso debemos entender.
—¿Por qué seguimos siendo una sociedad tan conflictiva? ¿Los peruanos no pudimos asimilar el trauma de la conquista?
En parte sí, y en parte porque la historia está mal enseñada. Yo creo que no hubiera escrito Historia del Tawantinsuyo si no hubiera pensado mucho, si no hubiera reflexionado en por qué un puñado de españoles echan abajo un imperio.
—¿Por qué?
Porque los grandes señores andinos estaban hartos del incario que no era una cosa utópica como han querido representar, sino era un gobierno de carne y hueso como todos los gobiernos del mundo, con problemas, y entonces los grandes señores andinos querían recobrar su libertad.
—Y la invasión española les brindó la oportunidad ...
Se plegaron masivamente a los españoles. De modo que hay que quitar de la mente de nuestros niños eso de que un puñado de españoles conquistó un imperio, porque no fue así. Ese puñado de españoles hizo lo que hizo, porque los grandes señores andinos que estaban hartos del incario, se plegaron a ellos porque creían que así iban a recobrar su libertad.
—Aquí está el verdadero trauma.
Claro, los peruanos, después que les han contado ese cuento, están acomplejados, quieren ser de Miami, de Europa. No nos damos cuenta de que por la manera cómo nos enseñan la historia, el peruano está traumatizado desde pequeño. Yo me libré de esto porque no estudié en los colegios de acá.
—¿Diría que éste es uno de sus aportes en la investigación histórica del Perú?
No lo sé, pero creo que mi libro con más aportes es Estructuras andinas del poder, que se publicó en 1983. En ese libro es donde más he tenido que reflexionar y pensar, porque no es cuestión de sentarse y decir yo escribo, no yo pienso, reflexiono primero muchísimo, busco documentos, hago trabajo de campo.
—Utiliza además el “soncco”, la memoria del corazón.
Claro, hago todo con mucho cariño. No se puede hacer nada sin amor, y yo creo que los lectores sienten mi amor por el mundo andino.
—Pablo Macera le preguntó a Jorge Basadre si el historiador tenía derecho o el deber de callar ciertos aspectos del proceso histórico que estudia, cuando encuentra que por alguna razón (que es absolutamente ajena a sus intereses), la revelación de estos aspectos va a perjudicar la acción colectiva nacional. ¿Usted qué piensa?
No creo, no creo que deba callar nunca. Yo creo que hay que profundizar y entender siempre que hay partes negativas en lo seres humanos como en los países.
—¿No ha callado usted nunca?
No, cuando escribo historia, no. Hay que decir todo, aunque hayan cosas negativas. Por ejemplo, hubo sacrificios humanos, los hubo, porque eso es parte de la evolución de la mente humana. Eso se ha callado. Yo no lo callo.
—En los mitos que ha investigado, usted se queda perpleja por la ausencia de la figura paterna en la mitología andina precolombina, por la omisión insistente de la pareja conyugal y por la representación masiva de binomio madre-hijo.
Para profundizar en el pensamiento y en la lógica andinas, y ante la ausencia de escritura entre los indígenas, el investigador tiene que recurrir a los mitos. En años pasados me aboqué a reunir los mitos mayores y los más significativos, y en ellos encontré la ausencia de la figura paterna. Entre las divinidades menores se daba la sorprendente insistencia de la omisión de la pareja conyugal, y en su lugar encontré con frecuencia a madre e hijo y a hermanos o hermanas.
—Hay una mitología donde está ausente la figura paterna, pero sí aparecen dos arquetipos femeninos: la mujer sumisa, hogareña y la mujer libre y osada.
Esos dos ejemplos de mujeres están representadas en el mito que nos ocupa, en las personas de Mama Ocllo y Mama Huaco, ambas compañeras de Manco Capac a su arribo a Cusco. Yo he recurrido a amigos psicoanalistas y juntos elaboramos el libro Entre el mito y la Historia. Escogimos el mito de los Hermanos Ayar, mito de origen de los Incas, porque nos ofrece una serie de particularidades y nos permite juzgar la participación de lo femenino.
