En lo que ha sido la elección más polarizada de nuestra historia reciente, hubiera sido de gran ayuda tener un lugar a dónde acudir para conocer un panorama que se acerque –al menos un poco– a la verdad, lejos de los misiles de ‘fake news’ e información imprecisa disparados desde ambas trincheras del tablero político. En un escenario ideal, ese lugar habría tenido que ser ocupado por la prensa.
En el emblemático libro “Elementos del periodismo”, Bill Kovach y Tom Rosenstiel citan una metáfora de la periodista estadounidense Carol Marin para ejemplificar tan importante rol: imaginemos que, en una cena familiar, se discute determinado tema político o social, y cada integrante, desde su silla, defiende una postura. Para Marin, el periodista no debe estar sentado en una de las sillas, respaldando una posición. Por el contrario, debe mantenerse fuera de la mesa, observar todos los puntos de vista de la discusión, explicarlos y cotejarlos sin involucrarse en el pleito, más allá de la opinión personal que válidamente tenga.
No es esta, ciertamente, la única manera de concebir el rol del periodismo. Es válido, también, que los medios tomen partido por una candidatura –en los Estados Unidos se hace todo el tiempo–. En este caso, no obstante, corresponde que el medio haga público ese endose, en cumplimiento del inquebrantable deber de transparencia con su público. Así lo hicieron, por ejemplo, el “Washington Post” con la candidatura de Joe Biden y el “New York Post” con la de Donald Trump en las últimas elecciones estadounidenses. Por estos lares, ningún medio con obvias inclinaciones se atrevió a ser transparente.
Según una encuesta de Ipsos, en el 2018, 48% de personas dijo no confiar en los canales de televisión y 49% señaló desconfiar de la prensa escrita. La performance de los medios en esta accidentada elección, qué duda cabe, habrá agudizado su ya profunda falta de credibilidad.
Pero el público no está libre de responsabilidad. Si los lectores, televidentes y oyentes quieren medios transparentes y hechos verdaderos, deben reconocer la verdad allí donde no sea de su agrado y evitar caer en el “hostile media effect”. Este fenómeno explica cómo aquellas personas que tienen posturas políticas marcadas suelen percibir las noticias que no confirman sus creencias como parcializadas hacia el otro bando. Tildar medios de ‘rojos’, ‘fachos’, ‘proterrucos’ o ‘naranjas’ por el mero hecho de publicar información que perjudica nuestra opción política implica ser parte del problema. Como escribió el periodista Diego Salazar en su libro “No hemos entendido nada” –una recopilación de severas críticas a la actuación de los medios en la era del Internet–: “A casi nadie parece interesarle la verdad si esta no encaja con sus prejuicios”. ¿Podrá repararse el daño?