—Lo que resulta absolutamente significativo es que estos dos tipos de mujeres, totalmente opuestas, figuren en el mito de origen de los Incas.
Sí, en el relato de los hermanos Ayar, lo que era una forma de manifestar la relación no solo entre los dioses y héroes fundantes, sino entre los géneros.
—Y eso persiste, ¿no? Mama Huaco, la terrorista asesina, la que da el tiro de gracia, la que arenga a los demás. Mama Ocllo persistiría en la mujer del Vaso de Leche, por ejemplo.
Sí, pero la Mama Huaco no solo como asesina, sino como mujer fuerte, de carácter, como lo fueron la Moyano y la señora que fue asesinada últimamente en Huaycán por Sendero. Ellas fueron mujeres fuertes, en ellas también está Mama Huaco, pero solo en eso.
—Mama Huaco ...
Ella es mencionada como capitán de su propio ejército y uno de los cuatro jefes militares que tomaron posesión del futuro Cusco. Su ferocidad quedó demostrada al coger una boleadora y herir con su arma a un natural del lugar. Luego, con un tumi o cuchillo, le sacó los bofes y soplando con ellos, espantó a los naturales, que huyeron de la zona, quedando la región en poder de los Incas.
—En un trabajo suyo, usted sale al frente de la versión tan difundida que señala a Manco Capac como el portador de una vara de oro que, al ser arrojada y hundirse en la tierra, debería indicar el lugar escogido para asentarse definitivamente.
El relato del cronista Sarmiento de Gamboa señala que fue Huaco la encargada de cumplir esa misión. Una mujer, entonces, era la portadora de la vara fundante, símbolo de un mandato divino, capaz de penetrar la tierra, de representar una imagen femenina con atributos fálicos.
—Como usted dice, no sólo estaba el caso de los cuatro hermanos Ayar emparejados con sus cuatro hermanas. Usted se refiere a la versión indígena de Guamán Poma que nombra a Mama Huaco como madre de Manco Capac y señala que más adelante se estableció una situación incestuosa entre los dos.
Es que en el análisis psicoanalítico del mito no se han encontrado las dos prohibiciones fundamentales: el incesto y el parricidio, haciéndose manifiesta, más bien, una serie de relaciones fraternas en la que el incesto aparece dado. En mis investigaciones he encontrado que en el ande no había horror al incesto, ni al incesto ni al parricidio, pero sí creo que existió el matricidio.
—Muchos no quieren al Perú porque no lo conocen, o lo conocen mal por una historia mal enseñada, y lo que no se conoce, no se ama. Estamos sufriendo, pues, las consecuencias de la falta de amor, la carencia del amor más importante: el amor propio...
Claro, claro. Por el terrorismo, la gente joven no podía viajar al interior, adonde ya nosotros habíamos viajado mucho. Ahora veo que los jóvenes están viajando muchísimo, y eso es emocionante. Yo tengo esperanza en los jóvenes del Perú.
—A pesar de que no les han dado mayores alternativas, los jóvenes tienen curiosidad por el Perú, están demostrando un mayor interés por el Perú, por su patria.
Tienen ahora más interés, se cuestionan más. Si usted no se cuestiona, no obtiene respuestas, nada. La base de una investigación es tener muchas preguntas. Si uno no se hace preguntas, se queda en la nebulosa.
—¿Cuándo empezó a hacerse preguntas?
Toda la vida. Siempre he sido muy curiosa, siempre me analizo. Yo creo que hay que pensar mucho. La gente no piensa. Hay que pensar y re-pensar. Hay que estar rumiando todo. El por qué de uno mismo, por qué hago esto, por qué pienso esto, por qué, por qué y por qué. La historia es un inmenso por qué.
—¿Ha encontrado preguntas que no tienen respuestas?
Cuando eso ocurre, generalmente es porque no se quiere obtener respuestas.
—¿Cómo quisiera quedar usted?
Como alguien que amó muchísimo al mundo andino y trató de compartir ese amor con los demás peruanos.